El espacio transferencial como proceso de historización simbolizante
“Historizar la repetición es convertirla en recuerdo”
Hornstein (2000).
Por: *Mtra. Miriam Grynberg Robinson
Trabajo publicado en Cuadernos de Psicoanálisis (2007) No. 3 y 4.Vol XL Págs. 51-63
Resumen
Este trabajo presenta una reflexión acerca de cómo se desarrolla el proceso transferencial en aquellos sujetos que básicamente, lo que repiten en transferencia son huecos de memoria donde los recuerdos no tienen palabras. Este estilo de repetición transferencial generalmente obedece a patologías graves de transmisión y vínculo. La transmisión se establece en negativo, a partir de lo que no ha advenido: es ausencia de representación palabra, sin espacio de transcripción y de transformación. Estos pacientes nos enfrentan a entender que lo que retorna en la historia transferencial son heridas que se establecieron antes de que hubiera la posibilidad de palabras. Es decir, lo que se transfiere es la experiencia del desamparo.
A través del espacio transferencial se intenta transformar los huecos de memoria, marcada por la pulsión de muerte, en historizaciones simbolizantes que permitan al paciente transformar la compulsión repetitiva en modos de recordar y de historizar; es decir posibilitar nuevas transcripciones que logren la traducción en palabras simbolizadas y ya no en huecos silenciosos.
Palabras Clave: Espacio transferencial, historización simbolizante, huecos de memoria, transmisión negativa.
Summary
This paper presents a reflection of the development of the transferential process in those subjects who basically repeat in transference memory gaps where memories have no words. This transferential repetition style is usually derived from severe transmission and link disorders. The transmission is established in negative, based on what has not yet occurred: it is the absence of word representations, with no transcription and transformation space. These patients lead us to understand that what returns in the transferential story are wounds that occurred before there was any possibility of words, that is, what is transferred is the experience of helplessness.
The intention through the transferential space is to transform memory gaps, marked by a death wish, into symbolizing historizations that enable the patient to transform the repetitive compulsion into modes of recollection and historization, that is, make new transcriptions possible, achieving a translation into symbolized words, and no longer into silent gaps.
Key words: transferential space, symbolizing historization, memory gaps, negative transmission.
Este trabajo surge y se lo dedico a mis pacientes, los que me han dado la oportunidad de vivir con ellos, la aventura de procesos en donde, básicamente, lo que repiten en transferencia son huecos de memoria donde los recuerdos no tienen palabras y que desde allí me han llevado a reflexionar acerca de cómo se desarrolla la transferencia con este tipo de pacientes. Este estilo de repetición transferencial generalmente obedece a patologías graves de transmisión y vínculo. Son estados donde la marca que el hecho traumático deja en la psique no logró transcripción a nivel de representación palabra, ya sea por el vínculo que dichos sujetos establecieron con los padres o por situaciones traumáticas vividas en la historia de los padres y silenciadas por estos. De esta manera, la transmisión se establece en negativo a partir de lo que no ha advenido: lo que es ausencia de inscripción y representación, sin espacio de transcripción y de transformación. El hecho traumático se inscribe en forma de hueco de memoria, de trazo sin palabras. No puede ser rememorado ni nombrado. Lo traumático, vivido en la historia del paciente no puede ser diferenciado de lo traumático vivido en la historia de los padres, y al no tolerarlo éstos, es depositado en los hijos. Se establece así una confusión entre la historia de los padres y la propia historia; una confusión entre el objeto y el paciente, entre su psique y la de sus padres. Se establece, como dice Green (1990), un cuerpo-psique monstruo combinado, para dos; una organización de unidad dual (N. Abraham 1987).
Generalmente esto sucede, dicen varios autores –Kaes (1993), Green (1990 complejo de la madre muerta), Grynbeg (1995), Mc. Dougall (1990), Faimberg (1993) -, por duelos no elaborados de la situaciones traumáticas vividas por los padres, los cuales dejan una depresión que no les permite sentir las necesidades de sus hijos, e inconscientemente depositan en éstos parte de lo que a ellos les resulta intolerable.
