Por: Luz María Solloa García

Ciudad de México, abril 2015

“…El amor por ser tiempo y estar hecho de tiempo, es simultáneamente, conciencia de la muerte y tentativa de hacer del instante una eternidad”

Octavio Paz.

Hablar de amor y el goce es un reto, es un tema complejo y fascinante a la vez. Como nos recuerda Griselda, Eros es un genio y un demonio. Hablemos pues de ese sabio charlatán, valiente embelesador que es el amor.

Comenzaré mi comentario con algunas reflexiones sobre el tema del amor, el enamoramiento, el desencuentro y que pasa con el goce cuando entramos en la clínica del amor pasión.

El amor, más específicamente el enamoramiento es una experiencia abismal, no es fortuito que en inglés se diga to fall, pues efectivamente uno cae cuando se enamora. Como bien dijo Griselda, el amor es un enigma que descentra nuestra razón e incomoda nuestra naturaleza.

El amor es  angustia y goce, -abismo- del que difícilmente se sale intacto o ileso, porque el amor transforma, porque nos pone cara a cara con nuestros fantasmas y nos conduce por los derroteros de lo más desconocido en nosotros. Dijo Octavio Paz que por el amor le robamos al tiempo que nos mata unas cuantas horas que transformamos a veces en paraíso y otras en infierno. De cualquier manera, el tiempo se detiene y deja de ser una medida.

Nos ocurre a todos, a los que nos llamamos analistas, a los que se recuestan en nuestro diván y de ellos también escuchamos sobre el amor…de ese tiempo que nos derrite y nos congela a la vez.

En El Malestar en la Cultura, Freud nos dijo que el sufrimiento acecha al ser humano desde tres frentes; el primero es el cuerpo destinado a la ruina y a la disolución, el segundo el mundo exterior que puede batir su furia sobre nosotros con fuerza despiadada y destructora y el tercero es el que proviene de nuestras relaciones con otros seres humanos y son éstas –nos dice Freud-  las que producen un padecer más intenso.

Nos recuerda Griselda que es un semejante, quién con su investimiento libidinal, con su mirada deja huella, huella que es ausencia de una presencia anhelada; falta y anhelo que se constituyen en garantes del deseo.

Surge entonces la pregunta de cómo es que el amor, siendo una condición constitutiva de la naturaleza humana que nos apuntala en la vida es, -a la vez- fuente de nuestros mayores sufrimientos…pensando junto con Freud se pueden ir siguiendo ciertos hilos conductores en diferentes momentos de su obra.

Freud dijo que los episodios amorosos son inconmensurables; que el amor no admite escritura. Por su parte, Lacan señaló que no hay escritura del amor porque es un significante y entonces no es posible decir qué es. El amor tiene que ver con lo desconocido, con lo enigmático porque parte del deseo y de la escritura inconsciente; por ello es que  nos aferramos de las formas de amar; es decir, fórmulas para el amor como ocurre en el amor cortés y en el amor legal.

Griselda hace la pregunta de si el yo tiene forma de amor o de si el amor tiene forma de yo… esto me lleva a pensar en el yo como reservorio de libido, (amor) y en el yo como almácigo de angustia (dolor) y sí, es el yo el que ama y sufre pues en la conciencia esta fuerza aparece como afecto al tomar elementos de las representaciones de objeto a partir de as cuales se hacen juicios de atribución y entonces decimos: -te quiero por esto-… Pero en realidad no sabemos…Lo que si sabemos es que no hay signo clínico más elemental e indudable del enamoramiento que la angustia.

Desde el Proyecto Freud asentó la idea de que si somos seres deseantes es porque hay pérdida, herida primordial, si deseamos es porque el objeto de deseo es inexistente, por ello, nunca tendremos garantía ni sobre las formas de satisfacción ni sobre la permanencia o el amor de los otros.

La condición de desvalimiento, implica el estar atravesados por el Otro, un semejante que atiende al grito desgarrador del desamparo, ser- parlante que acude al llamado y deja huella; rastro, es decir ausencia y con ello la impronta para el deseo y el lenguaje. Así, desde el origen estamos orientados al otro, al semejante, extraviados en su cuerpo, atravesados por el lenguaje y compelidos por un afán de reunión infinita. Este es el fundamento de la locura, y en especial de la locura amorosa.

