Mtra. Liliana Tena Valades

Marzo 2024.

“Erase una mujer, que no sabía qué significaba ser mujer para el deseo del hombre, y decidió acudir a preguntarlo a quien presuntamente podía saberlo: un médico. Le llevó su cuerpo sufriente. Dibujó en él una anatomía diferente. Recibió como respuesta la pintura de un cuadro clínico que debía organizar a sus síntomas, según un ordenamiento de lógica médica. Una estética de la muerte, cuando ella demandaba por una ética de vida. Deambuló por diagnósticos, pronósticos, tratamientos, denunciando constantemente la impotencia de un presunto saber. Como era su cuerpo el que gritaba, sólo un médico podría descifrar su pregunta… a condición de escucharla. Y de su encuentro con quien decidió poner en juego su oreja, nació el Psicoanálisis”.

                                                                                                                                                Glasman, S. (1979)

Considero importante pensar y escribir sobre “lo femenino” en estos momentos en que escuchamos continuamente en diferentes partes del mundo, hechos y actos terriblemente violentos profanados en contra de la mujer. De cómo a través de la historia ha existido una lucha constante por encontrar un lugar propio y posicionarnos de manera diferente, y que más allá que tal lugar, sea el determinado por la voz masculina, sea el que nosotras mismas podamos definir desde nuestro propio lugar y formas particulares.

Me es también fundamental cuestionar, justo en este momento, la posición y alternativas que debemos tomar los que hemos decidido seguir al psicoanálisis, al respecto de esta problemática, a fin de que algo diferente pueda ocurrir, un cambio en el que la voz de la mujer pueda ser escuchada sin que lo destructivo y lo siniestro, tengan que ser las respuestas a su deseo y al uso de su libertad. Creo que si bien, no es el psicoanálisis el que pueda dar la solución total, ya que es una problemática bastante compleja, quizás sí pueda seguir proponiendo caminos diferentes, al menos para continuar delimitando una respuesta que hasta ahora y a pesar de todo, no ha sido contestada.

Por alguna razón me gusta pensar que en los albores del psicoanálisis estuvo presente una mujer. Dice Roudinesco (2000) “Hay siempre algo femenino en el origen del psicoanálisis, y todo sucede como si la emergencia de ese femenino fuera necesaria para la realización de una transformación de la subjetividad universal”.    

Es esperanzador considerar, que así como en el inicio, hoy puede seguir ocurriendo, que lo femenino siga desplegándose en el afán de la transformación y la evolución de lo que a nosotras mismas nos acoge.

También me agrada la asociación entre inicio-mujer-psicoanálisis, porque en esos tiempos antiguos, donde sólo lo masculino era tomado en consideración, fue a Anna O., una mujer, a quien se le atribuyera la invención del método psicoanalítico, obviamente no sin pensar en “el que decidió poner en juego su oreja”, convirtiéndose él mismo en psicoanalista.

En aquellos tiempos, señala Roudinesco (2015) se jugaba por la represión sexual, el paradigma de “LA mujer histérica”, nos dice la autora, “…para expresar su aspiración a la libertad, las mujeres no tenían otro medio que la exhibición de un cuerpo sufriente”. Entonces ello lo transpolo a la época actual, y me pregunto, ¿Para hacer uso de nuestra libertad y deseo, las mujeres debemos ser ahora portadoras de un cuerpo lastimado o destrozado? o ¿Para hacer uso de los derechos, tendríamos que volvernos también en ejecutoras de la misma violencia?

No sé si con motivo de este ensayo lograré responderlo, pero intentaré analizar desde Freud y desde algunas autoras, la perspectiva del psicoanálisis al respecto de lo femenino y sus avatares.