En este trabajo hablaré básicamente de los sujetos donde lo que se establece por este tipo de transmisión y vínculo, son huecos de memoria que no les permiten desarrollar una identidad diferenciada de sus padres, sujetos que carecen de palabras para nombrar lo que les sucede, viven constantemente sensaciones de demasiado lleno de una historia que no les pertenece y de estar vacíos de sí mismos.
En los inicios de la teoría Freud entendía la transferencia como la repetición del retorno de lo reprimido; es decir, desde el inconsciente dinámico donde lo que retorna a través de la transferencia son recuerdos infantiles que sí alcanzaron la representación palabra, donde sí hay inscripción en el plano de la memoria. Pero ¿cómo escuchar lo que retorna en negativo?, es decir, en silencios, en huecos de memoria, en ruidos desorganizados? ¿Cómo trabajar con aquello que no alcanzó la representación palabra? ¿Cómo pensar en historias que carga el sujeto, pero que van “más allá de él” y que son transmitidas en negativo porque son historias traumáticas no elaboradas y a veces secretas de la generación que le antecede? Para pensar en este tipo de retorno nos ayuda la conceptualización de la segunda tópica, donde Freud (“Más allá del principio del placer”, 1920) vincula lo traumático con la no ligadura, con la pulsión de muerte, y nos permite ver cómo la pulsión de muerte desinviste y destruye; produce huecos de memoria, deja sólo huellas que caen fuera de la representación simbólica que dificultan la rehistorización, huellas que se anclan en lo irrepresentable.
Considero que la tarea en el trabajo con estos pacientes no consiste sólo en recuperar una historia (es decir, con el retorno de lo reprimido, con inscripciones de memoria) sino sobre todo en posibilitar, vía transferencia, simbolizaciones historizantes (es decir, trabajar con el retorno de las huellas de memoria para construir su inscripción).
Así surge el enigma de cómo poder desarrollar un proceso psicoanalítico con el paciente que establece la repetición a partir de sus carencias, de sus huecos, de sus confusiones con el otro en transferencia. Por tanto la pregunta es:
- ¿Cómo trabajar la repetición en la transferencia en aquellos casos donde los recuerdos no tienen palabras; es decir, cómo escuchar los huecos de memoria y transformarlos en historización simbolizante?
Estos pacientes, según Green (1986), encubren por medio de sus síntomas una depresión primaria que sólo es posible descubrir en el proceso transferencial.
En estos casos estamos frente a transferencias de evolución difícil. Ya sea por la desinvestidura del objeto o por sentirse invadido por él, el paciente vive en la imposibilidad de individuarse, vive indiferenciado y fusionado con el objeto, pues el objeto y el sujeto se vuelven uno.
El paciente bordea la desesperación ante el temor de hundirse en la depresión, anclado en la historia de otro. Aún así, es posible ofrecerle una esperanza para, a través de la aventura analítica, transformar los huecos de memoria en una narración que ofrezca palabras para que puedan ser nombrados, organizados, ligados a la representación.
Estos pacientes me han enseñado cómo, a veces, narrarse tiene una dificultad que raya en lo imposible; me han mostrado la dolorosa existencia de seres humanos que nacen sin haber sido concebidos emocionalmente dentro de la psique de la madre, y su sensación, ante todo, de no ser y no tener palabras para empezar a narrarse; que oscilan entre sentirse invadidos por la voz de la madre y un desamparo profundo donde no hay más que silencio.
