El exilio de los psicoanalistas argentinos en México
Por: Fanny Blanck-Cereijido
“No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la fuerza. La gente queda dolorida la tierra queda dolorida. Nacemos y nos cortan el cordón umbili- cal. Nos destierran y nadie nos corta la memoria, la lengua, las calores. Tene- mos que aprender a vivir como el clavel del aire, propiamente del aire”.
Juan Gelman
El tema de los psicoanalistas argentinos es personal y autobio- gráfico, la historia propia y de los amigos, sesgada por lo subje- tivo, como todas las historias. Este relato no tiene pues, un carácter exhaustivo ni estadístico. En México hay muchos psi- coanalistas argentinos que vinieron exiliados. Tan es así, que cuando el gobierno de la Ciudad de México organizó una serie de eventos sobre las comunidades extranjeras que residen en esta ciudad, se habló en general de las condiciones de llegada, las diferentes contribuciones culturales, políticas, económicas de españoles, norteamericanos, ingleses. La convocatoria a los ar- gentinos incluía la reseña de un historiador, de una psicoanalista (yo), y de un literato. De modo que es sabido que la presencia de los psicoanalistas argentinos es importante.
Si bien no he realizado un estudio sistemáticamente cuantita- tivo, mi actividad o conocimiento a lo largo del último cuarto de siglo (1976-2001) en las sociedades psicoanalíticas y psicotera- péuticas mexicanas que tienen más número de miembros,2 me permite opinar que: (a) no menos de dos tercios de los psicoana- listas extranjeros que residen en México son argentinos; (b) la enorme mayoría de los psicoanalistas argentinos vinieron exiliados entre 1974 y 1978; (c) si bien después de 1978 siguieron llegando algunos colegas más, lo hicieron por razones preponderantemen- te económicas;3 (d) también me resulta evidente que la propor- ción de psicoanalistas entre los exiliados argentinos, es mucho mayor que la de psicoanalistas en Argentina, lo que equivale a decir que las condiciones de exiliado y psicoanalistas tienden a ir juntas; (e) creo que, tanto por su aporte intelectual, formación de discípulos, analizantes y hasta en la creación de instituciones de estudio y asistencia, los psicoanalistas argentinos desarrollaron y siguen desarrollando una actividad positiva.
En realidad, la meditación sobre la condición psicoanalista/ exiliado, nos la hemos planteado todos y cada uno de los psicoa- nalistas argentinos que llegaron a México pues, en un intento de comprendernos a nosotros mismos y al mundo que habíamos dejado atrás, rastreamos los orígenes e ideales propios y los de nuestros antecesores, ya que casi sin excepción provenimos de hogares en los que hemos convivido con abuelos y padres exiliados o inmigrantes, de aquí la pregunta por el origen, el pasado, por la historia de viajes, costumbres, traslados y pérdidas. Dichas re- flexiones mostraron con claridad que además del deseo de auto- conocimiento, las presiones gubernamentales para que las uni- versidades argentinas se limitaran a la formación de médicos, ingenieros, abogados, disuadían de todo intento de buscar ocupa- ciones académicas dependiente del ámbito oficial. Esta presión
fuerza a los jóvenes a buscar disciplinas que no dependan de laboratorios, instalaciones, aparatos, investigaciones de campo y gastos experimentales. Sabemos que el psicoanalista sólo requie- re libros, un diván y una inserción en una comunidad de colegas psicoanalistas. De manera que el bagaje cultural, el deseo de entenderse a sí mismo, la necesidad por ejercer una profesión y las características económicas de la profesión psicoanalítica, hicieron que, en cuanto se congregaron en Argentina algunos psicoanalistas pioneros, brotara una comunidad que fue crecien- do vertiginosamente en número, impacto social y trascendencia intelectual.
En cuanto a la relación exilio-psicoanálisis, mencionaré que en el grupo de los psicoanalistas que fundaron la Asociación Psicoanalítica Argentina, se encontraban Angel Garma, exiliado español y miembro de la asociación de Berlín; Celes Cárcamo, argentino formado en París; Marie Langer, exiliada vienesa, junto con Guillermo Ferrari Hardoy, Enrique Pichon Rivière y Arnaldo Rascovsky, que fueron argentinos formados fundamen- talmente en Buenos Aires (Balan, 1991). De modo que de estos fundadores, dos provenían del exilio: Angel Garma y Marie Langer, Rascovsky era hijo de inmigrantes y Pichon Rivière nació en Ginebra y pasó su infancia en la provincia de Corrientes.
PSICOANALISTAS MEXICANOS EN ARGENTINA
La sociedad argentina, de origen eminentemente migratorio, era relativamente abierta, y durante los primeros dos tercios del siglo XX tuvo una clase media numerosa. Las circunstancias político-sociales propiciaron la creación de instituciones a las que se imponían los ideales y la visión del mundo de una sociedad cosmopolita en ascenso. La actividad intelectual y científica fue intensa, y Buenos Aires se convirtió en un polo académico importante, cuyo ápice se alcanzó hacia 1955-60.
El psicoanálisis fue impregnando la cultura, la educación, la pediatría, la cardiología, y llegó a ser un elemento muy presente en las modalidades de pensamiento y del diario vivir de un extenso grupo social.
Una legislación promulgada durante el gobierno del presiden- te Juan D. Perón (1946-1955), habilitaba a los médicos que llegaban a la Argentina a estudiar sus especialidades a ejercer la profesión por el tiempo que durase su entrenamiento, brindándo- les así la posibilidad de costear económicamente su formación. Por aquellos años Buenos Aires se había convertido en la meta de muchos médicos latinoamericanos que llegaban a estudiar espe- cíficamente carreras psicoanalíticas. Entre ellos hubo por su- puesto muchos de procedencia mexicana: José Luis González, Santiago Ramírez, José y Estela Remus, Avelino González y Gustavo Quevedo (Dupont, 1997). Con la salvedad de Gustavo Quevedo, estos psicoanalistas formaron parte del grupo que fundó la Asociación Psicoanalítica Mexicana en 1957.
EXILIO DE PSICOANALISTAS ARGENTINOS
El día 1° de julio de 1974, murió el presidente de la República Argentina, Juan Domingo Perón, y fue sucedido por su esposa María Estela Martínez (“Isabelita”), que había sido su vicepresi- denta. Durante el gobierno de Isabelita apareció la tristemente célebre Triple A (AAA: Alianza Anticomunista Argentina), que desató una ola de arbitrariedades, persecuciones, atentados y asesinatos, eufemísticamente llamados “desapariciones”. La si- tuación hizo crisis el 24 de marzo de 1976, cuando una junta militar encabezada por el general Jorge Rafael Videla derrocó a Isabelita, usurpó el gobierno e implantó un régimen que multipli- có el terror, los secuestros y asesinatos, que hasta 1983, año en que decidió retirarse y encomendar el gobierno a los civiles, dejó un saldo de 30.000 personas “desaparecidas”. Los numerosos exilios de aquel lapso fueron constituyendo en Europa, Estados Unidos, México y otros países de Latinoamérica lo que Marcelino Cereijido (1990) llamó “La Provincia Argentina de Ultramar”.
La persecución que sufrieron los intelectuales en este escena- rio totalitario fue general pero, los psicoanalistas se convirtieron en un blanco obvio y fácil. De hecho, y como señalé al comienzo de este trabajo los psicoanalistas fueron un componente numero- so de dicho exilio, pues resultaban desconfiables, y acabaron catalogados de judíos y comunistas. Con todo, es oportuno dejar meridianamente claro que la enorme mayoría de los psicoanalis- tas argentinos no se exilió, permaneció en Argentina, tuvo una conducta digna, no dejaron de tener una actividad societaria, desarrollaron sus conocimientos, y de ninguna manera fueron confundidos por la incesante prédica oscurantista.
POR QUE MEXICO
Cabe preguntarse por qué destaca, al menos numéricamente, el exilio en México. Muchos de nosotros conocíamos la situación del psicoanálisis en México por algunos contactos con los cole- gas mexicanos en reuniones internacionales, y los viajes de trabajo y turismo habían establecido algunos vínculos. Pero había otros factores para escoger a México. En primer lugar, aquí trabajaríamos en castellano, además, México gozaba de mucho prestigio como tierra que acoge al perseguido político. Así, el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) había recibido con los brazos abiertos a los exiliados españoles, había revalidado sus títulos profesionales y permitido el ejercicio de las profesiones. Los trámites de reválida de los títulos profesionales de los argentinos que llegamos fueron facilitados por la existencia de un convenio recíproco entre México y Argentina. Además, las ins- tituciones mexicanas aceptaban de buen grado al recién llegado. De modo que tendríamos colegas, analizantes y alumnos. Por otra parte, en México el pago de los honorarios analíticos no depende de los seguros, que en otros países imponen condiciones legales adicionales para el ejercicio de la profesión. También fue impor- tante el hecho de que Marie Langer se hubiera establecido en México en 1974, pues ayudó a ubicar a muchos colegas.
