Leticia Villagómez Tovar

Al enterarme de la cercanía de esta peste que ha azotado al mundo en este año 2020, se dispararon en mí diversas ideas. La vulnerabilidad ante un enemigo común, mortal, invisible, ante el que estamos indefensos, pero además que avanza tan rápido que no da tiempo de preparación alguna, de representación posible. Surgió en mí un clima de incertidumbre, de horror ante la impotencia sentida.

Al pensar en la población en riesgo, vienen imágenes de abuelos de la tercera edad, de afectados de enfermedades crónico-degenerativas, de mujeres embarazadas, de los que sobreviven en extrema pobreza que por sus carencias también son susceptibles y de aquellos que habitan en condiciones insalubres. Con este escenario tan devastador pensé en las poblaciones con niveles socio-culturales y económicos precarios que no son favorecidas para hacerle frente a esta realidad traumática. Pensé en los programas tan limitados de salud pública y privada con los que contamos y su incapacidad para hacerle frente a esta urgencia. Me acerqué a otras pandemias como la pobreza, la pérdida de empleo, la ruptura de las redes sociales y culturales.

Me aproximé a otras manifestaciones de la pandemia, al miedo, angustia, desvalimiento, pánico, depresión, aislamiento y violencia que se encuentran tan estrechamente ligadas a la alteración de la razón, qué como problemas de salud mental se asocian a la indefensión, a las pérdidas, separaciones y muerte. Pensé en los efectos traumáticos compartidos, donde surgen defensas arcaicas paranoides agravados por la reclusión.

Enfrentarse a lo desconocido.

Ignorar la impotencia, el desvalimiento y la muerte, lo hacemos todo el tiempo, ya lo decía Freud desde El Proyecto, nuestro aparato psíquico tiene la función de deshacerse del displacer y acercarse a lo placentero. Pero ahora estamos quietos, atrapados en un confinamiento, percibiendo esta amenaza peligrosa que nos rebasa, pensando en cómo sobrevivir ante ella. Hay momentos de negación, otros de desmentida hay días en que es posible dormir a ratos y soñar, pero en otros invade la angustia y se puede caer en síntomas o también en actuaciones.

Me acerqué a mí misma, descubrí con cierto ánimo recursos que tienen que ver con mi formación psicoanalítica y el haberme enfrentado a batallas desde la lucha por la vida, la existencia y los valores. Desde ahí retome la fortaleza para enfrentarme a lo desconocido que es lo que hago en mi práctica clínica diaria. También me pregunte ¿Y cómo sostener el trabajo y el espacio analítico? Otra idea que acudió a mí fue la presencia del otro en estos tiempos ¡el otro es sanador!

No había alternativa, así que me encaminé a hacer cambios para continuar con mis actividades como psicoanalista. Ante la posibilidad de contagio propuse a los analizandos, supervisandos y colegas, continuar a distancia nuestras actividades psicoanalíticas. Vino la idea de rescatar la intimidad de la sesión virtual. Perdí algunas horas de trabajo de los analizandos mayormente vulnerables, aquellos que sienten perder al analista si no está en presencia, no soportan no verla, dos decidieron suspender. Continuaron aquellos que tenían una transferencia establecida, aceptaron las sesiones por Skype y sólo una por teléfono. 

La escucha y la mirada a distancia y a través de la pantalla hacen un encuentro distinto, hay un predominio de lo perceptual. Me doy cuenta que ya no compartimos el mismo espacio, hay un registro corporal de que no estamos en el mismo lugar, ahora estamos distantes, dos cuerpos en dos lugares diferentes. Con la pantalla se pierde la cercanía corporal, escenario de intercambios de representaciones, sensaciones, expresiones, afectos y olores. Los cuerpos se vuelven imágenes, se pierde la tridimensionalidad y con ella la sensación de estrechez y continuidad de los cuerpos. Ahora percibo mi imagen en la pantalla y veo mis expresiones, mi semblante, ahora no sólo lo siento, recobro una presencia distinta. Algunos fijan la mirada para acercarse a través de la cámara, otros se alejan y no me miran. Las sensaciones cinestesicas son modificadas, así como los sonidos. 