Piera Aulagnier (1969) le atribuye a la madre ser el objeto de transmisión, de tener la tarea de ser la portavoz. Porta la voz en tanto que, desde la llegada al mundo del infans, comenta, predice, acuna al conjunto de las manifestaciones del niño; pero existen madres que lo despojan de todo pensamiento autónomo. Mientras el niño no habla, la madre puede preservar la ilusión de una concordancia entre lo que ella cree que él piensa y aquello que él piensa. Pero el niño, cuando descubre que es una ilusión atribuir a la mirada materna el poder de definir sus pensamientos, da un paso fundamental en la posibilidad de establecerse como individuo. Este paso puede ser detenido por el temor de ser privado de la palabra, temor que el discurso materno puede dejar entrever.
La madre puede investir el pensamiento del niño si acepta la diferencia, la alteridad del niño en relación con ella, siempre y cuando la madre reconozca que no puede obtener una prima de placer. El placer de pensar sólo es posible si el pensamiento puede aportar la prueba de que no es una simple repetición de algo ya pensado. Si no sucede así, el niño queda alienado en el pensamiento del otro, viajando en la vida con una sensación de vacío, de muerto en vida, ya que para Aulagnier la vida es posible cuando uno es historiador de su propia historia. Si esto no sucede, aparece el odio por el objeto, al mismo tiempo que el terror a que éste desaparezca pues sin él, el paciente no existe. De esta manera vive prisionero del objeto en un mundo vacío. Así es como parece llegar el paciente a tratamiento, pidiendo en un grito silencioso, una oportunidad de lograr escribir su propia historia, de buscar el derecho de tener una voz propia y de no ser el que porta los muertos, los sufrimientos y la historia del otro.
Es por esto que el analista debe funcionar, especialmente en estos casos, como una madre metabolizante, y dar al paciente una oportunidad de historizar los huecos de memoria marcados por el vínculo y la transmisión.
Este tipo de pacientes, que vivieron su relación objetal con madres que no lograron interpretar y luego nombrar los estados afectivos y sensoriales del bebé, ya como adultos no pueden reconocer los signos afectivos y mucho menos elaborarlos simbólicamente. Los estados afectivos quedan fuera de la representación psíquica del sujeto; son inutilizables para permitirle pensar y actuar en consecuencia (Mc. Dougall 1990). Así, tanto el espacio que proporciona el encuadre como el analista, deben darle seguridad al sujeto para que éste vaya expresando sus contenidos psíquicos a través de expresiones precarias (pasaje al acto, procesos psicosomáticos, la palabra misma, que es muchas veces usada como acto y no como símbolo).
Estos pacientes son sujetos que vivieron en relaciones fusionantes con sus madres, las cuales estaban incapacitadas para proporcionar en el niño la posibilidad de elaborar y simbolizar el proceso de separación. Por eso, cuando el sujeto experimenta separaciones ya sea con la madre o en la posteridad en la compulsión repetitiva con otras relaciones, entra en pánico, en terror, puesto que sólo existe a través del objeto, y es por esto que manifiestan su enfermedad generalmente en procesos de separación. El par de angustia en los que estos pacientes viven es el de la angustia de separación-intrusión (Green, 1990). Así ellos entran en pánico no sólo en la separación con el objeto, sino también cuando lo sienten cerca, pues el haber vivido con madres intrusivas, les ha hecho sentir que el único pensamiento permitido es el de ellas.
Es por esto que en un proceso analítico para este tipo de pacientes, se intentará elaborar las angustias de separación-intrusión por medio de la relación transferencial, junto con los cortes y las modelaciones a través de las separaciones que el encuadre permite (vacaciones, fines de semana, días festivos).
Gracias a los cortes, a las separaciones, se hace audible la relación que el paciente tiene con su objeto. La relación simbiótica sólo puede ser nombrada y sentida cuando aparece la separación; de no ser así, la parte fusionante e indiferenciada quedaría muda, inmovilizada y depositada en el encuadre.
La historización simbolizante en el espacio transferencial.