A todo esto se agregaban las peculiaridades del ambiente cultural mexicano, pues conocíamos su historia precolombina, su revolución, sus personajes y simpatizábamos con sus ideales. Con todo, el extranjero es el Unheimlich, el extraño y, aunque tenga aspectos familiares, es el depositario de lo rechazado, de lo no reconocido como propio por cada sujeto. Así lo fue también para nosotros, impactados por rostros, hábitos y colores diferen- tes. Al llegar constatamos que el mexicano es ambivalente frente al extranjero, a quien recibe con generosidad, respeto y admira- ción, mientras que lo sepa en una situación de necesidad pero, el hecho de que muchos analistas argentinos fueran sólidos teórica- mente y exitosos en la clínica, despertó envidias y resentimientos en algunos medios profesionales locales.
De modo que el exilio de psicoanalistas argentinos en México comenzó alrededor de 1974 y se fue acentuando en los años subsiguientes. Pero la presencia de Argentina en el psicoanálisis de México data de muchos años antes pues, como hemos señala- do, ya desde los 50, varios colegas mexicanos habían vivido en Buenos Aires durante su propia formación psicoanalítica. Po- dríamos decir que el psicoanálisis argentino llegó a México antes que los psicoanalistas argentinos.
LOS PSICOANALISTAS ARGENTINOS LLEGAN A MEXICO
Los psicoanalistas y psicólogos que llegaron a México eran de extracción diversa. Algunos eran renunciantes de la APA, como Marie Langer, Horacio Scornik, Ignacio Maldonado, Diego y Gilou García Reynoso y yo misma, que en algunos casos habíamos coincidido en la actuación gremial, política o simplemente hospi- talaria. Otros eran colegas formados en otras instituciones, como la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, o de forma- ción lacaniana. También hubo psicólogos jóvenes e improvisados que “se recibieron en el avión”. Arribaron alrededor de 40 entre psicoterapeutas y psicoanalistas y, si tenemos en cuenta que los miembros de la APM eran entonces alrededor de 70, los psicoana- listas argentinos tuvieron y tienen una presencia muy considerable en el panorama profesional, formativo y científico local.
Contaron con la ayuda de Berta Blum, doctora en Psicología de la Facultad Católica de Buenos Aires, que había llegado a México en 1968, y dirigía el área clínica de la Dirección de Estudios Superiores de la Facultad de la Psicología de la Univer- sidad Nacional Autónoma de México (UNAM). A través de su gestión, entraron a la Facultad de Psicología de la UNAM Marie Langer, Ignacio Maldonado y Mara Lamadrid, ya que su director, el Dr. Luis Lara, fue muy receptivo y ayudó poniendo a disposi- ción de los exiliados una gran cantidad de posiciones docentes. También contaron con la comprensión y apoyo de Armando Suarez, emigrado español, conocedor de Freud e introductor de la obra de Lacan en México, que lideraba el Círculo Psicoanalítico. Esta institución, que había sido creada por Armando Suárez y Armando Páramo en 1971 tenía una orientación plural, y llegaron a enseñar en ella varios colegas argentinos.
Uno de los miembros más prominentes del contingente argen- tino fue sin duda Marie Langer (“Mimi”), que nació en Austria en 1910, en el seno de una familia judía próspera, estudió medicina e hizo su formación psicoanalítica en el Instituto de Viena. Cuando las autoridades del Instituto prohibieron a sus miembros el desarrollo de actividades políticas por temor a las represalias de los nazis, Marie interrumpió su formación y marchó a partici- par en la Guerra Civil Española. Luego emigró al Uruguay y de ahí a la Argentina, donde fue una de las fundadoras de la APA en los años 40 (Langer, 1989) Trabajó principalmente en temas relacionados con la condición femenina y la maternidad, y en los 70 escribió sobre psicoanálisis y política. A finales de los años 60, y frente a numerosos cambios políticos y sociales, Mimi integró el grupo Plataforma y renunció a la APA. En junio de 1974 fue amenazada de muerte por la Triple A y se exilió en México. Ya en este país, organizó sus “Seminarios de los Lunes”, que constituyó un lugar de encuentro y mutuo reconocimiento de los analistas argentinos que iban llegando al exilio mexicano. Mimi organizó también la ayuda psicoterapéutica para exiliados del Cono Sur y, al estallar la revolución nicaragüense, desarrolló el Programa Internacional para enseñar e impartir psicoterapia en Nicaragua. Luego regresó Buenos Aires, donde murió en 1988.
