Por: Javier García

 

Por siglos hemos tratado de desentrañar el cuerpo como organismo tanto en estructura y funciones como en alteraciones. Frente a esto, el conocimiento científico se encuentra con los límites de nuestra percepción por un lado y con los de la representación y el pensamiento por otro. Ante lo que me pregunto ¿en qué medida un objeto puede o no entrar en una semiótica? ¿Cómo se lo conoce y construye según la disciplina que lo lea? ¿Son influidas las representaciones del objeto por los imperativos, ideales e imaginarios de cada cultura y época? Y, ¿cómo los discursos cambian y construyen el objeto?(1)

La relación entre la cosa y sus representaciones pone en tela de juicio que nuestro pensamiento es la consecuencia lógica de una existencia precedente. Tomemos por ejemplo que los pechos de una mujer despiertan el apetito sexual mucho más que su nuca, como si hubiera una relación directa entre la anatomía y lo erótico. Sin embargo, en Japón Geishas y Maikos pintan sus nucas (komata) de blanco, dejando una zona en forma de V o W sin pintar, al modo de un escote. Poniendo así atención en esta zona erótica. No se trata entonces de una erótica atada a la anatomía sino de una construcción cultural-erógena del cuerpo(2) y muy especialmente de sus bordes.

A este respecto, me refiero a una “realización” discursiva, es decir, de cómo los distintos discursos causan efectos en los cuerpos(3). Lo que ha sucedido y sucede con las remodelaciones en el cuerpo por la gimnasia o por la tecnología aplicada en las cirugías, pero no menos en la acción de los distintos discursos. En todos los casos se trata de acciones de la cultura sobre los cuerpos reales.

La forma en que el Psicoanálisis observa y escucha los cuerpos, introduce un quiebre con respecto a la medicina. Específicamente, me refiero al fracaso de la medicina frente al cuerpo de la histeria. En ese sentido, podríamos pensar que el Psicoanálisis surge en esa falla de la lectura médica del cuerpo neurótico. Para explicar este quiebre, puntuaré sucinta y parcialmente, algunos de los sesgos de la lectura psicoanalítica del cuerpo.

En primer lugar, el Psicoanálisis escucha el síntoma corporal como símbolo que está en lugar de algo sexual y reprimido, desconocido por el paciente. Por el contrario, el síntoma médico tiene en general una relación indicial(4) con la causa. Lo que implica que el médico escucha el síntoma, indaga los signos objetivos y recurre a un interpretante: (siguiendo a Charles S. Peirce) el conocimiento y la nosología médica. Bajo esta mirada, los síntomas histéricos y neuróticos no tienen una lectura eficaz.

Por su parte, el síntoma en Psicoanálisis no se sitúa de modo indicial, es decir, en contigüidad respecto a un objeto causal, sino en una relación de sustitución simbólica(5) inconsciente. Con lo que el síntoma corporal es simbólico. Concepto que funda al Psicoanálisis y con éste a un cuerpo que habla y pide ser escuchado.

En segundo término, Freud investiga y descubre que lo simbolizado es inconsciente por efecto de la represión cuyo motivo es la sexualidad humana, infantil, edípica, basada en las pulsiones parciales. Al respecto destaco el placer corporal circunscrito sobre todo a zonas de intercambio, orificios y bordes que experimentaron separación con objetos, es decir, partes perdidas del cuerpo o vividas como si lo fueran (ej: el destete: separación y pérdida del pecho, vivido como parte de su cuerpo). Aquí se concentra la libido en goces parciales porque la pulsión está donde se han perdido objetos(6).

La sexualidad infantil reprimida, que es la sexualidad humana, es organizada por Freud en las fases del desarrollo libidinal en zonas erógenas. Forma en que lo sexual excitatorio del cuerpo (el “reitz”) juega con los otros y sus deseos en un marco constituido por reglas de intercambios. Se trata de los interpretantes actuales e históricos, conscientes e inconscientes que significan esas experiencias. Se realiza a la vez un disciplinamiento, la fijación de la pulsión a un representante de esa experiencia, y una escritura erógena.