Desde pronto, Freud se lanzó a construir una teoría racional de la sexualidad, que era opuesta a las visiones de los ideólogos que se obsesionaban por el terror a “lo femenino”, a pesar de ello, también hacía suya la idea ancestral de que la mujer es para el hombre el enigma más grande de toda la historia de la cultura. Decía Freud, que los hombres siempre habían temido al poder secreto y aterrador poseído por las mujeres, no estando listos para emanciparse de él. Igualmente, señalaba que la vida sexual de la mujer adulta seguía siendo un dark continent para la psicología (1926). Dark continent, así como para el hombre blanco representaba la exploración del Congo en África, considerada oscura, hechizadora, femenina, salvaje, inexplorada por la civilización. De igual manera, la sexualidad femenina era representada por Freud: “Naturaleza indómita, parte oscura, enigma todavía no dilucidado por la ciencia”. Señala Roudinesco (2015) “Esa doctrina freudiana era en buena medida el fruto de una representación masculina de la mujer y de la femineidad heredada de finales del siglo XIX”. A pesar de ello, y mediante el psicoanálisis, la mujer empezaba a manifestarse a través de ese cuerpo hablante. Dice Alizade (1992) “Su cuerpo hablante empieza a dejar entrever las luces del continente negro que se va iluminando sin dejar de conservar aspectos secretos, intransmisibles, oscuros, constitutivos de la profundidad deseante de todo sujeto humano.

¿Qué quiere la mujer? Parece ser que para Freud, siempre fue extremadamente difícil responder a esta pregunta, de hecho señala “El psicoanálisis por su particular naturaleza, no pretende describir qué es la mujer, sino indagar cómo deviene, cómo se desarrolla la mujer a partir del niño de disposición bisexual” (1932).  Así mismo, señala que los dos sexos parecen recorrer de igual modo las primeras fases del desarrollo libidinal y que con el ingreso de la fase fálica, las diferencias entre los sexos retroceden en toda la línea ante las concordancias, teniéndose que admitir que en ese momento la niña pequeña es como un pequeño varón. La libido es de esencia masculina y ese comportamiento es posible por la existencia de una bisexualidad psíquica originaria en los dos sexos, reflejo de una bisexualidad anatómica atestiguada en cada sexo por la presencia en estado de vestigio de los órganos del otro. Al igual que el niño con su pene, la niña puede otorgarse sensaciones placenteras con su clítoris, desconociendo aún la existencia de la vagina, genuinamente femenina.

Por otra parte, señala Freud (1932), es la madre quien está investida inicialmente como el objeto de amor, sin embargo en el paso de la ligazón-madre a la ligazón-padre de la niña,ocupa un lugar fundamental en su desenlace, la culpabilización que ésta hace sobre la madre al respecto de su falta de pene, sin perdonarle ese perjuicio. En este sentido, el complejo de castración y por ende, la envidia del pene, “dejan huellas imborrables en su desarrollo y en la formación de su carácter, y aun en el caso más favorable no se supera sin un serio gasto psíquico”. Freud (1932).

A pesar de ello, no es que la niña se someta sin más a su falta de pene, más bien se aferra al deseo de llegar a tener algo así, ingresa de esta manera al complejo de masculinidad. Ella no lo tiene y dar cuenta de su falta y su carencia, es una afrenta a su amor propio, renuncia a la satisfacción masturbatoria en el clítoris, desestimando su amor por la madre y reprimiendo así, una buena parte de sus propias aspiraciones sexuales. Al dar cuenta que no sólo ella, sino que otras personas de su mismo sexo y su madre también están castradas, da la posibilidad de abandonar a esta última como objeto de amor, ahora prevalecerá la pasividad y la vuelta al padre se consumará predominantemente con ayuda de mociones pulsionales pasivas. Agrega Freud (1932) “El deseo con que la niña se vuelve hacia el padre es sin duda, originalmente, el deseo del pene que la madre le ha denegado y ahora espera del padre”. A pesar de ello, la situación femenina sólo se establecerá cuando el deseo del pene se sustituye por el deseo de un hijo varón, deseo que desde ese momento se volverá la más intensa meta de deseo femenino. Dice Freud, “Con la trasferencia del deseo hijo-pene al padre, la niña ha ingresado en la situación del complejo de Edipo”. La madre deviene la rival que recibe del padre todo lo que la niña anhela de él. A pesar de ello, Freud señala, que en el niño, la angustia de castración es lo que lo constriñe a resignar su postura, abandonando, reprimiendo e incluso destruyendo el complejo de Edipo, instaurándose como su heredero un severo superyó. En cambio, en el caso de la niña, el complejo de castración prepara al complejo de Edipo en lugar de destruirlo, faltando de esta manera el motivo principal para superar éste mismo.”La niña permanece dentro de él por un tiempo indefinido, sólo después lo deconstruye y aun entonces lo hace de manera incompleta”. Sufre entonces menoscabo la formación del superyó, que no puede alcanzar la fuerza y la independencia que le confieren su significatividad cultural”. Entonces la formación del superyó en la mujer será aleatoria, débil y frágil, y la mujer manifestará poco interés por los valores morales y culturales.

