A 98 años del nacimiento de Piera Aulagnier: un modelo original del psiquismo

Por José Belmont
Piera Aulagnier nació en Milán el 19 de noviembre de 1923, si bien sus aportes teóricos quedan plenamente ligados a la historia del pensamiento analítico francés. Pasó su juventud en Egipto, en aquellos años de la Segunda Guerra Mundial. Después, estudió medicina en Roma, antes de instalarse en París, donde se formó como psicoanalista en el diván de Jacques Lacan. Del matrimonio con el señor Aulagnier tuvo un hijo también psiquiatra además del apellido con el que se hizo famosa. Años más tarde, se separa y se casa con Cornelius Castoriadis, filósofo y escritor con quien compartió, además de su vida, un fecundo intercambio intelectual.
Una larga experiencia profesional con pacientes psicóticos permitió a Aulagnier crear un modelo original del psiquismo, en un momento en el que el paradigma predominante era casi exclusivamente la metapsicología de Sigmund Freud. Este marco teórico no le permitía avanzar en su pretensión de comprender el discurso psicótico. Por su destacada intuición clínica, aprehende que el psicótico dirige sus palabras a otro -a un no psicótico – cuya relación en el sentido del discurso-saber es diferente. Ella plantea la hipótesis de que todo ser humano tiene un antes al uso de las palabras, es decir, tiene una sola forma de actividad psíquica que utiliza un material particular, la imagen de la cosa corporal, a la vez que mantiene una relación con un psiquismo – el de la madre – totalmente heterogénea a esta forma de actividad. A partir de este originario, excluido para siempre del pensamiento consciente:
“Todo acto, toda experiencia, toda vivencia, da lugar, conjuntamente, a un pictograma, a una puesta en escena, a una «puesta en sentido» [mise en-sens]. Del pictograma, el sujeto no puede poseer ningún conocimiento directo, pero el analista puede entrever algunos de sus efectos e intentar construir un modelo conocible para el Yo.” (Aulagnier, 1977).
En su primer libro, publicado en 1975, La violencia de la interpretación, Aulagnier comienza afirmando que la función más específica del psiquismo es la actividad de representación. Por actividad representativa, se refiere al equivalente psíquico del trabajo del metabolismo de la actividad orgánica. Con base en este modelo operativo, un elemento puede volverse homogéneo a una estructura celular por su transformación o por el contrario permanecer heterogéneo al ser rechazado. Aunque el cuerpo nunca está ausente de las teorizaciones de Piera Aulagnier, esta presentación de un modelo de funcionamiento es sólo una representación del funcionamiento del aparato psíquico. En efecto,
“Esta definición puede aplicarse en su totalidad al trabajo que opera la psique, con la reserva de que, en este caso, el «elemento» absorbido y metabolizado no es un cuerpo físico sino un elemento de información.” (Aulagnier, 1977).
De este modo, la actividad psíquica estaría constituida por el conjunto de tres modos de funcionamiento, o por tres procesos de metabolismo: el proceso originario, el proceso primario, el proceso secundario. Precisa ella:
“Los tres procesos que postulamos no están presentes desde un primer momento en la actividad psíquica’ se suceden temporalmente y su puesta en marcha es provocada por la necesidad que se le impone a la psique de conocer una propiedad del objeto exterior a ella, propiedad que el proceso anterior estaba obligado a ignorar”. (Aulagnier, 1977).
Lo originario y el pictograma.
El concepto de “pictograma” es el más reconocido cuando se mencionan las aportaciones de Piera Aulagnier. Estos trazos que aún no son huellas son inseparables del postulado del proceso originario del que son su única producción. Aulagnier ubica el origen del aparato psíquico con el nacimiento de la representación durante el primer encuentro del niño con el “mundo”. Ella sitúa este encuentro, no precisamente en la llegada al mundo del ser humano, sino en la primera e inaugural experiencia del placer: el encuentro entre boca y pecho. Antes de este primer encuentro, el infans experimenta sólo sensaciones corporales (que podríamos llamar necesidades o carencias) que lo saca de un estado de tranquilidad rompiendo un equilibrio del no deseo. Este primer encuentro de un área parcial del cuerpo con un objeto parcial del “mundo” viene a representar esta experiencia de la sensación de placer; este acto que inaugura la vida psíquica y permanece inseparable de un movimiento inaugural de investidura.
Violencia primaria y el riesgo de exceso
Piera Aulagnier llama violencia primaria a esta interpretación que hace la madre de los deseos del niño de encontrar o redescubrir un estado de placer. El deseo de la madre de despertar en el infans un afecto de placer como ella lo anticipó demuestra la brecha fundamental entre las dos psiques presentes. Este concepto esencial de violencia primaria se define por:
“…la acción mediante la cual se le impone a la psique de otro una elección, un pensamiento o una acción motivados en el deseo del que lo impone, pero que se apoyan en un objeto que corresponde para el otro a la categoría de lo necesario”.