Cuando el paciente entra a la relación analítica, el sentido de su historia está ausente, es un sentido virtual que aguarda su realización por los cortes y las modelaciones que ofrece el espacio y el tiempo analítico. Así, dice Green (1990), “El proceso transferencial lo revela, trae el sentido de su historia de la ausencia a la potencialidad y lo vuelve actual. A través del encuentro de dos discursos y por la vía de ese objeto que es el analista, con miras a construir el objeto analítico”. Es decir, podríamos pensar que gracias al establecimiento de la relación transferencial y por los cortes en la relación que el encuadre establece, es que se hace audible esa relación que el paciente tiene con su objeto y solo así, en ausencia, es posible saber de ella, de esa relación fusionante que al ser cortada puede empezar a ser nombrada y sentida: historizada. Esto le permite al sujeto ir elaborando dicha relación, ir conociendo a ese objeto que tanto en su intrusión como en su separación ensombrece el sentido interno de sí mismo, y es gracias a la interpretación del analista en la relación transferencial y por el corte en el encuadre, que el paciente tendrá la oportunidad de ir construyendo un objeto interno nuevo, estableciendo la presencia de la imagen simbólica del objeto constituida por las palabras y, al mismo tiempo, designar la ausencia. Entendiendo, como dice Green (1990), que son el encuadre y la interpretación el tercer elemento que permite el corte de la simbiosis entre el paciente y el analista.
En la aventura analítica donde el paciente se siente atrapado entre el vacío y la fusión, el proceso implica modificar la experiencia de desamparo. Son sujetos que cuando se quedan solos, sin el objeto real con el cual están fusionados, tienen la vivencia interior de desaparecer. Modificar la vivencia infantil implica ayudarlos a metabolizar la vivencia de desvalimiento para que intenten liberarse de lo traumático, entendiendo lo traumático como Freud (1926) lo conceptualizó en Inhibición, Síntoma y Angustia y recordando que, en dicha obra, una de las palabras claves es “desvalimiento”. Él consideraba que la situación traumática de base es la del “desvalimiento” y que todas las situaciones traumáticas remiten a ella. El trauma, dice, es una situación traumática infantil que no pone en juego tan sólo al sujeto y una ruptura en su barrera anti-estímulos, sino que es una situación vital de “desvalimiento”.
Por eso, desde este entendimiento del trauma, el transferir lo traumático es revivir el desamparo. Es una experiencia donde no se tuvo palabras para nombrar lo que pasó. Esas impresiones que quedan como huecos de memoria son traumas puros, sin palabras, sin historia, razón por la cual son traumas desorganizantes, invasores y paralizantes; es decir, son signos que no quedan contenidos en un texto porque para tener un texto necesitamos haber llegado a un nivel simbólico, y se requieren discursos que unan las impresiones sensoriales. El trauma se puede pensar como una impresión que se elabora como un cuerpo sin articulaciones, como una impresión atextual. En la transferencia es donde se tiene la esperanza de darle palabras a esos ruidos desorganizados, a esas impresiones atextuales, a esos huecos de memoria.
En la aventura psicoanalítica con estos pacientes debemos compartir la esperanza de que el terror de lo repetitivo, ese grito silencioso, se vaya transformando en una escucha donde el dolor pueda irse elaborando: que la relación permita, una repetición susceptible de ser formulada como una “petición” de ayuda (re-petición) que conduzca a una transformación creativa del trauma, modificando la historia. Es decir, que se logre simbolizar los huecos y la relación con el otro, hasta encontrar una voz propia que al paciente le permita “narrarse” y no quedar prisionero del trauma sufrido, cayendo nuevamente en la compulsión repetitiva.
Así, el intento es acompañar al paciente en el proceso para adquirir la función de pasar de la compulsión repetitiva que tiene que ver con lo no ligado, a la historización; tratar de darle sentido al sin sentido; ayudarlos a ligar la pulsión de muerte e impedir que llegue el aniquilamiento.
Estos pacientes le solicitan al analista algo más que su disponibilidad afectiva y su escucha: solicitan su potencialidad simbolizante, potencialidad que no sólo apunta a recuperar lo existente, sino a producir lo que nunca estuvo (Hornstein, 2000). Es decir, estamos frente a una problemática donde no se trata sólo de conflicto sino de déficit (carencias). Por eso, en el trabajo con estos pacientes la relación analítica se vuelve fundamental en su interjuego de transferencia- contratransferencia.
Esos huecos de memoria hablan sin que el paciente lo sepa, en su trabajo y en su silencio. Son voces cuya desaparición resuena en el espacio transferencial. Historizar en este contexto “es dejar que los muertos hablen”, es decir, es darle vida a la ausencia, darle sentido a las pulsiones.
Historizar, en este sentido, se parece más a la narrativa, a la poética que a la historia que trata de buscar la información de lo real en los archivos. Para Freud “la novela y la poética” se parece más al tipo de historia que creamos en el espacio transferencial donde lo que se busca es crear una construcción que le dé sentido a la historia de sufrimiento. Freud logra escribir su obra de esta manera. El momento decisivo de esta forma de escribir se presenta en el Moisés (1939), donde señala el hueco de memoria sobre el cual se construye “la escritura de la historia”. Éste será un ejemplo de su forma de escribir. Como dice M. De Certeau (1995) Freud autoriza su concepción en sus análisis, no finalmente, por pruebas, sino por la cita que da forma a su pensamiento. En el Moisés, esta cita es el fragmento de un poema, una escritura en donde nada sostiene la “verdad” sino su relación consigo misma. Se trata de una cita de Schiller que es una “sentencia”:
“Lo que vivirá inmortalmente en el poema debe hundirse en esta vida” (1800).
El texto freudiano pone en práctica esta teoría (poética) de la escritura, en donde la muerte, la pérdida, el silencio, la ausencia son necesarios para el nacimiento de la historia del sujeto que remite a esa otra historia, a la del Inconsciente. El poema está escrito para Otro. Durante la cura, éste será el objeto del Inconsciente. Los psicoanalistas serían los que sostienen el poema, construyendo palabras junto con el paciente allí donde el Inconsciente se calló (De Certeau, 1995). En la escritura transferencial, en el encuentro de dos discursos puede transformarse el silencio en palabra. En una palabra, que busque subjetivizar la historia del sujeto, y es vía transferencia donde se pone en acto esa vivencia indecible, y es gracias a la relación transferencial que se puede empezar a nombrar.
Estos huecos de memoria exigen de los analistas modelos de funcionamiento que remiten a un universo asimbólico. ¿Cómo oír estos signos? ¿Cómo decodificarlos para hacerlos simbólicos y de ahí comunicables mediante el lenguaje?
Estos signos están cargados de un mensaje para la psique, aunque a primera vista parezcan escapar a la representación. Se sitúan en el marco de una historia que es posible construir (Mc. Dougall, 1987). Así, después de largos procesos transferenciales, a veces lo que surge es la posibilidad de que los pacientes empiecen a tener palabras para nombrar lo que les pasa, lo cual en sí mismo ya es un acto creativo, pero algunos otros logran incluso transformar su sufrimiento silencioso en escritos o poemas donde plasman su narrativa histórica.
Aquí pongo el ejemplo de una paciente que fusionada con la madre y portando el mismo nombre de ella, entra a tratamiento con una sensación de estar sin anclas en la vida, sintiendo el ser un fantasma que habita entre humanos y que vive en caída libre, buscando siempre que otros se hagan cargo de ella porque no sabe qué hacer y no se sabe detener, ni entender. Después de cuatro años de trabajo analítico logra crear un texto novelado de la vivencia de su historia personal. Me lo da de regalo después de que en la última sesión antes de un fin de semana largo había llegado diciendo que quería “pasar todo el fin tomando”, y yo le dije que parecía no querer sentir nuestra separación, así como en su infancia cuando mamá no estaba y ella fantaseaba que algo la anestesiaba y así no sentía el tiempo que pasaba hasta que mamá regresaba.
En dicha ocasión se va impactada, y a su regreso me dice: “en vez de anestesiarme escribí esto y quiero compartirlo contigo”.
A continuación transcribo sólo un fragmento del texto:
Se trata de una mujer que viene de otra mujer.
Esta mujer agujerada, rota, sangrante, al borde de ser tomada por la obscuridad pero salvada y regresada a la vida por la gestación de un bebé. Era esa parte de su lucha contra la muerte, contra el vacío conocido. Ese bebé nació un fantasma (que además carga el mismo nombre que su madre) y el fantasma tuvo la suficiente fuerza para asirse a la tierra, amarrándose anclas de hierro en los tobillos.
La mujer que se sentía viva por tener un bebé, no pudo aguantar traducir, tocar, decodificar lo que pasaba y volvió violentamente a su cámara obscura; el fantasma no pudo entender… se quedó solo y lleno de faltas y rupturas.
El fantasma de niebla sigue desesperadamente buscando brazos y un cuerpo para habitar. Tiene una larga historia de adopciones y dolores tratando de residir en tantos otros cuerpos. Siempre exiliada. Y ese es el color de la relación con su terapeuta.
La verdadera pregunta es si va a poder abrocharse de un modo distinto a sus preguntas. Y si va a poder trabajar el hierro para sacarse una pesa del tobillo y convertirla en ala.
…Podremos mi terapeuta y yo lograr que logre separarme, que pueda ser, que el fantasma logre sentir un cuerpo propio en el cual habitar, que se sienta ser humano y no fantasma o me quedaré esclavizada en la historia, en la mirada, en el cuerpo de ella, mi madre.
La paciente logra ponerle palabras a lo que la desagarra, en vez de anestesiarse y no saber. En vez de dejar que sea un acto silencioso el que hable por ella, hace un texto y trata de describir lo que le sucede. Ahora empieza a tener palabras, después de 4 años de tratamiento que le permiten nombrar lo que le pasa.
Narra cómo no hay distancia entre objeto y sujeto; cómo ella es un fantasma en la medida que está inmersa en la historia, en el cuerpo de su madre, sin haber tenido permiso, por la depresión de ésta de buscar una separación con ella, una palabra propia. A través del tratamiento empieza a arriesgarse a intentar narrar su desgarro, a preguntarse “quién es”, lo cual significa tener menos miedo de mostrarse y de transformar su mundo interno en un mundo con palabras, con historia.
Green (1990) dice que escribir un texto es transformar la fantasía inconsciente, que se despliega en varios planos (el de la representación, el de los afectos, el del cuerpo, de la inducción a la descarga a través del pasaje al acto, etc.) por una organización estable, constante. El principio de la escritura es transformar algo venido del cuerpo deseante en una actividad de ligazón. La huella escrita es entendida como núcleo exclusivo de la transmisión del lenguaje, que sigue siendo la exigencia fundamental. La escritura crea un espacio propio, un movimiento autónomo. Sin que se haya roto la relación entre representación cosa y representación palabra, lo que ha cambiado es que el nexo entre la representación cosa y la representación palabra se inclina hacia la representación palabra. Podríamos pensar que es un intento de transformar los huecos psíquicos en representación simbolizante.
La transferencia como búsqueda de transformación.
Hablar de transferencia como búsqueda de transformación es apuntar a la repetición como motor de transformación y no sólo como retorno de lo igual. ¿Cómo pensar que en la repetición se logrará la transformación?
Freud en “Recordar, Repetir y Reelaborar” (1914) dice: “La transferencia es sólo una pieza de repetición y la repetición es la transferencia del pasado olvidado”. Con esto nos da a entender que la repetición es entendida como una acción, no como una transcripción que logra la traducción a nivel de recuerdo. Entiende el acto como una manera de recordar, sin que el paciente sea consciente de ello. El paciente trae en el acto una forma de recordar, como si fuera una impresión desarticulada y no simbolizada. Y continúa diciéndonos: “El paciente repite sin saber que lo hace, y durante el tratamiento no se liberará de esta compulsión de repetición; uno comprende, al fin, que ésta es una manera de recordar”.