Para algunas corrientes feministas el enfoque establecido por Freud fue considerado como machista o misógino, específicamente porque señalaba a la envidia del pene como algo que condicionaba lo femenino. Sara Kofman (1990), en su libro “El enigma de la mujer” ¿Con Freud o contra Freud?, hace una crítica profunda sobre la posición de Freud frente al feminismo y las deficiencias de la investigación psicoanalítica. Hablando sobre la conferencia “La feminidad” (1932) Kofman nos expone un Freud, falócrata, estratega, incluso un tanto manipulador que busca más bien establecer una complicidad con las psicoanalistas mujeres, destinada a lavar la sospecha de antifeminismo. “Él se dirige a las mujeres justamente porque sabe que la mayoría de ellas son más o menos histéricas y por ello complices del discurso masculino”. Kofman (1990)

Describiendo la situación del feminismo en el psicoanálisis, Kofman señala “La cuestión femenina, provocó oposición no sólo en el exterior sino también en el propio seno del psicoanálisis, desencadenando una guerra intestina…Ellas sostienen que el hombre, aunque sea Freud, no puede tener un discurso objetivo, neutro, científico sobre la mujer: sólo puede especular, es decir filosofar, construir un sistema destinado a justificar una “idea fija” tendenciosa fundada sobre la autopercepción y no sobre la observación”.

En una parte del libro Kofman establece, hablando de la dificultad de Freud para hablar de lo femenino:

“Los textos acerca de la sexualidad femenina, aquellos en los que subraya la importancia  completamente nueva  asignada a la relación preedípica en la niña con la madre y donde pone en duda el privilegio del Edipo como nucleo de las neurosis, son textos tardíos… Echarse atrás frente a esta tarea, es tal vez un echarse atrás frente a la sexualidad femenina misma, por el horror/placer que provoca a causa de la amenaza de muerte que se supone lleva en sí. Porque ni la muerte ni el sexo de la mujer se pueden mirar de frente. Escribir sobre la sexualidad femenina es revelar un peligroso secreto, es, de una manera u otra, exhibir a plena luz, des-cubrir el sexo temible de la mujer. Tanto más temible y amenazador para el hombre por lo que se siente culpable (en todos los sentidos del término)”.   

Después de este texto, la autora hace una descripción (interpretación) de varios de los sueños relatados por Freud, de los que concluye que los secretos íntimos, vergonzosos, que temía mostrar al público, porque podrían producir horror, están indisolublemente unidos a su judaísmo y a la feminidad, a la angustia de castración. A la feminidad, analiza la autora, debido a los deseos incestuosos orientados a su madre. “Grauen” término que el mismo Freud utiliza para hablar del sentimiento experimentado por los hombres frente a los órganos genitales de la mujer, de la madre, representados de manera simbólica para él, por la cabeza de Medusa.

Mujeres como Marie Bonaparte, Helene Deutsch y Jeanne Lampl-De Groot, sostenían la tesis freudiana de la escuela vienesa, sin embargo procedentes de la escuela inglesa, Melanie Klein, Josine Müller y algunas más la rechazaban. Estas últimas señalaban la existencia de una naturaleza femenina, de una diferencia  fundada en la anatomía, consideraban que se nace mujer de una vez y para siempre, a diferencia de lo establecido por Freud que lo relativizaba al poner la no diferenciación inconsciente de los dos sexos bajo la categoría de un solo principio masculino y de una organización edípica en términos de disimetría. Roudinesco (2015).

Desde la postura lacaniana, no hay significante del sexo femenino: el falo es entonces la unidad-sexo que ordena, en torno a la castración símbolica, la diferencia entre los sexos y las generaciones. También se señala a lo real, -que está totalmente fuera de lo simbólico y que es por lo tanto inexplorable e inalcalzable-, encerrado en una figura: la figura generadora, la del “instinto materno”, a la que el padre tiene que prohibirle reintegrar su producto para humanizarla en madre capaz de trasmitir su palabra; lo femenino que hay que humanizar en mujer tomada en los parámetros fálicos; el sexo femenino, esos órganos carne, ese algo ante lo cual las palabras se detienen. Dice Marini (1996) en ”Elementos para una encicloedia de psicoanálisis”, “Según la ley de lo simbólico, uno no se constituye como hombre o como mujer más que por la represión y al mismo tiempo por el repudio de lo femenino-materno concebido como la marca de la animalidad en nosotros: pues lo real es imposible de mediatizar”.