Otro cambio, puedo entrar a los lugares donde los analizandos se encuentran confinados, son espacios íntimos donde cuidan no ser escuchados por otros. Con una analizante se dificulto la privacidad ya que no había un espacio donde pudiera hablar con libertad, opto por salir fuera de casa para tomar la sesión.  Descubro que intervengo algo más que cuando estábamos de manera presencial, hay una ansiedad de base en cada encuentro. Las transferencias hacen sus efectos y favorecen la continuación del análisis. Tenemos día y hora señalados para las sesiones, pero cada uno tiene una manera de iniciar, algunos esperan mi llamado, otros inician por sí mismos. Si me tardo unos minutos me mandan mensaje para preguntar si estoy bien. Hay algo de la neutralidad que se ha aflojado, me descubro diciéndoles que estoy bien, es un cambio que he decidido tomar ante esta urgencia, en donde todos somos vulnerables. 

Me percato de que algunos invadidos por lo traumático de lo que enfrentan hablan sobre lo que están viviendo, hay una incidencia de lo actual, otros lo desplazan a otras partes de su historia donde aparecen escenas de traumas y duelos, hay algunos que se desbordan en comportamientos compulsivos o adictivos, otros más hacen síntomas, algunos presentan alteraciones del sueño y del apetito, en sus sueños aparecen pedazos de esta realidad que espanta. En este sube y baja angustiante, trato, en lo posible de restablecer el encuadre, la asociación libre, mi atención flotante para adentrarnos a lo que va surgiendo de sus contenidos inconscientes donde la representación y simbolización recobran una gran riqueza ante estos momentos traumáticos. El apalabrar, el decir o el hablar abren caminos ante lo ominoso, para dar cabida en lo psíquico. Recuperar con el paciente la subjetividad invadida es una lucha en cada sesión. En el transcurrir de los días me percato de que estos encuentros y con la escucha sé favorece el dar sostén emocional, hablar del dolor lo aminora y surgen momentos de esperanza.

Compartir las experiencias de otros para identificarnos, nos ayuda a elaborar y a encontrar salidas.

Me he descubierto con la dificultad de mantener mi atención por largo tiempo, lo hago, pero en tiempos cortos, ¡mis tiempos se han alterado!  los referentes a la realidad se han trastocado, espacio y tiempo desde lo subjetivo ya no son los mismos. Así he establecido una lucha por mantener mis horas de lectura y escritura como lo hacía antes. La carga de lo que estamos percibiendo a través de escuchar lo terrorífico de otros y de lo propio nos paraliza y hay un ataque al pensamiento, como lo señaló Bión. Las tareas se tornan con mayor dificultad, se hacen más complicadas y requieren mayor tiempo. De pronto se pierde el sentido de lo que hacemos, estamos con la atención puesta en preservar la vida, en sobrevivir, en limpiar, en protegernos del virus, en tolerar la angustia que se torna desbordante.

Al acercarme a otros a través de distintas plataformas en la comunicación a distancia y compartir experiencias clínicas, teóricas, de vivencias y acercarnos a pensar juntos me animo a intentar buscar caminos recuperantes. Los encuentros con colegas a través de grupos de IPA-FEPAL han sido provocadores de reflexiones sobre estas vivencias inéditas. El trabajo continúo con el grupo de psicosomática de FEPAL a través de las conferencias impartidas a distancia desde psicoanalistas de distintas regiones, así como la discusión de casos, me han acercado a continuar en la diaria tarea de reflexión. Los encuentros entre los colegas de la SFCM son alentadores ante la desolación de lo vivido día a día. Las supervisiones y seminarios de formación a distancia han estimulado los encuentros teórico-clínicos, en ellas retomamos un tiempo para pensar y hablar juntos lo vivido.

Ciudad de México a 15 de mayo del 2020