La recepción de los colegas locales, hospitalaria y amistosa, se refleja en los recuerdos del psicoanalista uruguayo Juan Carlos Pla. Cuenta que al verse forzado a salir de su patria, escribió a varios lugares y fue recibiendo contestaciones ambivalentes. En cambio, Armando Barriguete, colega de la APM, le envió un telegrama que decía: “En México, donde comen dos comen tres. Vente.” Así lo hizo y quedó por siempre muy agradecido.
En 1980 se creó el postgrado de Psicología en la Universidad de Querétaro, donde se ubicaron, entre otros, Berta Blum, Diego García Reynoso, Jaime Winkler, y Aída Dinnerstein. El colega uruguayo José Perres se ubicó en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco (UAM-X), que había sido creada poco tiempo antes, adonde fue profesor de varias mate- rias, publicó numerosos artículos sobre teoría psicoanalítica y enseñanza del psicoanálisis. Fue profesor del Círculo Psicoana- lítico, del que también fue presidente, y falleció en 1999. Tam- bién llegaron Laura Bonaparte, Sara Criscaut, Beatriz Orosco, Marta Reghi y Diana Rozensfaig, que entró en la Cátedra de Psicología Médica de la UNAM. Gilou Royer de García Reynoso trabajó en psicoanálisis individual y de grupo, y colaboró con colegas que estudiaban problemas de Medicina del Trabajo.
Diego García Reynoso desarrolló una intensa labor universi- taria, dictó seminarios y supervisó a numerosos colegas jóvenes en su trabajo con niños. Ignacio Maldonado se inclinó por la terapia familiar sistémica y fue uno de los fundadores del Insti- tuto Latinoamericano de Terapia Familiar (ILEF). Horacio Scornik, fallecido en 1980, se unió al Asociación Mexicana de Terapia Psicoanalítica de Grupo (AMPAG) y Walter Laborde, del Uruguay, se formó en APM y AMPAG.
En 1976 los argentinos Nora Gramajo y Jorge Saretta se establecieron en Guadalajara y llegaron a crear un grupo psicoa- nalítico numeroso. En 1976 llegaron Carlos Sheinkerman y Silvia Bleichmar. Carlos trabajó y enseñó psicoanálisis individual y de grupo, y Silvia psicoanálisis infantil. También enseñaron en Toluca y en Tabasco durante el gobierno de Enrique González Pedrero, creando albergues en los que recibían atención terapéu- tica los menores infractores (“Niños de la Calle”). Con ellos colaboró Marta Sánchez, psicoanalista de Córdoba y comenzaron a publicar la revista “Trabajos de Psicoanálisis” de muy buen nivel que, cuando Carlos y Silvia regresaron a Buenos Aires, continuó allá su publicación.
Nestor Braustein y Frida Saal (fallecida en 1998) ambos de orientación lacaniana, llegaron desde Córdoba en 1974. Enseña- ron en la Escuela de Psicología de la UNAM y trabajaron en el Círculo Psicoanalítico hasta 1980, año en que crearon la Funda- ción Mexicana de Psicoanálisis y en 1982 el Centro de Investiga- ciones y Estudios Psicoanalíticos (CIEP), institución de orienta- ción lacaniana que otorga maestría, organiza presentaciones, conferencias y organiza un simposium anual que resulta en una publicación.
En 1975-76, Marcelo Pasternak, Miguel Sosa, Estela Maldo- nado, y Hélyda Peretti, cordobeses, formaron la Escuela Lacania- na en la que también participan Beatriz Aguad y Alberto Sladogna. Se trata de un centro muy activo que organiza seminarios, “cartels” y publicaciones.
Juan Carlos y Esperanza Pla llegaron del Uruguay en 1977. Juan Carlos impartió seminarios sobre Psicosis en la Universidad Iberoamericana, y varios cursos sobre Freud y Lacan. El seminario sobre psicosis que creó Juan Carlos y la Asociación Mexicana para el Estudio del Retardo y la Psicosis Infantil (AMERPI) que fundó Esperanza, aún continúan funcionando con la participa- ción de numerosos colegas.
Otros psicoanalistas llegados alrededor del 76, fueron Marta Saslavsky y René DiPardo, comprometidas con la práctica y la enseñanza psicoanalíticas, Diana Rubli y Cristina Botinelli que ingresaron al ILEF. En 1980 llegaron Celia y Alberto Bleichmar, si bien a estas alturas el motivo ya no era el exilio, y fundaron Eleia, una institución de enseñanza de psicoterapia psicoanalíti- ca, que otorga licenciatura, maestría y doctorado.
Yo llegué en 1976, he coordinado numerosos seminarios sobre temas de mi interés, ingresé a la APM en 1982, en la que integro el Instituto de formación y, además de mis estudios específica- mente psicoanalíticos, publico libros y artículos de ensayo sobre el tiempo, el envejecimiento, la muerte (Blanck-Cereijido, F. y Cereijido, M., 1988), la sobrevivencia en condiciones extremas como la de campos de concentración (Blanck-Cereijido, F., 1998) y comparo la estructura del discurso psicoanalítico con el discur- so rabínico y el patrístico de la Biblia (Blanck-Cereijido, 1997).
Como vemos, los analistas argentinos nos hemos integrado a diversas instituciones, a veces como fundadores, ejercemos la docencia en el ámbito universitario y privado, y tenemos práctica privada, hospitalaria e institucional.
EXCEPCIONES QUE CONFIRMAN LA REGLA, LOS CLAROSCUROS DEL EXILIO
De lo expuesto surge claramente que, si bien el exilio consti- tuye una situación dolorosa e irreversible, la actitud solidaria de los mexicanos, ha sido la regla. Sin embargo, se dieron casos aislados que sirven de elocuente contraste. Así, el 18 de Mayo de 1996, en el discurso con el que inauguró su gestión como Presi- dente de la APM, el Dr. Eduardo Dallal y Castillo afirmó: “…y sobre todo los formados en Argentina, que llegaban contagiados por el entusiasmo colonizador y la megalomanía rioplatenses” (sic). Refiriéndose al grupo llamado Eleia que habían creado los Bleichmar declaró “…que resulta del afán colonizador riopla- tense.. y se convierte en un buen negocio…” (sic). Más adelante, aludiendo a AMERPI, la asociación creada por Esperanza Pla para atender el retraso mental y la psicosis infantil, opinó que dicha entidad “…resulta básicamente del esfuerzo pionero de una psicoanalista que se mueve a ocupar un territorio que le interesa científicamente, y lo convierte en un feudo más” (sic).
YA INSTALADOS EN MEXICO, INSERTADOS Y TRABAJANDO
Como todo otro exiliado, los psicoanalistas tuvimos, por supuesto, nuestras propias problemáticas personales y domésti- cas, y como tales fuimos conmocionados en nuestra propia iden- tidad y la propia pertenencia. Este sentimiento de pertenencia tiene un aspecto intrapsíquico relacionado con la propia fantasía del sujeto, con sus representaciones de sí mismo, la construcción de la historia de sus vínculos, con otros aspectos que dependen del lugar, espacio y tiempo, y de un código compartido que conforma el entorno familiar y sociocultural. Cada uno de noso- tros está definido por un tiempo, un lugar, un paisaje, un origen, un ideal del yo, que el exilio suspendió por una larga espera.
Este conjunto de factores determina la forma en que se lleva a cabo el desprendimiento de la Patria (trabajo psíquico de duelo), y las posibilidades de aceptar otros códigos, ya que muchas veces la adaptación al nuevo entorno es vivida como una traición a lo propio. Este aspecto quedó claramente ilustrado por la letra de un tango del escritor Humberto Costantini, argentino (1986), tam- bién exiliado en México. Al mirar el cielo nocturno de la ciudad de México, quedó consternado porque, vista desde aquí, la Luna tiene sus cuernos orientados hacia arriba y no hacia un lado como cuando se la observa desde Buenos Aires:
Ay esta luna de sonrisa sonsa.
Ay esta luna copa de champán.
Ay esta chanta luna mexicana.
Ay esta absurda luna horizontal.
No sos mi luna, luna del exilio,
sos luna de mentira y nada más,
sos una falsa luna provisoria,
sos luna de destierro y soledad.
La luna verdadera está allá lejos
plateándole la noche a mi ciudad,
Su ciudad era Buenos Aires, donde falleció a poco de regresar.
QUE VIMOS EN LA CONSULTA
Hemos dicho que en Argentina el psicoanálisis está mucho más difundido que en México; prácticamente no hay porteño que no sepa que, llegado el caso, puede recurrir a tratarse. Eso hizo que entre los pacientes que tuvimos en México al comienzo de nuestra estadía predominaran los argentinos. Aun hoy siguen siendo numerosos, a pesar de que, marchados los gobiernos militares, una gran proporción de exiliados argentinos regresó a la patria.
Los grandes conflictos humanos estructurantes del psiquismo (identificación, separación e individuación, complejo de Edipo, constitución del sujeto) son transculturales, pero cada cultura les imprime su influencia. Entre los mexicanos hay una mayor incidencia de patologías derivadas de una estructura familiar autoritaria, en la que el padre está ligado a su propia madre, y prevalece una ideología machista, presente como siempre tanto en hombres como en mujeres. Las mexicanas tienen más conflic- tos que las rioplatenses en armonizar sus carreras con sus fami- lias. Son más frecuentes las conductas transgresivas, las psicopá- ticas y las perversiones. En cambio, entre los argentinos recién llegados, la problemática más frecuente estaba ligada a las situa- ciones de pérdida provocadas por el exilio y, aun ahora que transcurrieron más de veinte años, entre los que decidieron permanecer en México aparecen todavía situaciones de depre- sión, ligadas a las pérdidas que causó el exilio.
EXILIADOS QUE REGRESARON A LA ARGENTINA
No dispongo de cifras estadísticas concretas, pero la cantidad de argentinos que regresaron a la patria tras el restablecimiento de los gobiernos civiles en 1983 es mucho mayor que la que decidió permanecer en México. Resulta significativo que en la población de psicoanalistas exiliados la proporción es justamen- te inversa; de manera que si consideramos que la proporción de exiliados psicoanalistas ya era más alta que en la población general de Argentina, ahora dicha proporción es aún mayor. Quienes más regresaron fueron aquellos que estaban más com- prometidos con la actividad política en Argentina. La causa de que no sólo los psicoanalistas fueran los menos regresadores, sino que además continuaran llegando a México a pesar de que las razones políticas y de seguridad personal para exiliarse habían desaparecido, fue que Argentina estaba saturada de colegas, y atravesaba una situación de crisis económica que hacía escasear el trabajo.
Entre los exiliados argentinos predominaban los que tenían una preparación académica de nivel universitario. Eso hizo que su bienestar económico fuera superior al que tenían antes de llegar a México, o el que lograban al regresar. Muchos tenían hijos que habían llegado de pequeños y que ahora eran adolescen- tes o jóvenes que hablaban con acento y giros mexicanos, pues se habían formado aquí. Cuando regresaban, padecían un desexilio, porque no retornaban iguales que habían venido ni encontraban una Argentina idéntica al país que habían dejado. Allá los llama- ban “argenmex” y se sintieron nuevamente extranjeros.
La otredad y la extrañeza son cualidades necesarias para construir un sujeto y una cultura. Esta cualidad debe provenir del exterior y ser asumida en la intimidad aunque, repito, no resulta completamente asimilable. De ahí el enriquecimiento y la com- plejización que aparecen a partir de la exposición a lo otro. Los exiliados argentinos nos enriquecimos al vernos a nosotros mis- mos desde los ojos del otro, a quien también pudimos devolver una mirada diferente sobre sí mismo. El exilio en México nos hizo cuestionarnos, nos obligó a ver otros colores, oír otras maneras de hablar, meditar y comparar situaciones, cuestionar nuestra normatividad. Hemos elaborado razonablemente las di- ferentes condiciones de vida, pero al mismo tiempo seguimos siendo una minoría, con las desventajas que esto implica. Este encuentro conmocionante, doloroso y también hospitalario am- plió nuestro criterio humano y profesional, nos dio la posibilidad de proseguir la vida, y nos benefició a nosotros, a nuestros analizantes, colegas y, esperamos, a las nuevas generaciones de analistas.