En tercer término, entonces, frente a la fragmentación del cuerpo pulsional erógeno y neuro-psicológico, la unidad del cuerpo será anticipada como imagen en el Yo(7) que para Freud (1923)(8) se forma sobre la base de este cuerpo pulsional fragmentado por la influencia directa de una percepción.(9) El cuerpo, especialmente su superficie “es visto como un objeto otro”(10)(11). Freud recurre a la analogía del “homúnculo del encéfalo”, según lo cual esa imagen es −como toda imagen− una construcción. Por su parte, para J. Lacan (1949)(12) el Yo es el resultado del estadio del espejo, donde se construye una unidad imaginaria efecto de la imagen, reflejo de la imagen en el cuerpo. Por lo que la idea de cuerpo propio es una imagen procedente de la imagen de otro, ya sea la superficie del cuerpo propio como otro o bien la figura de otro. Esa imagen-otro genera un efecto imaginario de cuerpo propio anticipado, tanto respecto a la maduración neurológica como a las experiencias erógenas de las pulsiones parciales. No se trata sólo de disponer de una imagen unitaria del cuerpo sino de que, además, esta imagen actúa sobre el cuerpo real con efectos formadores.

En cuarto término, el cuerpo sexuado en relación al concepto de falo. Enfatiza que para el Psicoanálisis la imagen del cuerpo propio y, especialmente, del cuerpo de la madre queda caracterizada por la imagen fálica. Más allá de la existencia de pene real o no, la imagen de madre es la de un cuerpo fálico (Freud, 1923. Casas, M., 1989)(13)(14) y  el hijo ocupa el lugar de falo de la madre. Esto independiza el falo de la anatomía y de la percepción  al mismo tiempo que lo coloca en el centro de la construcción del cuerpo erógeno. En su dimensión imaginaria, en su excitación real y por su carácter de rasgo, el falo permite sentirse unificado. La dimensión imaginaria, además de armarse como fantasías fálicas, ejerce un efecto formador de imagen, un efecto de unidad corporal y de identificación. Esta función imaginario-simbólica-excitatoria está en el cuerpo erógeno, en la identificación subjetiva y en la organización social.(15)

Las dimensiones referidas del falo no serían de eficacia si éste no fuera, en todos los casos, y como anclaje de todas las experiencias, un punto de voluptuosidad de los cuerpos. Esa voluptuosidad o monto de excitación (“reitz”), unifica el cuerpo como experiencia de goce y permite el anclaje subjetivo de la imagen y el símbolo.

En quinto término, el cuerpo es discurso así como producto de escrituras. Por ello, la construcción de los cuerpos depende tanto del efecto de los discursos como de las escrituras. Lo que abarca diversas disciplinas, desde la semiótica, pasando por la lingüística, la plástica, la coreografía, la danza, el arte callejero, la arquitectura, la genética, la anatomía, la poética y el psicoanálisis, entre otros.

Y finalmente, en sexto término, una referencia al “final”, a “La transitoriedad”(16) , a la “pulsión de muerte”(17). Nuestra idea de un cuerpo armónico de biología y placer −un cuerpo de equilibrio vital, como buscan filosofías y técnicas que trabajan con el cuerpo− se da de bruces con los cuerpos en los más variados goces sintomáticos, tanto en la histeria como en las transformaciones corporales y terribles destinos de cuerpos en castigos, guerras o inmolaciones. Freud, vio el límite; no del placer mismo, sino de su principio del placer y apuntó al “más allá”; a la pulsión de muerte.  J. Lacan conceptualizó el “goce”.

Así, la experiencia del dolor y la pérdida, en relación al cuerpo, irá cascando la imagen fálica ideal e irá permitiendo la idea de tiempo y transitoriedad. Si disponemos de la idea de muerte es porque nuestro cuerpo es pensable, historiable y anticipable. Es decir, es un cuerpo simbólico. Y frente a ello, la pérdida toma un lugar central para el surgimiento del funcionamiento simbólico y para su agotamiento. No es cierto que a las pérdidas le corresponda su sustitución o su reparación; se trata de trabajos a medio camino porque el régimen tiende a perder y tiene su final.

 

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Al comienzo de este texto hablé de cómo las diferentes disciplinas han tratado de des-entrañar los misterios del cuerpo y cómo los han construido. Lo mismo hemos hecho  los psicoanalistas por lo que quiero plantear algunas preguntas y lineamientos parciales.

¿Cuáles de las escrituras que realizamos sobre nuestros cuerpos ayudan a hacer relatos y cuáles los borran?; ¿Qué escriben hoy nuestros cuerpos en el mundo? ¿En qué medida la construcción de los cuerpos no se hace al mismo tiempo que ellos escriben?; ¿Cambian los disciplinamientos en la construcción de los cuerpos erógenos en las distintas épocas y culturas? ¿Cambian las reglas de las relaciones de parentesco e intercambio sexual? Si así fuera, como parece, ¿podemos tomar al pie las fases del desarrollo libidinal de Freud sin tener en cuenta su contexto cultural y sin replantearnos nuestra época? La misma pregunta vale en relación al complejo de Edipo, las identificaciones sexuales y las elecciones de objeto.

Retomando que el psicoanálisis empezó a construirse en la falla interpretativa de la medicina, ¿en qué medida el cuerpo erógeno no es el síntoma que, como un eslabón, une las imágenes y las escrituras que hemos creado en el mundo?

Si pensáramos que efectivamente los cuerpos son construidos, ¿cuáles son los límites de estas acciones realizativas sobre lo real del cuerpo? ¿Qué tanto es posible cambiar ese real en su sexualidad, procreación, duplicación, modificaciones estéticas, o en su funcionamiento?

Por otro lado, ¿qué tantas variantes puede incluir nuestra capacidad de representar y pensar esos cambios?

 

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Sostener ese lugar de escucha del cuerpo como síntoma creado por Freud es una necesidad y un desafío de renovación en nuestro oficio. Frente a la tendencia a borrar a los otros como sujetos y domesticar a toda costa con diversos recursos, el reto es escuchar las metáforas nacientes en cada situación y cuidarlas como a una criatura. También nos corresponde hacer crítica de nuestros desvíos hermenéuticos generalizados, otorgándole a casi todo síntoma un valor simbólico con un sentido previo, en ejercicio de una práctica traductora. Por ejemplo, las llamadas anteriormente enfermedades psicosomáticas,  hoy parecen estar, al menos, entre paréntesis como concepto. La relación de la palabra con el síntoma somático no parece tener la consistencia ni la eficacia que con el síntoma conversivo. Tal parece que nuestra eficacia radica más en el trabajo simbólico, en incorporar esa alteración somática a la vida del sujeto a posteriori o en la construcción de redes que le permitan una mejor circulación y procesamiento de tensiones. Quizás el psicoanálisis haya encontrado un límite más modesto a su acción, especialmente referido a esta tendencia hermenéutica. Aunque las fronteras de nuestra comprensión y acción siguen siendo un desafío para continuar investigando.

Está en nosotros trabajar el reto de leer las nuevas metáforas y, cuando no están, ayudar a producirlas.

 

Montevideo, julio de 2016

 

Citas:

(1)

Las ideologías de cada época y cultura nos permiten entender el mundo de acuerdo a sus ordenamientos prevalentes (…) como lo mostró Thomás Laqueur  (…) a lo largo de la historia hubo un primer modelo acerca del sexo en el que se postulaba que había en realidad un solo sexo −unisexo−, donde el cuerpo femenino se consideraba una versión menor e inversa del masculino, porque sus órganos eran comprendidos como la versión interior, invaginada de los masculinos. Esta interpretación era compatible con los conocimientos científicos de la época sobre anatomía. (1994). “La construcción social del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud”. En: Feminismos. Madrid: Cátedra. (Capítulo 3).

(2)

Todas las culturas, las ideologías participan en la construcción de los cuerpos que conocemos y también en la construcción de los cuerpos que hacen las disciplinas y conocimientos científicos. Éstos últimos luchan por des-ideologizar sus construcciones, pero es cierto que todo lo que podemos pensar y construir tiene, en alguna medida, el color de los lentes con los que lo miramos.

 (3)

Concepto “performatividad” (realizativo) de John L. Austin, (1955) sobre enunciados que no se limitan a describir un hecho sino que lo realizan. Austin, John, L. (1981). “Cómo hacer cosas con palabras”. Barcelona: Paidós.

(4)

Que hay una relación de contigüidad, una conexión entre significante y objeto. Peirce dice que el índice es un signo o representación que refiere a su objeto porque tiene una conexión dinámica con él. El signo indicial tiene una relación de contigüidad material, con su objeto (la huella en la arena con el pie que la dejó, el hueco dejado por una bala). En el caso de los síntomas y signos médicos éstos deben indicar, a través de una interpretación que permite el conocimiento médico, una causa orgánica que tenga una relación también orgánica (anátomo-fisiológica) de contigüidad con los síntomas y signos.

 (5)

Freud, S. (1984). “Estudios sobre la histeria (1893-95)”. En: Obras completas, IV Sobre la psicoterapia de la histeria. (2ª Ed.), T. II. Argentina: Amorrortu.

(6)

A diferencia del instinto que tiene una relación de adecuación y naturalidad con sus objetos, éste  no es el caso de la pulsión. La pérdida de un objeto la lanza y su satisfacción es siempre parcial.

(7)

Por un lado la criatura humana nace anticipadamente, desvalida, prematura, inmadura desde el punto de vista neurológico, incapaz de disponer de control y conciencia unitaria de su cuerpo, desde el punto de vista de disponer del lenguaje también, aunque esté sumergido en él y, muy especialmente por el carácter parcial de la pulsión.

(8)

Freud, S. (1984) “El Yo y el Ello”. En: Obras completas. Vol. xix. Buenos Aires: Amorrortu.

(9)

Íbid, p. 27.

(10)

Ibíd, p. 27. “el yo es sobre todo una esencia-cuerpo (un yo-cuerpo); no es solo una esencia-superficie (o entidad de superficie), sino, él mismo, la proyección de una (esa) superficie”. (ibídem).

(11)

Freud, S. “El yo y el ello” Manuscritos inéditos y versión publicada. (set/2011), Buenos Aires: Mármolo-Izquierdo. En las notas manuscritas de El yo y el ello, se lee que en el capítulo 3 “el cuerpo propio se recorta de las percepciones y en esa operación interviene el dolor. Con el dolor,(…) el cuerpo vale como un objeto ajeno”. pp. 62 y 69.

(12)

Lacan, J. (1988). “El estadio del espejo como formador de la función del yo (Je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”. En: Escritos 1. México: Siglo xxi, pp 99-105.

(13)

Freud, S. (1984) “La organización genital infantil”. En: Obras completas. (2ª Ed.), Vol. 19. Buenos Aires: Amorrortu.

(14)

Casas, M. (1989). “Acerca de la madre fálica. Fantasía, concepto, función.” En: La castración; Freud, Klein, Lacan. Montevideo: Ediciones Populares para América Latina, pp 175-217.

(15)

García, J. (2011). “El falo como lazo erógeno y social”. En: Rev. Uruguaya de Psicoanálisis, 112, pp.29-54.

(16)

Freud, S. (1984). “La transitoriedad (1916 [1915])”. En: Obras completas. (2ª Ed.), Vol. xiv. Buenos Aires: Amorrortu. pp. 307-312.

(17)

______. (1984). “Más allá del principio del placer (1920)”. En: Obras completas. (2ª Ed.), Vol. xviii. Buenos Aires: Amorrortu.