Una perspectiva más actual, es la de Emilce Dio Bleichmar, ella determina la asociación que Freud hace de Edipo como algo que sella la relación de veneración de los psicoanalistas por los mitos, dice Bleichmar (1997) …” Dejando de lado el otro aspecto inherente a su naturaleza de ficción, a su uso en el habla corriente como sinónimo de falsedad”. Prosigue… “Edipo se eleva y se sostiene como una de las verdades últimas del ser humano. Edipo se erige como el símbolo de la razón contestada. Lo que no se ha cuestionado es que el mito mismo es una producción símbolica atravesada por el principio de presencia/ausencia, y que el mito no sólo revela sino que crea la dominación, exclusión y la asimetría. Deberíamos interrogarnos sobre cuál es la función que cumple el mito de Edipo en el proceso de enmascaramiento y, si en realidad, no estamos frente a otro juego más de engaño y disfraz”.

Para Bleichmar, la cultura despliega el mayor peso de la ley sobre la femenidad, la mujer es el sostén del cuidado y de la vida y de la sexualidad, es la encargada de velar por la represión de la sexualidad de la hija, debiendo erigirse en el polo conservador y civilizador de la cultura humana y cuando no sucede así, se vuelve fácilmente pecadora “ante la ley divina”. Entonces, argumenta “Por ello, nuevamente podemos correr el riesgo de ser desviadas en el intento de apropiación de un espacio que permita el desarrollo humano de las mujeres, de las niñas y perdernos en los vericuetos de mitos encubridores (Edipo) sobre lo fuera de la ley, cuando es la ley misma la que debe ser interpelada, sujeta a cambio y transformación”.

Bleichmar (1997)  propone una reformulación de la feminidad, iniciando desde una reescritura de los mitos, de las teorías y de las imágenes tanto de la niña como de la madre y el padre, así mismo de la relación y el conocimiento de sus órganos sexuales y su cuerpo como un intento de legitimarlos, sin que lo erógeno sea investido a partir de angustias persecutorias o culpabilidad.

Para Bleichmar, la sexualidad humana es cultural: “se trata de un sistema múltiplemente determinado y normativizado que denominamos sexo-género, fórmula que encierra un giro copernicano para la teoría psicoanalítica , pues pone de relieve que es el género el que configura y normativiza la sexualidad. De esta manera, la niña, en tanto sujeto, a quien se le suponen diferencias instituidas que la preexisten, debe poder capturar y apropiarse subjetivamente de tales diferencias.

Igualmente señala la autora, “Y es necesario conocer sus recorridos, los obstaculos que encuentra, las soluciones transaccionales que pone en juego para sortear el impacto que la feminidad preformada le exige a su sensibilidad de sujeto humano”. En ese cierto dominio de su propia subjetividad, la captura de lo preexistente, de lo instituido, puede encontrar algún margen de libertad, de transformación.

Alizade (1992) Utiliza la frase de Freud “La anatomía es el destino” y lo hace a diferencia del sentido limitante que generalmente se le da, señalando “es la mujer quien tiene facilitadas las vías de acceso a esta voluptosidad”. Para la autora, es esta misma anatomía, la que está carente del pene, la que facilita la difusión del erotismo por toda la superficie corporal y que otorga la potencialidad de expandir zonas erógenas en forma alternante y creciente. El cuerpo y la feminidad visto desde Alizade, es diferente, “lo esencial de su expresión erógena se juega en terreno fascinantemente invisible, ello remite al misterio y… a la incomprensión”. En este sentido parece que la mujer está del lado de lo vital “Protagoniza aventuras corporales fundamentales: menstruación, embarazo, parto, lactancia…orgasmos”.