La violencia primaria es creada por esta interacción psíquica que resulta del enredo del deseo de uno con el objeto de la necesidad del otro, otro desamparado y prematuro. Piera Aulagnier subraya en este modelo relacional los componentes del entrelazamiento de los tres registros fundamentales que se establecen entre lo necesario, el deseo y la demanda. En este caso, el objeto “solicitado” es solicitado por quien sufre la violencia primaria contenida en el deseo del Otro.
La atención vigilante que designa a la madre como guardiana de la vida física y psicológica del niño puede implicar múltiples riesgos por sus propios excesos. Una atención inadecuada puede resultar en la única respuesta que el niño puede expresar: una disfunción corporal (enfermedad, trastornos del sueño o de la alimentación).
Este exceso de “vigilancia” puede ser una señal del deseo inconsciente de la madre de poder seguir manteniendo -más allá de los límites deseables para permitir el acceso del niño a la autonomía- su omnipotencia como si ella sola pudiera atender las necesidades y deseos del niño.
Además de la interpretación excesivamente violenta de las funciones corporales por parte de la madre, el exceso de violencia tendrá un impacto mucho más dramático en una función esencial para el futuro del ser humano: la actividad de pensar.
Postulado de lo primario
Durante la primera fase de lo primario, se establece una nueva relación con el mundo debido a la consecuencia de tener en cuenta un espacio físico y un espacio psíquico separado. Fantasma e inconsciente resultan del trabajo conjunto del postulado consecutivo de juicio primario y primer juicio, impuesto por el principio de realidad, sobre la presencia de un espacio externo y separado. El niño que todavía es un bebé se enfrenta desde muy temprano a la ausencia y el retorno del objeto que le da placer. La psique reconoce que, por la posibilidad de su ausencia, la posesión del objeto no está asegurada. Al no tener poder para hacerle regresar, metaboliza la información por la cual la separación de los dos espacios y su reunificación no están en su poder según su deseo, sino que ese poder depende del deseo del otro (el pecho materno). De hecho, como en lo originario, el objeto sólo puede existir en la psique si está investido por la búsqueda de la renovación del placer obtenido durante una experiencia previa. Pero esta vez, el objeto por el cual la pulsión quiere ser satisfecha es reconocido como externo al sujeto. De ello se deduce que el infante proyectará sobre el objeto del pecho materno una intencionalidad para proporcionarle placer o sufrimiento.
“…fantasía e inconsciente se originan en la obra conjunta del postulado constitutivo de lo primario y de un primer juicio, impuesto por el principio de realidad, acerca de la presencia de un espacio -exterior y separado.” (Aulagnier, 1977).
Hacia el final de la segunda fase de lo primario, se crea un periodo de transición entre lo más arcaico y lo consciente, donde aparecen las imágenes palabra. Sin embargo, no se trata de las palabras como se definen en un sistema lingüístico, sino en el significado afectivo qué la voz de otro le puede dar a la imagen cosas. Lo primario está marcado por la toma en consideración del principio de realidad. Siguiendo un orden temporal según lo que le impone esta realidad, la psique reorganiza la representación que forja de su relación con el mundo.
Lo secundario: El espacio al que el yo puede advenir
El yo está formado por elementos del lenguaje. En esto, Aulagnier atiende a los conceptos lacanianos, pero se aleja de las teorizaciones de quien fue su maestro dando un lugar privilegiado a las representaciones de “cosas” y por tanto a las imágenes corporales y afectos. El yo de Aulagnier está separado del yo de Freud en la medida en que no hay un yo-ello indiferenciado. Para ella, hay una ruptura radical entre el registro del originario con sus pictogramas y el registro secundario del yo. Piera Aulagnier consideró individualmente el curso de la psique infans-niño, separándola de lo que es, en realidad, inseparable de ella, la psique materna. Pero debe presentar el hábitat que representa esta psique materna en el que se alojará la representación del infans y el lugar que llega a ocupar en la economía psíquica de la madre, incluso antes de su nacimiento.
El portavoz y la represión
Una vez más nos encontramos con la heterogeneidad de la psique materna y la del infans durante el acceso de este último a lo que se convertirá en su yo. El yo del niño se construye con el significado de las palabras que acompañan a las representaciones de “cosas” que hasta entonces sólo habían ocupado su psique. Por lo tanto, es a través de las palabras significativas que la madre le transmitirá a su hijo el “significado” de lo que él siente y lo que él cree que está experimentando.