EXILIO
El ser humano tiene interdependencias absolutas para devenir sujeto, ya que, como sabemos, su constitución comienza cuando el infans es mirado por la madre y se ve en ella como si fuera su semejante. Su dependencia emocional es tal que si no se lo sostuviera emocionalmente ni se lo convirtiera en un miembro de la cultura mediante afecto, sonidos, imágenes y palabras, no podría convertirse en persona, y podría llegar incluso a sufrir una depresión anaclítica mortal (Spitz, 1958). Aún aquellos sujetos que son criados, educados y se desarrollan satisfactoriamente, pueden caer luego en una situación de anomia, en la cual la desaparición de los valores comunes a su pertenencia histórica puede causarles una desorganización mortal. Así y todo, puesto que los humanos pertenecemos a una misma especie y esta especie, originada en un solo punto del planeta, hoy lo cubre por entero, nos encontremos donde nos encontremos todos hemos llegado a nuestra residencia actual como extranjeros
La experiencia del exilio aparece como un sentimiento de profunda pérdida y como una ruptura total con el diario vivir. El exiliado experimentará de manera dramática un sentimiento de despojo y usurpación; el mundo de lo familiar, las relaciones sociales y amistosas, los objetos personales, el medio ambiente, la geografía, factores climáticos, dietéticos, económicos, políti- cos y culturales, dan sentido a una identidad permitiendo la construcción de un sentimiento de pertenencia, de patria. De forma que alguien que ha sido ubicado forzosamente en otro mundo, arrancado de manera violenta y súbita de todos sus referentes externos, se verá obligado a recorrer un sinuoso cami- no tratando de reconstruir una cotidianidad y en este proceso irá reelaborando su propia identidad (Yankelevich, 1999).
EXILIO Y PSICOANALISIS
La vida del mismo Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, estuvo marcada por varios exilios. Así, en su niñez debió acom- pañar las migraciones de su familia de condición económica precaria. Fue luego un exiliado de la comunidad judía, pues además de no ser religioso, desarrolló una visión libre y revolucionaria de la mente. Estas concepciones, notablemente el desa- rrollo del psicoanálisis, lo alienaron también de la comunidad biomédica vienesa de la que había surgido. De modo que su doble exilio, como judío y librepensador, acentuó su visión libre y revolucionaria de la mente (Gay, 1988). Finalmente, el hecho de que Freud fuera judío y psicoanalista, hizo que en las postrime- rías de su larga vida (1856-1939) el nazismo lo forzara a huir de Viena a Londres en 1938. Cabe señalar que esta condición de exiliados también fue sufrida por muchos colegas de las primeras generaciones que tuvieron que abandonar Alemania, Austria y Hungría y se refugiaron en América antes y durante la Segunda Guerra Mundial.
El exiliado. El sentimiento de ser exiliado parte de la situación de expulsión, de la distancia insalvable y la incierta presencia física del país perdido (Zambrano, 1988). Lo propio sólo aparece como lo negado o imposible. El sentimiento de pérdida se trans- forma en rechazo frente a lo nuevo, que se vuelve hostil, junto a la idealización de lo perdido. El exiliado anda fuera de su historia, del lugar en el tiempo y el espacio donde esa historia se desarrolló y había dado sentido a su vida. Desde que existe la polis los detentadores del poder utilizan la expulsión de ella como un arma contundente, que coloca al exiliado en un tiempo ignoto, sin un suelo conocido, y éste querrá entonces alcanzar su tiempo ya pasado en el futuro.
Para muchos exiliados la salida del país, peligrosa y precipi- tada, fue un modo de no ser atrapado en una cárcel o morir. Este hecho no evitaba el doloroso cuestionamiento: ¿habré hecho bien en salir?, ¿no podría haberme quedado? Se jugaban dilemas y convicciones, y aparecía la culpa por haber abandonado familia- res, militancias, pertenencias cuyo destino aparecía en peligro. Las condiciones de elaboración de la situación nueva eran distin- tas si se habían dejado atrás familiares o amigos muertos, si uno se sentía a salvo en el exilio pero recibía diariamente noticias terribles de lo que les estaba sucediendo a quienes habían queda- do atrás. La elaboración insatisfactoria de la situación de pérdida daba lugar a enfermedades psíquicas y somáticas, conflictos de pareja, separaciones. Aparecían situaciones de pánico, dificulta- des para pensar. La ruptura del proyecto existencial acarreaba deterioro y regresión (Grinberg y Grinberg, 1984).
Cuando las situaciones externas, tales como conseguir casa, trabajo y amigos, y las circunstancias internas, que suponían cierta tolerancia a lo nuevo y a las pérdidas, permitían finalmente elaborar el duelo de manera razonable, se podían abrir nuevas posibilidades creativas, nuevos horizontes y establecer nuevos vínculos que posibilitaban otra pertenencia. En general, transcu- rrido un cierto tiempo, los colegas exiliados se insertaron prove- chosamente y lograron buenas evoluciones, tanto personales como profesionales. Se trató de un proceso complejo, porque fue difícil armonizar, o al menos hacer coexistir el respeto por la propia pertenencia, por lo familiar, con lo nuevo, con las diferen- tes miradas sobre el mundo. En cambio, la despectiva renuncia a los orígenes propios resultaba empobrecedora y creaba una per- sona ficticia.