No nos queda entonces otra opción que crear entramados, relaciones con los otros donde se figuran y moldean modos de satisfacción que en la clínica del amor pueden decantarse hacia lo pasional, incluso hasta lo sacrificial relacionado con un goce más tanático que erótico. Este entramado tiene que ver con las formas con las que uno tramita las inscripciones relacionadas a este origen traumático y la soledad radical que nos habita.

Como lo señaló Griselda, -siguiendo a Freud-, el enamoramiento es un fenómeno que atañe al narcisismo y al ideal. El amor de objeto implica una sobreestimación sexual que proviene del narcisismo originario y da lugar al enamoramiento; que ha de entenderse como la transferencia de ese narcicismo sobre el objeto sexual dando lugar a un empobrecimiento libidinal del yo y  a una idealización del objeto.

En  Introducción al Narcisismo Freud se pregunta qué es lo que lleva a traspasar los límites del narcisismo y a poner libido en los objetos, su respuesta comienza con una razón económica: la necesidad sobreviene cuando la investidura del yo ha sobrepasado cierta medida y agrega: “uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo”; e incluso que uno enfermará si por alguna frustración no puede amar. ¿A que enfermedad se refiere Freud? Siguiendo sus reflexiones parece que la amenaza está en la retracción de la libido que llevaría a lo que llama neurosis narcisistas. La incapacidad para amar tiene entonces que ver con un no poder salir de una economía autoerótica, solipsista que llevaría a la hipocondría o bien a las parafrenias.

Cando Freud analiza el mecanismo paranóico señala que en el enamoramiento intenso hay una sofocación del suplemento del delirio de grandeza que queda en todos como sustrato del narcisismo infantil y agrega la siguiente cita de Giordano Bruno: “Pues donde el amor despierta, muere el yo, el tenebroso déspota”

Si en la paranoia se genera un delirio de fin del mundo para protegerse de la sensación de la catástrofe interna, habría que preguntarse qué ocurre en el enamoramiento donde pareciera que la vida,  y el mundo todo se colocan en el otro.

Ahora, si seguimos pensando el problema del amor junto con Duelo y Melancolía surgen reflexiones interesantes…

Desde los manuscritos Freud dijo que la melancolía era una pérdida de libido y duelo por ello; así, tenemos que en la melancolía –como en el enamoramiento- hay una suerte de vaciamiento  del yo, solo que en el enamoramiento se conserva el objeto hipercatectizado, y el ideal enajenado en este objeto. En el enamoramiento, la libido liberada se vuelca en el otro como sustituto del propio ideal y por ello se sucumbe al objeto, la sombra se coloca en el otro salvaguardando al yo de esta amenaza pero con el riesgo de perderse en el otro.

Ya nos dijo Freud que el no ser amado deprime el sentimiento de sí y el ser amado lo realza. El ser- amado constituye pues la meta y la satisfacción en la elección de objeto. Y cito: “… El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y sólo puede restituírselo a trueque de ser-amado”

Dice Lacan, que la inadecuación entre el amante y el amado es el problema del amor como significante. Nos recuerda Griselda que es este desencuentro, la discordancia, es decir la inadecuación lo que limita el goce desatado, desregulado; siendo así la discordancia el sostén del deseo y barrera a ese quedar atrapado en un estado fusional o podría decirse de alienación en el otro como ocurre en el amor pasión. La discordancia implica el aceptar al otro y por lo tanto a uno mismo como ser-en-falta, es así que cuando la disparidad, la falta, no es convocada en el encuentro amoroso estaremos en la clínica del amor pasión.

Nos dice Octavio Paz que la palabra pasión significa sufrimiento y, por extensión designa también al sentimiento amoroso. El amor es sufrimiento, padecimiento, porque es carencia y deseo de posesión, de dicha porque es posesión, aunque instantánea y siempre precaria.

Nos explica Fedidá que la mortificación amorosa y el sometimiento al imperio del objeto idealizado -al que se consagra el yo- está presente en todo enamoramiento. Junto con esto desaparece toda referencia crítica del ideal del yo –ahora coptado por el objeto-. Surge aquí lo que mencioné antes respecto a cierta similitud con la melancolía; en esta, la sombra del objeto cae sobre el yo; en el enamoramiento la sombra es colocada en el otro.

Paradójicamente, en el enamoramiento todo ocurre como si la melancolía fuera imposible: completamente sometido al objeto, el yo parece garantizar su auto-conservación. Concuerdo con Fedidá en que es preciso suponer que en ciertos enamoramientos en especial los pasionales, el terror puede ser la experiencia primitiva de una aflicción física y psíquica que vuelve posible la alienación en el objeto. Es un hacer al otro, al amado, garante de la libido, una especie de reservorio externo, como si hubiera una amenaza en el hacerse responsable de los destinos que se le podrían dar a la misma. Haciendo –de esta forma- responsable al otro de nuestro placer y de nuestro padecer.

Lo característico del amor-pasión es que se manifiesta como demanda de incondicionalidad, pero como esto no es posible aparece entonces la violencia porque el otro no va a dar lo que se quiere. Pedir incondicionalidad implica posesión, dominio, o bien una dependencia sacrificial del objeto amado, esperando ser indispensable para el otro y así  sostener la ilusión imaginaria de unidad. El objeto, ahora colocado en el lugar del ideal ejerce un poder de fascinación, y el yo queda paralizado, inmóvil, …experiencia muy cercana al espanto, al terror. Goce no regulado –que como señaló Griselda-  tiene que ver con una renegación de la falta.

Piera Aulagnier nos regala con interesantes reflexiones sobre el amor-pasión. Ella señala que en la relación pasional el objeto se ha convertido para el yo en la fuente exclusiva de todo placer, pero que incuso el placer ha sido desplazado hacia el registro de las necesidades. El placer se ha tornado necesidad.

Entre el estado pasional y el amoroso la diferencia es cualitativa, no cuantitativa. Al hablar de pasión se está excluyendo la reciprocidad, y por ello el otro se vuelve garante de cualquier satisfacción, el yo se siente privado de la capacidad de proveerse de experiencias placenteras. Así, el otro es dotado de un poder casi omnipotente, y se le vive como no necesitando nada. Por ello el sujeto se piensa como no teniendo poder alguno en el sentido de poder ser fuente de sufrimiento para el otro. En esta dinámica para el que ama con pasión los momentos de sufrimiento superan en mucho a los de placer, es así que el registro de lo mortífero se va haciendo cada vez más presente. Piera resume esta dinámica en una frase: “ya no es -gozo, luego amo-; sino -sufro, luego amo-” .

Por consiguiente –nos dice Piera-, habrá que llegar a la conclusión de que si el objeto de la pasión es ese objeto híbrido capaz de satisfacer conjuntamente a Eros y a Tánatos, la supremacía del sufrimiento, así como el deseo de no sufrir más -e incluso- de no desear más, demuestran que la elección del objeto es más la tarea de Tánatos que de Eros.

Por supuesto en todo este rejuego está presente un componente proyectivo importante; pues se coloca en el otro ese poder de causar sufrimiento que es propio. A riesgo de caer en el auto-tormento martirizador del superyó, mejor que sea otro el que se haga cargo del deseo . Un no querer hacerse con la libido propia, como si se tuviera temor a dejarla ir en el entramado melancólico, dejando caer la sombra del objeto sobre el yo. Desgarramiento de la estructura narcisista que genera una conmoción de la economía libidinal.

Por esto, mejor el amor, el amor pasión; que sea el otro el que haga pagar con sufrimiento toda promesa de placer.

Pareciera entonces que el encuentro con la disposición pasional, dejara al descubierto de nuevo la el dolor primordial, el desamparo y con ello la necesidad de sostenerse en el otro para sentirse vivo, en el marco de la necesidad, que no del deseo.

Mejor la enajenación de la fascinación que la sensación de derrumbe, que el irse diluyendo en una sensación de no ser; mejor quedar prendado, capturado por el agalma colocado en el otro; agalma que esconde mediante su reflejo primoroso el terror al vacío de significados y significantes.