Pensando en el manuscrito “G” (1894), Alizade reflexiona sobre la manera como Freud melancoliza a la mujer “el duelo por la pérdida de la libido”, nos señala la autora “Al leer estas líneas, desfila ante nuestros ojos una imagen de mujer triste, pasiva, insatisfecha…histérica”. Ello, quizás como parte de la educación establecida en esos tiempos para las mujeres, a quienes no se les permitía la posibilidad de experimentar la sexualidad. Señalaba Freud, hablando de la anestesia como una peculiaridad predominante de la mujer (1894) “Toda educación trabaja en el sentido de no despertar excitación sexual somática, sino de trocar en estímulos psíquicos todas las excitaciones que pudieran despertarla”. Prosigue Freud, “Pero a la mujer se le pide que abandone el terreno de la acción específica , y a cambio se le piden acciones específicas permanentes que conviden al individuo masculino a la acción específica”. “Entoces la tensión sexual se mantiene baja, se bloquea todo aflujo al grupo sexual psíquico y se sufraga de otra manera el indispensable vigor del grupo sexual psíquico…cae en el estado de ansia y esta tiende a mudarse en melancolía”.

Desde todo este planteamiento y considerando las observaciones de Freud ya desde el manuscrito “G”, Alizade (1992)  afirma “La educación debe, pues, marcar la diferencia, sino de los sexos, sí de las actitudes de conquista y apropiacion del objeto sexual. Así mismo y citando a Assoun (1983) señala, “La mujer estaría condenada a funcionar de manera a la vez deficitiaria en la línea de la objetalidad y sobresolicitada en la línea del otro”. ¿Una invitación a la histeria?

Por otra parte, para Alizade el intento de Freud de homologar la sexualidad femenina con la masculina se vuelve demasiado complicado, incluso en el uso de términos como erección, polución, en este sentido, señala la autora, ”sobre su anatomía se fuerzan términos de una anatomía diferente, Freud no sólo carece de términos apropiados para definir los aconteceres sensuales femeninos, sino que además insiste en el paralelismo entre los modos de funcionalidad sexual del hombre y de la mujer”. También señala que la mujer es enajenada en la inútil nivelación de la diferencia sexual y que más allá que la aceptación de la castración, es posible abrir otro espacio, el territorio de lo propiamente femenino, la virtualidad dormida que quizás más que un continente negro vivido desde el miedo y la pasividad ante lo desconocido, puede, incluso, en compañía del hombre, (invocando a su propia bisexualidad) “vislumbrar el universo mágico erógeno afectivo que puebla el continente femenino”. Alizade (1992)

Volviendo a la pregunta que se hacía Freud ¿Qué quiere la mujer? Refiere la misma autora (1992) “Remeda un  síntoma que adscribe a la mujer cierta marginalidad en lo concerniente al saber sobre su cuerpo deseante, sobre sí misma, por último”.

Desde mi punto de vista, quizás lo que quiere la mujer es contestarse a sí misma Qué es lo que quiere y que de manera constante la lanza a vivir en duda, me parece que es lícito pensar a la mujer como una duda en movimiento, que más que tener una respuesta a ser contestada, tendría que ser orientada a salir de esa marginalidad del saber sobre su cuerpo deseante, a vivirlo y desplegarlo. Creo que a Freud, las feministas y otras detractoras, le demandaban que respondiera a algo que difícilmente él podría contestar, seguramente porque desde su experiencia misma era imposible, además, pienso que su teoría está enmarcada en un tiempo en el que dificilmente se podía explicar de manera diferente y que a pesar de todo, era ya revolucionario.

En este sentido, me pregunto si realmente la teoría freudiana es misógina y machista, o simplemente carecía de ciertos referentes para dar una respuesta contundente. Me parece que el mismo Freud siente la falta ante la posibilidad de contestar y dar presencia a la ausencia en la mujer, de hecho en su conferencia la Femeninidad (1932) señala sobre lo fragmentaria e incompleta que es su teorización, sugiriendo pensarlo desde otros derroteros, como la poesía, o aguardar hasta que la ciencia pudiera profundizar y entramar aun más la observación y la teoría.