Por otra parte, uno iba constatando que el exilio no es algo que ocurre en un momento, y que luego se elabora, se resuelve, pasa y se olvida. El exilio continúa ocurriendo a lo largo de toda la vida y se acentúa en las circunstancias más inesperadas. El exilio cobra una profundidad más siniestra cuando mueren en la patria padres y seres queridos, cuando se suicida una amiga que no pudo resistir la lejanía, y finalmente cuando muere el primer exiliado. En el caso de los psicoanalistas exiliados en México ese primer muerto fue Horacio Scornik.
Extranjería. Veamos ahora la óptica complementaria. La si- tuación de prejuicio frente al otro es universal. La Argentina, por ejemplo, tenía una Ley de Residencia propuesta en 1902 por Miguel Cané, senador por Buenos Aires y famoso por su libro Juvenilia. Dicha ley permite expulsar del país cualquier persona que el gobierno califique como agitador extranjero, y los conser- vadores argentinos persiguieron la ideología democratizadora, que aportaban por entonces los radicales, socialistas y anarquistas que llegaban al país con el enorme flujo migratorio. En este contexto el término extranjero adquiría la connotación de des- igual antes que diferente. Asimismo, el artículo 33 de la Consti- tución Mexicana consigna la facultad del Estado de expulsar sin juicio previo, “a todo extranjero cuya permanencia se juzgue inconveniente.”
La palabra extranjero contiene la raíz griega xenos y su enunciado expresa el desprecio y extrañeza que suscita lo que se considera extraño, ajeno, bárbaro, indeseable (Moliner, 1990). Muchas veces fuimos objeto de xenofobia (y cabe tener en cuenta que nosotros también la hemos ejercido). A partir del psicoaná- lisis sabemos que cada uno es extranjero para sí mismo, ya que alojamos dentro de nosotros una vasta zona de alteridad incog- noscible, el inconsciente, y hay un aspecto de extrañeza que subsiste en las relaciones entre los individuos, las clases y los pueblos. Ni siquiera en nuestro propio lugar de origen nos es posible adaptarnos a ese exilio de cada uno. Ante el sujeto extranjero emerge a la luz aquello propio que estaba destinado a permanecer oculto para nosotros mismos, lo Unheimlich. De modo que el propio inconsciente resulta ubicado en el extraño. Freud observa que el yo narcisista y arcaico, proyecta fuera de sí lo que experimenta como peligroso, convirtiendo al objeto de su proyección en un doble, en un extraño inquietante y demoníaco. (Freud, 1919)
La experiencia de la inquietante extrañeza es el índice de lo psicótico latente, de la fragilidad de la represión. Frente a ese extranjero que se rechaza, y con el que hay identificación, se pierden los límites. Si bien es raro que un extranjero provoque la angustia aterradora que suscita la muerte o la visión del sexo femenino, la xenofobia tiene relación con nuestros deseos y miedos al “otro” de la mujer, de la muerte. Al descubrir la aterradora alteridad que irrumpe frente a la aparición proyectiva de lo propio en el otro, no podemos mantener un yo sólido y separado. De modo que si el extranjero contiene la otredad amenazadora, se elimina al portador de esta alteridad antes que cuestionar la propia. De manera que la posibilidad de asumir la propia alteridad, la extranjería propia, convierte al extranjero en menos amenazante. Esto hace decir, esperanzadamente, a Julia Kristeva (1988): “Si soy extranjera, no hay extranjeros”.
Citas:
1 Una versión previa de este trabajo fue publicada en Del Tiempo y de las Ideas, libro de homenaje a Gregorio Weinberg (1999).
2 Asociación Psicoanalítica Mexicana (APM), Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Centro de Investigaciones y Estudios Psicoanalíticos (CIEP), Círculo Psicoanalítico, Asociación Mexicana de Psicoterapia Psicoanalítica de Grupo (AMPAG).
3 Principalmente dos: abundancia de terapeutas y pobreza.
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Fanny Blanck-Cereijido
Francia 131-2,
Col. Florida/San Angel 01030 México, D.F. México