La lengua de esta madre ha tenido su propia historia, transmitiendo los signos lingüísticos del conjunto al que pertenece y teñida de su propio pasado de infancia. Pero lo que le dice al niño en ciernes ha sufrido una larga transformación. Todo lo que ella le comunica al niño ya ha sido, en su momento, reprimido. Su discurso es el resultado del trabajo de un cuerpo represor sobre las representaciones pulsionales que, como resultado, se han transformado en pensamientos “lícitos”. El concepto de represión desarrollado por Piera Aulagnier se aparta significativamente del establecido por Freud. Queda una defensa al servicio del superyó y del principio de realidad, pero es sobre todo producto de las prohibiciones culturales del conjunto – esencialmente prohibiciones respecto del el incesto y el asesinato – que cada padre transmite al niño a través de su discurso.
Ya redactado bajo la forma de fantasías inadmisibles, se convierten así en una represión que se transmite de un sujeto a otro. La madre es la “portavoz” de las demandas del conjunto y con su discurso anticipa lo que el niño tendrá que reprimir.
La prohibición del incesto filtrará “lo sexual” del cuidado que se le da al niño y habrá dejado de lado lo que este niño representa para la madre: el deseo fantasmático de un hijo del padre y, más prohibido, el hijo de la madre.
Encontraremos, en lo que respecta a la potencia psicótica, las puestas en acto de la no represión del deseo de la madre de tener un hijo de su propia madre. El único deseo legítimo que puede expresar la madre es que este niño, a su vez, se convierta en padre o madre. Esto ya reprimido en los padres prepara al niño para sus propias represiones.
Condenado a investir
Piera Aulagnier parte del principio de que el trabajo de la psique es homogeneizar todos los elementos de información que resultan de un encuentro. Sólo se pueden representar aquellos elementos que puedan prestarse a esta metabolización, pero hace falta otra condición que es esencial: cualquier representación requiere un acto de investidura, cuyo propósito es preservar o recuperar una sensación de placer. Este es el ‘placer mínimo’ necesario para que haya vida. En Condenado a investir (1994), especifica que, para mantenerse con vida, el sujeto debe seguir invistiendo y, sea cual sea el sufrimiento resultante del desajuste entre el objeto real y su representante psíquico, el placer seguirá siendo la motivación de todo.
La pulsión de muerte busca huir de cualquier motivación para investir. Se podría decir que odia el deseo. Su finalidad es el acto de deshacerse de cualquier objeto que pueda despertar el deseo. La propiedad de cualquier acto final y exitoso de desinvestidura es que no deja rastro, ninguna señal de que se haya investido algo; esta es la diferencia esencial entre la represión, que es un intento de desalojo, y la desinvestidura, que deja un agujero, una nada.
El aprendiz de historiador y el maestro brujo
Piera Aulagnier retoma a menudo el tema de la memoria y el tiempo. Destaca el hecho de que para que el yo pueda situarse en el tiempo presente e investir un tiempo futuro, debe poder, en su trasfondo, apoyarse en la historia de su pasado. El yo sólo existe a través de los pensamientos que puede tener sobre sí mismo. Su pasado no va más allá de lo que se puede rememorar, pero sabe que en un “antes” de sus recuerdos existió: su cuerpo guarda huellas de los placeres y sufrimientos que se vivieron en el pasado lejano y que solo las representaciones de las cosas podrían recordarle, pero que son para siempre incognoscibles.
Para que el sujeto pudiera relacionarse consigo mismo y contarle al analista esa parte de su historia que no recuerda, tuvo que apelar a una versión que la madre o sus subrogados le informaron. Para que el niño pueda investir en un proyecto identificatorio que le dé esperanzas de que los deseos de su pasado puedan cumplirse en el futuro, debe poder construir sobre momentos de placer compartido.
“La función del yo como constructor que jamás descansa, e inventor, si es necesario, de una historia libidinal de la que extrae las causas que le hacen parecer razonables y aceptables las exigencias de las duras realidades con las que lee es preciso cohabitar: el mundo exterior y segundo psíquico que, en buena parte permanece ignoto para él.” (Aluagnier, 1992).
Toda la historia que el sujeto “construye” se alimenta de un “fondo de memoria” que le asegura que las modificaciones a las que ha sido sometido su yo nunca le harán sentir que se está volviendo un extraño para sí mismo. La permanencia y el cambio son los dos principios que gobiernan la evolución del aparato psíquico humano. Evolución que no se produce de forma lineal, sino que, bajo el efecto del principio de realidad, la maduración del sujeto y la variación en la relación con los demás, obliga a la psique a cambiar.
Referencias
Aulagnier, P. (1977). La violencia de la interpretación: del pictograma al enunciado. Buenos Aires.
Aulagnier, P. (1992). El aprendiz de historiador y el maestro brujo. Buenos Aires
Aulagnier, P. (1994). Un intérprete en búsqueda de sentido. México.