Por: Alejandra Watty Martínez

Deseo viene del latín desiderium que significa dejar de ver o extrañar la ausencia de algo. Vocablo compuesto por el prefijo de y la palabra sidus que se refiere a un conjunto de estrellas que forman una figura o constelación. Por lo tanto, el origen de la palabra puede significar “anhelar que aparezcan las estrellas”.(1)

Los navegantes usaban los astros para orientarse en el mar al entrar la noche. La experiencia psicoanalítica recuerda a esos primeros marinos que mediante el conocimiento estelar calculaban la posición del barco para tomar rumbo y seguir en medio de la oscuridad.  Así, a través de la escucha flotante de las asociaciones libres, en el discurso transferencial de los pacientes, y las formaciones del inconsciente que en él se develan es en donde el analista puede empezar a tomar rumbo,  dar oportunidad a pensar en ese deseo que en un primer momento quedó insatisfecho.

Para profundizar en esa idea de deseo  y las formaciones del inconsciente, retomaré algunos escritos freudianos, de 1895 a 1905, esto sin negar que en posteriores formulaciones metapsicológicas, estas nociones fueron modificándose.

Partamos de la siguiente pregunta ¿qué quiere decir Freud con deseo inconsciente? Desde los inicios del psicoanálisis Freud sabía que la causa de los síntomas tenía relación con el desconocimiento del sujeto de su deseo, lo cual se le revela a través de las histéricas, que sufrían en el cuerpo por representaciones sexuales inconscientes. (2)

Posteriormente, en La Interpretación de los sueños, Freud postula la tesis de que el sueño trata de la realización disfrazada de un deseo inconsciente. Aparece la idea de deseo como tendencia, tendencia a una descarga relacionada con una experiencia de satisfacción que, a su vez, está ligada a signos infantiles indestructibles. (3)

Más específicamente, en el mismo trabajo, formula que la naturaleza del desear tiene su origen en la experiencia de la vivencia de satisfacción. Momento mítico fundacional de la estructuración psíquica. Sucede tras el alivio de estímulos displacenteros, los cuales, en un principio, son efecto de tensiones producidas por necesidades biológicas (como el hambre). Esta experiencia originalmente se da por medio del auxilio ajeno que con una acción específica cancela dichos estímulos. En palabras de Freud:

Un componente esencial de esta vivencia es la aparición de una cierta percepción (la nutrición en nuestro ejemplo) cuya imagen mnémica queda, de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así establecido, se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera. Una moción de esta índole es lo que llamamos deseo.(4)

Es central comprender que esa primera experiencia de satisfacción queda inscrita, investida de tal manera que el sujeto va a esforzarse continuamente en regresar a ese estado, que también se denomina principio de placer.  Sin embargo, aunque los procesos anímicos tienen como meta volver a esa primera vivencia de satisfacción, es imprescindible que entre las nuevas percepciones y ese recuerdo haya una desemejanza. Si es igual,  el aparato no tiene motivos para esforzarse, pero si se da esa diferencia, entre lo esperado y lo obtenido, hay movilización para continuar con la búsqueda de esa primera experiencia, y esa diferencia será el motor del deseo.

Aunque el aparato tiende a la disminución del displacer, se encuentra con cierto material que le resulta penoso, pero del cual no se puede deshacer ni aliviar. Así surge otro concepto central vinculado al deseo y las formaciones de lo inconsciente: la represión.

Freud, desde 1896 en la conocida “Carta 52”,  explica que el motivo de la represión tiene que ver con evitar el desprendimiento de displacer que genera la traducción de ciertos materiales psíquicos. Entre otras razones, porque esos eventos que denomina sucesos sexuales, se caracterizan por generar magnitudes de excitación que constantemente se actualizan y no son inhibibles. Así el aparato tiende a denegarlos, desalojarlos de la conciencia, es decir, no permitir que se traduzcan, que se piensen. En palabras de Freud: “Subsiste en el aparato primario la inclinación a abandonar de nuevo la imagen mnémica penosa tan pronto como se evoque de algún modo”(5).  Por tanto, queda reprimida.