A pesar de lo anterior, creo que el tener o no tener pene, realmente hace una diferencia tanto en la vida del hombres y mujeres, parece más fácil describir algo que existe, que es visible, a pensar y dar forma a algo que desde la percepción misma no está. Me parece que múltiples teorizaciones que se han hecho giran alrededor de ello, concretizando la existencia del pene como sinónimo de fuerza, poder, de realmente tener algo que va más allá su presencia o posesión física. Así mismo, el no tenerlo puede ser entendido como símbolo de debilidad, incapacidad o hasta casi caer en una posición de inexistencia. En este sentido creo que esta postura rigidizada, nos ubica a mujeres y hombres en el terreno de lo imposible, un lugar que nos aliena de la posibilidad de buscar y pensar realmente desde nuestras diferencias, el sentido que acoge a cada individuo en particular. Observamos a los hombres de manera constante en una lucha por no pisar sus propios terrenos femeninos, como si no fueran dignos de ser sensibles o vulnerables, teniendo que montarse de manera contraria en lo “todopoderoso”. Igualmente las mujeres, constantemente peleando y compitiendo frente a esa figura-hombre-pene-falo, sobreforzando su naturaleza y queriendo convertirse en algo que no es y realmente nunca será, así como tener lo que nunca tendrá, situación que termina dejándola aun más en ciclada en su falta y en la sensación de despojo. Desde esta perspectiva, me parece que social y culturalmente las cosas están mal entendidas, partiendo de que la presencia o ausencia de pene, es interpretada como la lejanía o cercanía que se tiene al “falo”, éste como representante de la completud y de la negación del desamparo original. En este sentido podríamos pensar que hombres y mujeres estamos desde el inicio inscritos en la falta, ¡terrible encrucijada!! Ya que dar cuenta de la falta, entonces correspondería al terreno de lo humano, no de lo exclusivamente femenino.

Creo que lo que realmente quiere la mujer y a veces sin saberlo, es apropiarse de su propio deseo, de su propia capacidad creadora y de su subjetividad, más allá que quedar ciclada por siempre en un deseo y un discurso que no le corresponde. Y es que me parece que esta es la violencia más grande a la cual hemos sido sometidas, y peor aun, a la que muchas pulsan por seguirse sometiendo. Dicen que hablar es un acto político y creo que en ese afán, no deberemos dejar de hablar con nosotras mismas, y con otras y otros, de nuestra sexualidad, de nuestro cuerpo diferente, de nuestra capacidad de goce, de nuestra capacidad de ser creativas y de dar vida, quizás como una forma de ir apersonándonos de lo que realmente somos, sin más ni menos. Sin embargo me parece terrible que en estos tiempos, este acto político de las mujeres, aun vulnera hasta el grado de despertar la megalomanía de la agresión y la violencia, de lastimarlas, de matarlas. Habrá que seguir pensando sobre este tema.

Por otra parte dice Alizade (1992) “La cuota de misterio es inherente a la femineidad y esta cuota requiere una cierta dosis de inexplicabilidad, de ignorancia”. Y pienso que lo inexplicable nos lanza a seguir pensándonos, quizás hay muchas teorías que se orientan a explicarnos el enigma de lo femenino, algunas nos ayudan a entender desde las ideas, esa parte “oscura”, “el continente negro”, sin embargo creo que otras, sólo llenan de palabras y de reclamos, el vacío. De hecho no sé si se trata de palabras que sólo sirvan para enmarcar lo que es lo femenino, quizás más bien, se trata de palabras, como esas que ocurren en el diván, palabras que nos permiten pensar, imaginar, sentir, incluso hasta alucinar, en vías de construir algo diferente de nosotras mismas, una subjetividad digna de pensarse como realmente femenina.

BIBLIOGRAFIA

Freud, S. (1994) “Cartas a Wilheim Fliess”: Amorrortú Editores, Buenos Aires, Argentina.

Roudinesco, E. (2015) “Freud en su tiempo y en el nuestro”: Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, España.

Roudinesco, E. (2000) “Por qué el Psicoanálisis”: Editorial Paidós SAICF, Buenos Aires, Argentina.

Bleichmar, E. (1997) “La sexualidad femenina”: Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, España.

Israël, L. (1979) “El goce de la histérica”: Editorial Argonauta, Barcelona, Buenos Aires.

Alizade, M. (1992) “La sensualidad femenina”: Amorrortú Editores, Buenos Aires,  Argentina.

Kaufmann, P. (1996) “Elementos para una enciclopedia del Psicoanálisis”: Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina.