Por: Javier García

El Paraninfo es un lugar simbólico y querido para quienes nos formamos, estudiamos y militamos, en la Universidad de la República. En esta casa de altos estudios y sensibilidad social, Juan Carlos Plá se formó como médico y psiquiatra −y militó en la Federación de Estudiantes Universitarios feuu−, en la Asociación de Estudiantes de Medicina −aem− en la década del 50, junto a personas como Pablo Carlevaro, Hugo Villar, Hugo Dibarboure, entre otros. Fue un tiempo decisivo en la lucha por la nueva ley orgánica, que permitió la autonomía y el co-gobierno en 1958.

Plá, fue Profesor de Psiquiatría de esta casa aportando desde allí, y en toda su vida, una escucha y pensamientos agudos, sensibles, curiosos e inteligentes, inesperados, dirigidos a los locos, a la locura y a las psicosis; aportes de los que muchos nos hemos nutrido tanto en el Río de la Plata como en México. Trasmitió que es inseparable el Psicoanálisis de la locura, la vida misma de la locura, lo humano de la locura. “No hay NO locos −decía en su conferencia del 94− ¿O es que hay? Yo miro y nunca he encontrado tamaño ejemplar, pero uno nunca pierde la esperanza”. (Conferencia set/1994, pág. 14).

Con Juan Carlos recordamos y homenajeamos estas características suyas de compromiso con la vida, con lo poético, con lo humano tanto social como psíquico y con lo más desafiante, con el Psicoanálisis como peste. Junto a él, en este nuestro 60 aniversario de la apu homenajeamos también a toda una generación o a varias generaciones de psicoanalistas con esos rasgos, que han permitido que estemos hoy aquí, como Valentín Pérez Pastorini, Rodolfo Agorio, Gilberto Koolhaas, Juan Carlos Rey, Héctor y Mercedes Garbarino, Aída Fernández, Carlos Mendilaharsu, Luis Enrique y Vida Prego, José Luis Brum, Tomás Bedó, Alberto Pereda, Luisa de Urtubey, Laura Achard, Carlos Sopena, Luz Porras, Aída Miraldi, entre otros queridos maestros y compañeros comprometidos, como Juan Carlos, en el trabajo con la locura.

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Hacer un texto en homenaje a Carlos −en este lugar y a la vez como actividad preparatoria de nuestro congreso de psicoanálisis sobre “El cuerpo. Encrucijadas” (que comienza mañana)− me llevó al título: “¿Dónde .. los cuerpos?”.

Inevitablemente este título me remite a distintos espacios y cuerpos: los cuerpos invisibles, los cuerpos de los muertos, cuerpos de los anatomistas, de los imagenólogos, los cuerpos desaparecidos, los cuerpos de la locura, el cuerpo del erotismo, los cuerpos del embalsamador, los de la pornografía, los cuerpos de nuestras palabras o el discurso como cuerpo, los fantasmas, el cuerpo del delito, el cuerpo social, entre otros. Lo cierto es que no hay un cuerpo sino “cuerpos” y todos ellos construidos por nosotros aunque obviamente de una forma muy poco consciente y voluntaria, en muchos de ellos. La idea de que traemos un cuerpo y que somos un cuerpo (el ser identificado con el cuerpo), se refiere al organismo biológico, al animal, a lo que disponemos como soporte pero que, una vez nacidos-sumergidos en la cultura, es decir desde siempre, se impacta, afecta, escribe y mortifica por los distintos discursos.

Así, hay acciones de la imagen sobre el cuerpo, una dimensión imaginaria que permite la unificación en imagen, bordes, de un organismo prematuro (Lacan, J.;1949. El estadio del espejo). Hay acciones del significante sobre el cuerpo, golpeándolo y separándolo de la carne, de modo que al entrar en el lenguaje −si es posible hablar así− el sujeto pierde su cuerpo en tanto organismo (Lacan, J.; 1970). Las acciones de las palabras sobre el cuerpo no implicarían solo, ni predominantemente, una mortificación simbólica, sino también y especialmente un goce del significante en el cuerpo, escrituras corporales gozosas (Lacan, J.;  1972-3). De los diversos armados de nudos posibles surgirán allí los numerosos cuerpos.

Si la pregunta: ¿Dónde … los cuerpos? puede remitirnos a los distintos espacios donde esos cuerpos se construyen y no me refiero a una geografía espacial natural sino cultural. También, nos remite a los efectos actuales del terror de estado: la tortura, el exilio, la desaparición,… ¿Dónde… los cuerpos? En la palabra, en el grito y en el silencio de las masas, el cuerpo en acto se opone a estos horrores. Personalmente, la pregunta: ¿Dónde…?, inevitablemente me trajo el recuerdo de las palabras de otro poeta como Carlos, Rafael Alberti: ¿Dónde están…? ¿Dónde… los poetas…? ¿Dónde… los hombres?…

Y como las palabras tienen eso de llevarnos a distintos puertos y miradas, como invitan otros discursos, recordé también que la conferencia en Montevideo de Juan Carlos de setiembre 1994 sobre “El eterno retorno”, se subtitulaba:  “Dedicado a mis hermanos. ¿Pero dónde estáis ustedes, mis hermanos?”,  citando a Nietzsche, (Primavera de 1884. Fragmento póstumo).

Y aquí estamos, hermanos, hermanados, de diferentes lugares, como Guy Le Gaufey y tantos aquí presentes de estos pagos y de México. Aquí estamos, en el Paraninfo, pero ¿Dónde …?

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En el primer retorno de Carlos a Montevideo, al encuentro fuimos muchos re-aparecidos y muchos desaparecidos queridos. ¿Dónde… los muertos? Carlitos en el viejo Parque Hotel, antes del Mercosur, en ese ambiente que tanto le gustaba de un Montevideo que se dejaba vivir como en las primeras decadas del siglo xx, junto al Parque Urbano; frente al saladero Ramírez, lugar de la muerte del también mexicano Amado Nervo en 1919, en una de sus habitaciones, fantasmas, queridos invisibles que habitaban salones, pasillos, como  el interior de Carlos; en medio de la angustia por el retorno y el encuentro con los que no estaban, escucharlo decir: “¡¿Cómo pegarles una patada a los muertos?!” para poder sacarse los fantasmas de encima.

La angustia, la muerte y la locura eran temas y experiencias que lo habitaban, no menos que su amplia risa, su vitalidad. La poesía así como el pensamiento psicoanalítico, el filosófico y el humor, tierras de cultivo y cosecha de lo que su vida producía. Había dolor y violencia, alegría, anécdotas y chistes. Decía:

“Es más problemático de lo que parece ser llevado en brazos por un cadáver. Hay aquí una referencia a Shcreber y a un sueño premonitorio que Nietzsche tuvo a los 13-14 años sobre la muerte de su hermano. Uno está inevitablemente cadáver también. (…) A mí me parece que es uno de los momentos más claves en un análisis, más vitales y más violentos. Descubrirse muerto en brazos de un muerto. ¿Hasta qué punto uno está muerto? (…) es una vicisitud imaginaria en la que puede estar atrapada la vida (…) Se necesita mucha violencia vital para poder enfrentar algo tan traumático”. (Conferencia set/1994, pág 12).

Un análisis que descarta el grito eso es éticamente grave y analíticamente catastrófico.

Si el grito no es posible: ¿cómo vamos a nacer? Si no escuchamos el grito, estamos muertos (Íbid, pág. 14). (…) Cuando la transferencia abre los discursos, no está inmediatamente claro quién aúlla, dónde y desde dónde lo hace. Y, a veces, se puede aullar de las maneras más desplazadas imaginables. El punto es si uno tiene la suerte de oírlo. El tema central en todo esto es que implica un estricto rigor de trabajo y escucha. Un rigor que no está predeterminado, que no viene de un consejo técnico. Un rigor que se va inventando en la escucha, en los vericuetos de la palabra (íbid, pág 15) y que está exigido por la palabra misma.

Referí también y no menos que a la locura y a la muerte, a la vitalidad y al humor de Carlos. Las anécdotas, el chiste, la ironía y la risa o carcajada francas. Si nos oyera hablar de él, elogiosamente, ahora quizás recordaría, como cuando lo presentaron (Cristina Bianchi) al comienzo de la conferencia de 1996, esta historia:

Me acordé −dijo− de hace muchos años, en un club político era presentado un diputado que buscaba su re-elección. El presidente del club, hombre trabajador y de verba entusiasta, dijo: Bueno y ahora los dejo con esta piltrafa de hombre que es el diputado Árraga. Así es, (pág. 4).

Cuerpos invisibles…

Cuerpos, restos que no terminan de caer. La violencia vital-pasional de la frase: “Hay que poder darle una patada en el culo a los muertos”. Bien podía ser una frase de Charles Bukowski, como: “La relación sexual es darle patadas en el culo a la muerte mientras canta”. Pero no fue Bukowski. Tienen algo en común además del nombre. La violencia de esas frases como grito, por lo que genera la muerte y, además, porque la imposibilidad real de poder dar esas patadas, en la medida en que los muertos están en otro lugar, lo cual no impide que no podamos quitárnoslos de encima. No podrán recibir un empujón, un golpe que los eche, pero será posible hacerlo diciéndolo, gritar esa violencia de amor-odio para sacárselos de encima. El poeta, el psicoanalista.

Los objetos de intenso amor (odio-amor) tienen esa fuerza irresistible como la pulsión, que no viene de adentro ni de afuera, que viene de todos lados, que nos atrapa, que nos embarga, en el pleno sentido de la palabra embargo. Lo que nos agarra o lo que agarramos; lo que no cesa de no caer porque no dejamos caer o porque no dejan que caiga, eso: hace obstáculo. ¿Obstáculo de qué? Será necesaria una distinción múltiple entre el muerto, el cadáver, el resto y la sepultura. Distinción que implica poder hablar de diferentes cuerpos.

Un grito mueve nuestras miradas, deseos, acciones de amparo y provoca discursos, amorosos, históricos, comprensivos y todo esto en experiencias que sólo son posibles como acontecimientos de vida. En esa urdimbre humana, en esa coreografía móvil, se construyen los cuerpos. Escrituras, sí; con ciertos elementos escriturales fijos, sí; pero que se arman y desarman con las experiencias, como las lecturas de un poema sobre la misma letra, como el tránsito por una instalación artística o los recorridos a los que nos mueve la música. Nuestros cuerpos se arman escritos por los otros y el mundo; y escribiéndolos. La muerte ciertamente es un momento de des-armado, des-construcción. Imágenes, olores y voces parecen desprenderse con independencia fantasmal. También allí el grito se hace necesario: “¡Cantad alto!”.

Re-ubicarse en relación a los cadáveres implica despejarlos, sacarlos, quitárselos de encima. ¿Para qué? “Para poder hablar con los muertos”, tranquilamente, sin angustias o sin tantas angustias. “De eso se trata”. Carlos citaba a Kierkegaard en el Eclesiástico: “llorad silenciosamente a los muertos, que ya han adquirido reposo” (ibíd.).

Es necesario saber que los restos están en reposo. ¿Dónde… están? Saber dónde están, por qué y cómo, para saberlos en reposo. Disponer de la historia, poder integrarlos a un relato. Es un derecho y es una necesidad de los vivos, de todos los pueblos, poder llorar silenciosamente, con calma y así poder hablar y vivir con sus muertos. Es parte del duelo. Despejar los cadáveres, enterrar los restos y disponer de sepultura.

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¿Dónde están …. ?

¿pero dónde están….?

¿dónde están los hombres?

¿dónde los cuerpos…?

¿pero dónde los hombres?

“¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta?”

“ ¿Tantas cosas han muerto que no hay más que el poeta?”

“Cantad alto.”

“Mirad alto.”

“Oiréis que oyen otros…”
“Veréis que miran otros …”

“Su canto asciende a más profundo
cuando, abierto en el aire, ya es de todos los hombres.”

(Balada para los poetas andaluces de ahora, Rafael Alberti, Ora marítima, 1953).

Para terminar; terminar y seguir con estos poetas entrañables. Dejándolos ir. Que nos dejen ir. Haciendo caso al humor de Carlos, “piltrafa” querida, que abierto a la risa se deja caer, ir, no hace obstáculo a la vida. Lámina liviana, aguda, brisa fresca que nos ayuda a vivir.

Montevideo, junio de 2016

*Presentado en Congreso de la APU, Montevideo 2016*