En un segundo momento, cuando falla la represión, esas representaciones retornan y “[…] son transportadas al síntoma por medio de condensación, formación de compromiso, a través de asociaciones superficiales, por encubrimiento de las contradicciones y eventualmente por vía de la regresión […]”(6). En otras palabras, esas representaciones desalojadas, después emergen como retoños del inconsciente.

Freud habla de las formaciones del inconsciente sobre todo en tres grandes trabajos. El primero, ya mencionado, es La interpretación de los sueños (1900); el segundo Psicopatología de la vida cotidiana (1901) y, por último, El chiste y su relación con lo inconsciente (1905). Una de las ideas centrales en estos textos es la referente a que los mecanismos centrales, de las diferentes formaciones de lo inconsciente, son la condensación y el desplazamiento. Además, la libre movilidad de las investiduras, característica de lo inconsciente reprimido, aparece ahora en actos de seleccionar, actos de sustituir, actos de combinar y actos de contextualizar.

Aunque las diferentes formaciones del inconsciente funcionan bajo los mismos principios psíquicos,  tienen singularidades que es importante explicar: así el sueño es un cumplimiento de un deseo en el sentido de que burla la censura del yo y deniega la castración. Así logra representar los deseos desfigurados, disfrazados; por eso las escenas que aparecen en el sueño dan la impresión de ser absurdas, pedazos unidos y desplazados sin sentido.  Pero esas configuraciones oníricas cuando se analizan en el discurso del paciente, como dice Freud, “cifra por cifra”, se traducen  en algo que tiene sentido.

En su escrito, El chiste y su relación con el inconsciente, Freud menciona que a diferencia del sueño que trata de evitar un displacer, el chiste es productor de placer.  Define esta formación como una agudeza lingüística que “[…] no crea compromisos como el sueño, no esquiva la inhibición, sino que se empeña en conservar intacto el juego con la palabra o con el disparate, pero limita su elección a casos en que ese juego o disparate puedan parecer al mismo tiempo admisibles o provistos de sentido, merced a la polisemia de las palabras y la diversidad de las relaciones entre lo pensado […]”(7). Así la técnica fundamental reside en “[…] una condensación con formación sustitutiva […]”(8).  Lo placentero está en expresar lo reprimido al disminuir la tensión con el uso lúdico de las palabras y que ocurre en un instante de espontaneidad, ahí reside su riqueza inconsciente.  También en el Witz Freud subraya la relevancia de lo social. Sin el otro, la broma no tendría sentido.

Y en el otro texto señalado, Psicopatología de la vida cotidiana, Freud estudia el olvido, los recuerdos encubridores y los lapsus para exponer cómo lo inconsciente, a través de estos actos fallidos, puede aparecer en contextos ordinarios y no se limita al campo de la patología. Sobre todo subraya que estos actos no son accidentales. Lo ilustra muy claramente con el ejemplo de Signorelli para decir que lo particular no está en el olvido sino, sino que en su lugar aparecen otros nombres relacionados con la idea inicialmente reprimida; de manera tal que hay una conexión entre lo omitido y lo evocado. Asimismo con los recuerdos encubridores, también trabajados en el mismo libro, explica cómo cuando se evoca un recuerdo con aparente lucidez, en realidad es una sustitución y desplazamiento de un recuerdo reprimido que en realidad no ocurrió como aparece en la memoria. Así esas formaciones mnémicas que parecen engañar, al ser relatadas en asociación libre pueden ligarse con lo encubierto. También señala Freud, que algo que tienen en común esos olvidos no accidentales es que están motivados por algo penoso o desagradable.

Aunque cada formación del inconsciente tiene sus características particulares, lo que parece coincidir en todas es que lo reprimido queda inscrito en la palabra. La metáfora y la metonimia en el discurso, son equivalentes a la condensación y el desplazamiento respectivamente. Sólo mediante una escucha analítica que pueda dar cuenta de la cadena asociativa  de lo que se dice de los  sueños,  los síntomas, las agudezas y los actos fallidos, es que se puede ir descifrando la lógica inconsciente del deseo. Es importante aclarar que estas formaciones no tienen un sentido cerrado, ni tienen que descubrirse de una sola vez, al contrario, el mismo recorrido, ese esfuerzo de pensar, es lo que hace de estos elementos algo privilegiado en el proceso psicoanalítico, pues se trata de una oportunidad para dar luz a lo olvidado. El saber no está dicho ni se puede concluir, lo importante es lo que pueda resultar de ese encuentro entre inconscientes.

En resumen, esas primeras formulaciones de Freud no alcanzan para definir el deseo, predomina el enfoque energético donde la constante es el circuito placer-displacer, también se puede hablar de una tendencia, de un concepto ligado a la sexualidad infantil, de un movimiento libidinal que se origina a partir de la vivencia de satisfacción, pero el deseo es algo que no tiene forma, no se puede asir.

Por último, al interesarnos en esos astros, retoños del inconsciente,  podemos orientarnos en medio de la oscuridad. Por eso merece la pena que el psicoanalista en formación dé cuenta de la importancia de la escucha de esas formaciones de lo inconsciente. Ya que, estos retoños tienen la singularidad de representar en imágenes condensadas y desplazadas, elementos que al mismo tiempo tienen sentidos y significados diferentes. Así su desciframiento articula interior-exterior, lo manifiesto y lo latente, placer-displacer, regresión y progresión, lo racional y lo irracional, lo inteligible y lo sin sentido. Caras de la misma moneda. Simultaneidad atemporal de un aparato dinámico que encuentra su fuerza libidinal en el deseo inconsciente, en la expectativa de volver a ese recuerdo cuyo encuentro nunca llega,  anhelo de experimentar ese conjunto de sensaciones ancladas a la ilusión de una completud originaria.

Citas:

(1) Confrontar Georges-Calonghi, Dizionario Latino-Italiano.

(2) Confrontar  Roland Chemama y Bernard Vadermersch. Diccionario de psicoanálisis, p. 138.

(3) Confrontar  Elizabeth Roudinesco y Michel Plon. Diccionario de Psicoanálisis, p. 214

(4) Sigmund Freud, “La interpretación de los sueños (1900-1901)”, Obras Completas, Tomo V, p. 557.

(5) Ibidem, p. 590

(6) Ibidem, p. 587

(7) Sigmund Freud, “El chiste y su relación con lo inconsciente (1905)”,  Obras completas, Tomo VIII, p. 165

(8) Ibidem, p. 21

 

Bibliografía

Freud, Sigmund. “La interpretación de los sueños (1900-1901)”, Obras Completas, Tomo V. Trad. de José Luis Etcheverry. Buenos Aires, Amorrortu, 2006.

Freud, Sigmund. “Proyecto de psicología (1950 [1895])”, Obras Completas, Tomo I. Trad. de José Luis Etcheverry. Buenos Aires, Amorrortu, 2006.

Freud, Sigmund. “Carta 52 (6 de diciembre de 1896)”, Obras Completas, Tomo I. Trad. de José Luis Etcheverry. Buenos Aires, Amorrortu, 2006.

Freud, Sigmund. “El chiste y su relación con lo inconsciente (1905)”,  Obras completas, Tomo VIII. Trad. de José Luis Etcheverry. Buenos Aires, Amorrortu, 2006.

Chemama, Roland y Bernard Vadermersch. Diccionario de psicoanálisis. Trad. De Teodoro Pablo Lecman e Irene Agoff. 2ª edición. Buenos Aires, Amorrortu, 2004.

Georges-Calonghi. Dizionario Latino-Italiano. edición. Rosenberg & Sellier 

Laplanche, Jean y Jean-Bertrand Pontalis. Diccionario de psicoanálisis. Trad. de Fernando Gimeno Cervantes. México, Paidós, 2008.

Roudinesco, Élisabeth y Michel Plon. Diccionario de psicoanálisis. Trad. de Jorge Piatigorsky. Buenos Aires, Paidós, 2005.