Sabemos pues, que mediante el manejo de la transferencia se intentará transformar la compulsión a la repetición en modos de recordar y de historizar los síntomas, dándoles una nueva transcripción que sí logre traducción en forma de un registro de palabras simbolizadas y ya no de huecos silenciosos.
Mi paciente repetía la sensación de desaparecer cada vez que el objeto no estaba presente y fue en la relación transferencial que esa vivencia empezó a tener palabras, a transformarse en modos de recordar, la paciente comenzó a ser capaz de historizar las ausencias, en vez de quedar anestesiada, desaparecida, muerta en vida cada vez que el otro no estaba.
A partir de lo anterior, considero que la tarea del analista en el trabajo con este tipo de pacientes no consiste sólo en recuperar una historia, es decir, en trabajar con el retorno de lo reprimido, sino sobre todo en posibilitar, vía transferencia, construir una historia a través de la creación de historizaciones simbolizantes; es decir, trabajar con el retorno de la huella que deja el hueco de memoria, para intentar una nueva transcripción que logre convertirse en representación palabra.
Winnicott (1971) señala que el paciente logra este proceso si tolera el miedo al colapso originario; éste no puede ser recordado pero sí puede ser revivido durante el tratamiento gracias a la nueva fuerza yóica y al apoyo prestado por el analista y el encuadre.
Me parece que el hueco de memoria desde la pulsión de muerte puede describirse como lo traumático. Los Baranger y Mom (1988) consideran que el primer tiempo del trauma (lo pre-traumático) recibe su valor etiológico a partir del segundo, de su reactivación por un acontecimiento, a lo mejor trivial pero fechable y nombrable, y es justamente la historización analítica la que vincula ambos tiempos. Así entendemos cómo la historia psicoanalítica es el pasado historizado en el presente (Lacan 1985).
Podríamos pensar, a modo de conclusión, que la huella que deja el hueco de memoria es el trazo de lo traumático que aparece como una impresión de memoria sin articulaciones y que, por eso mismo, contiene un elemento de terror. Es en el espacio analítico, a través de la relación transferencial contenida por el encuadre, donde el paciente podrá permitirse revivir nuevamente ese estado aterrorizante, ilógico, desligador e intentar elaborarlo y transformar el trauma mudo, la huella de lo traumático en un trauma con historia, con voz, audible, donde la impresión desarticulada se convierta en una representación simbólica; que se intente transformar en representación-palabra, en un discurso simbólico y así diferenciar su historia de la historia de los otros.
Al paciente se le proporciona una aventura que va del silencio a la palabra, de la transformación de la representación cosa a la representación palabra. Entonces el futuro puede tener la esperanza de dejar de ser repetición de un espacio muerto y lograr una narración viva con una “voz propia” donde exista la posibilidad creativa y reparatoria que conlleva la palabra simbólica.
Aunque sabemos que lo esencial e la pulsión de muerte escapa al discurso, pienso que el paciente adquiere herramientas durante el proceso para intentar elaborar, crear, hablar para bordear y tolerar lo “unheimlich”, lo innombrable.
Mientras predomine eros sobre la pulsión de muerte podremos decir que hubo una reelaboración del mundo interno del paciente, siempre y cuando éste logre acceder a la palabra, al espacio de juego y no de muerte. Finalmente, que esto le permita separarse y acercarse al objeto sin perderse, encontrando su sentido, encontrando su individualidad, sintiéndose autor de su historia, desidentificándose de la historia que le pertenece al otro y asumiendo la alteridad.
Así poco a poco, la convicción de lo inevitable del destino dará paso a un por-venir posible.
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