La voz del trauma: una afonía o la retórica del silencio
Margarita Cervantes, Martha Inés Mariela, Beatriz Mora, Leticia Villagómez, Karla Zarate, (Sociedad Freudiana de la Ciudad de México).
Cuando las palabras cesan sólo queda la inmensidad del silencio. Silencio ante lo inexplicable, lo que no puede expresarse. Silencio que envuelve al que ya no respira; silencio del que mira de cerca el fantasma de la muerte; del que yace en una cama de hospital, impedido para expresar su miedo. Silencio del que se fue sin ser escuchado que resuena como un eco en los que sobrevivieron. Respuesta muda a los que se quedaron, esperanzados, de recibir noticias del ser querido que internaron en el hospital y nunca más volvieron a ver ni a escuchar.
La intención de esta presentación es dar sentido desde el enfoque psicoanalítico al trabajo realizado en tiempos de pandemia por un equipo amplio coordinado por la División de Estudios de Posgrado e Investigación, de la Facultad de Psicología de nuestra Universidad Nacional Autónoma de México. Para este fin, se creó en 2020 la Red de Sostén Emocional COVID-19, como un espacio de orientación y atención psicológica -PROYECTO ESPORA- La Sociedad Freudiana de la Ciudad de México, A.C., respondió al llamado y es esta experiencia del ejercicio de la práctica clínica psicoanalítica de apoyo emocional a distancia la que buscamos conceptualizar el equipo de analistas y analistas en formación que participamos. ¿Cómo construir un enfoque psicoanalítico de apoyo emocional a distancia en situación de crisis? Esta es la pregunta que abordamos al momento en que la exigencia de pandemia reclamaba nuestro compromiso profesional.
¿Cómo abordar la experiencia entre dos extremos?: proximidad-distancia en el vínculo intersubjetivo, contagio-ayuda específica, simetría-asimetría en la transferencia. Nosotros, los analistas cargando y siendo aquello ominoso de lo cual deseábamos huir y al mismo tiempo buscando rescatar-rescatándonos.
Comenzaba el año 2020 cuando el mundo sorprendido e impotente vio aparecer y extenderse con una velocidad inusitada el virus SARS-Cov 2. Ignorábamos su alcance letal y parecía remoto y difícil considerar la posibilidad de que la enfermedad pudiera trasladarse hasta tierras latinoamericanas. Pero llegó y nos encontró desprevenidos en muchos sentidos. Uno de ellos, no menos importante, fue el de la reacción frente a las representaciones psíquicas más inmediatas e importantes vinculadas con los contagios, los decesos, el encierro. El trauma, en su calidad de sorpresivo, no permite al aparato generar algún tipo de representación consciente-preconsciente que permita un juicio de atribución que favorezca el manejo afectivo que dicho trauma genera. El extrañamiento, la negación, el miedo, la desmentida, la vergüenza, las ideas paranoicas y la culpa son recursos defensivos de orden inconsciente que requieren ser contenidos, sostenidos y elaborados a través de la escucha y la palabra en la intervención del otro, analista, que se presenta ahí vía telefónica para que, de manera simétrica, paciente y analista puedan trabajar esa angustia ante el contagio que fue el elemento prínceps que todos, sin excepción, experimentamos.
Se pusieron en marcha las recomendaciones inmediatas de prevención y defensa, apegándose a ellas como a una promesa de estar a salvo del contagio y la posibilidad de salir vivo de esta espiral desquiciante. Después de todo parecían prácticas sencillas: usar cubre-bocas, lavar y desinfectar las manos continuamente, uso de gel y líquidos anti-bacteriales, mantenerse en casa. Al paso de los días estas medidas fueron demostrando su dificultad para ser acatadas en un país donde el 80 por ciento de la población vive de su ingreso diario. ¿Cómo quedarse en casa sin ir a trabajar? ¿cómo mantenerse distante donde conviven varios miembros de una familia? En el caso de familias numerosas o de dos o tres familiares que conviven en el mismo espacio, el cual generalmente es reducido, La forma de evitar el contagio se fue perfilando casi imposible. Por otro lado, el aislamiento, el cual era inexistente en el interior de los hogares, impedía que jóvenes, parejas, niños pudieran salir fuera de casa para poder tener contacto con amigos, familiares, parejas etc., y así poder contar con un espacio propio y generar vínculos que alimenten el encuentro con el otro.
Por otro lado, esta norma aterradora, complicada e incomprensible, del “quédese en casa” no itenía estrategias que permitieran sobrevivir ante la ausencia del contacto. Hubo que asumir la evidencia de que, precisamente ese contacto con el otro -aquel lejano, desconocido, o cercano y amado- se transformaba no en un semejante con quien compartir lo vivido sino en un auténtico riesgo de contagio y acercaba la posibilidad de muerte.
¿Cómo pensar que tu padre o tu madre al salir de casa a trabajar para generar ese sostén, en el sentido amplio de la palabra, pueden enfermarte o causarte la muerte? Ese apuntalamiento, al que se refiere Freud desde el nacimiento en donde la madre o su substituto, a través del contacto físico corporal y afectivo, inscribe esas huellas erógenas que más tarde llamaremos amor, afecto, caricia y que generan además de la satisfacción placentera la conformación de todo significado de continuidad existencial. Es decir, ese ser amado, de un momento a otro, podría transformarse en… ¿un asesino en potencia?
Freud, en su artículo Lo ominoso, (1919) nos detiene a pensar en lo “nuevo ya viejo” que se vive como desconocido; “Aquello del orden de lo terrorífico, de lo que excita, angustia y horroriza”, a través de este concepto-palabra, abre el horizonte más allá de lo bello que la estética muestra, para diferenciar algo ominoso dentro de lo angustiante.
Un virus que puede ser producto de una guerra bacteriológica, de una inoculación mortífera, todos contenidos inconscientes que habitan no solo en nuestra subjetividad, sino como formando parte de un imaginario social que que en efecto, aterroriza y paraliza o enfrenta y destruye. ¡Qué contradictoria la subjetividad humana! Por un lado se agrede a los médicos y, por el otro, éstos son precisamente aquellos que salvan vidas y arriesgan la propia.
Los retos se iban sumando: dar voz a lo innombrable, a lo contradictorio que habita en cada uno, a lo inherente, a nuestra subjetividad. Seguimos compartiendo un trauma silencioso, de alto impacto, que exige poner en palabras, darle voz a “eso” que todavía amenaza nuestras vidas y cuya dimensión desconocemos con precisión absoluta en cuanto a sus impactos, mutaciones, alcances y formas de control y de inmunidad. Freud, en Inhibición, síntoma y angustia, apunta: “. . .el yo, que ha vivenciado pasivamente el trauma, repite ahora de manera activa una reproducción morigerada de éste, con la esperanza de poder guiar de manera autónoma su decurso”. La angustia proveniente del mundo exterior traspasa y se afinca dentro de cada uno de nosotros como reacción natural ante situaciones de peligro análogas a la del nacimiento. Aún seguimos trabajando para discernir cómo los diferentes tipos de angustia se juegan en los pacientes, cómo será el impacto del afecto que el Yo experimenta cuando se enfrenta ante un peligro real, ante una situación traumática, ante la pérdida de objeto o de la vida misma. Algo ominoso sucede en sus historias de vida, algo reeditado en el marco del Covid-19, que nos remonta a la indefensión originaria.
Hoy todos hemos sido testigos del dolor intenso y culposo de quien transmitió el virus mortal a familiares, compañeros de trabajo, causándoles la muerte. O de aquél que no encuentra un lugar en el que se sienta a salvo, ni permaneciendo encerrado en casa. También nos dimos cuenta de la hostilidad y violencia que flota dentro de los espacios que se consideran seguros, así como de la irresponsabilidad, de la incredulidad y de la pugna política.
En nuestro país, hubo médicos que se quitaron las batas para salir a la calle y mantenerse a salvo de agresiones evitando la suerte de quienes fueron golpeados. Eran frecuentes las discusiones de personas que se resistían a acatar las medidas sanitarias porque consideraban que eran manipulaciones del gobierno para impedir el ejercicio diario de trabajo, comercial y económico requerido, A medida que pasaba el tiempo esta actitud se reproducía en otros sitios, como fue el caso de EUA, en donde la gente usaba el cubrebocas de acuerdo a su filiación política. Era claro como esta desconfianza se trasladaba de las personas a las instituciones; el gobierno era criticado de inepto, negligente, incapaz de representar esa figura anhelada de rescatador parental poderoso, propia del imaginario intrapsíquico, frente a la angustia de aniquilación.
Seguimos compartiendo un trauma silencioso, de alto impacto, y requerimos poner en palabras eso que hoy todavía amenaza nuestras vidas, eso cuya dimensión desconocemos en cuanto a su impacto, mutaciones, alcances y formas de control y de inmunidad. Freud, en Inhibición, síntoma y angustia, apunta que “el yo, que ha vivenciado pasivamente el trauma, repite ahora de manera activa una reproducción morigerada de éste, con la esperanza de poder guiar de manera autónoma su decurso”. Un manto de angustia proveniente del mundo exterior e interior parece cubrirnos, un afecto como reacción general ante situaciones de peligro análogas a la del nacimiento. Aún intentamos discernir cómo los diferentes tipos de angustia se juegan en los pacientes, cómo será el impacto del afecto que el Yo experimenta cuando se enfrenta ante un peligro real, ante una situación traumática, ante la pérdida del objeto o de la vida misma. Algo ominoso sucede en sus historias de vida, algo reeditado en el marco del Covid-19, nos remonta a la indefensión originaria
Conscientes de que compartíamos la angustia, estuvimos con el teléfono, encendido día y noche con la intención de responder en cualquier momento a números desconocidos para ofrecer una escucha a personas que tal vez nunca conoceríamos físicamente. ¿Cómo mirarlos sin mirarlos?, ¿cómo imaginar sus rostros, percibir las emociones a través de la tecnología satelital? Parece que es aquí donde el enfoque psicoanalítico hace su aparición de forma contundente. La importancia no de un trabajo físico cara a cara en una consulta sino en un encuentro transferencial vía la voz, la palabra que nos remite a sostener y sostenernos a través del recurso técnico: el fenómeno transferencial.
Además de esto, por otro lado, resonaba en nosotros insistentemente, la expresión “sostén emocional”, ese afecto que invade en lo consciente pero que no tiene contenido, representación simbólica, solo dolor, llanto, deseo de ser escuchado. Poco a poco fuimos aclarando que era necesario ir más allá, amortiguar la amenaza de aniquilamiento, la angustia primitiva real que lleva implícita la palabra muerte, metabolizar las ansiedades y sensaciones. Escuchar y acomodar la palabra en su justo lugar, porque sabemos que aturde hasta la médula lo corrosivo de un silencio sin figuras, sin textos, sin sonido.
Todo esto sostenemos que modificará necesariamente la teoría y la práctica psicoanalítica porque no sólo es preciso trabajar desde el dolor compartido y la soledad del “quédate en casa”, sino desde la urgencia del momento que demanda generar, discutir y pulir distintas propuestas de trabajo clínico. La praxis analítica se ha visto trastocada al tener que modificar la forma de trabajo ante la contingencia sanitaria. Las condiciones han cambiado, el encuentro entre el analista y el paciente se han visto mediadas por una pantalla o por una bocina: se capturan las miradas, se replican las voces, el setting se altera, pero la palabra sigue su curso.
Nos parece que es un hecho que el psicoanálisis está siendo solicitado desde otro lugar, siempre poniendo como elemento primordial la escucha, la historización y la posibilidad de pensamiento del sujeto y que esta demanda generará modificaciones al encuadre, al construir otras formas de abordar la escucha analítica en épocas de confinamiento.
Modelo de Intervención.
La consigna en el trabajo de apoyo telefónico fue mantenernos dispuestos en un horario abierto para recibir las llamadas. La duración de estas podía variar según el caso entre 45 minutos hasta una hora. En esta primera llamada el terapeuta ofrecía trabajar algunas sesiones de acuerdo a la necesidad. Frecuentemente la solicitud era únicamente orientación para resolver problemas prácticos de atención y ayuda necesaria frente a la enfermedad. En otros casos la demanda era para apoyo emocional a la persona que se comunicaba o algún familiar más afectado psicológicamente, particularmente frente a la perdida de seres queridos.
El equipo de terapeutas comenzó a reunirse para comentar y discutir las distintas experiencias de las cuales, empezaron a definirse elementos constantes en los casos presentados. El equipo de trabajo se conformó como un grupo de autoayuda frente a estados de ansiedad, sensaciones de incapacidad, hasta sueños en donde el significado inconsciente emergía como un intento de elaborar nuestra propia ansiedad. De este trabajo surge una conceptualización a manera de diseño geométrico, un esquema, que representaba constantes que aparecían en el proceso transferencial.
APREMIO POR LA VIDA: UN MODELO DE INTERVENCIÓN
Jesús Manuel Ramírez Escobar en su artículo Hacia una ética de la escucha, dice que “existe un punto dentro del mismo acto de hablar que puede evocar lo más profundo de cada sujeto, elucidándose una relación entre la palabra y el deseo vía el afecto”2.
Compartimos lo anterior porque, para el psicoanalista, la escucha es el timón que dirige su trabajo y lo pudimos comprobar durante estos meses de crisis y urgencia, que fue precisamente el elemento escucha, lo que permitió la calidad y oportunidad de la respuesta en las intervenciones que hicimos.
La amenaza de muerte: intervención terapéutica reflexiva.
Ahora bien, como se puede apreciar en el modelo, trabajamos sobre 3 ejes, que no son secuenciales ni se trabajan en forma simultánea, debido a que la demanda de atención de cada quien es diferente. El primero de los ejes, la incertidumbre cruza en forma horizontal el esquema.
Una parte fundamental del trabajo detectó en la demanda de ayuda, la necesidad de claridad sobre la situación que rodeaba al fenómeno pandemia, la urgencia de encontrar un significado y el miedo por la amenaza de muerte. A su vez, en la base de la angustia apareció la incertidumbre sobre la dimensión y naturaleza del fenómeno, sobre la expectativa de saber si se hallarían formas de manejo de una situación totalmente desconocida. De la angustia ante la amenaza de muerte, aparece la necesidad del límite. ¿Cómo parar la angustia frente a la amenaza de muerte de los sujetos y sus seres queridos? Parar significó aceptar que había prioridades y entender la importancia de la prevención, seguir las indicaciones de cuidado: el uso de cubre bocas, la sana distancia, la sanitización, como medidas preventivas que trascendieron del individuo al ámbito familiar y de amistad. Tomar conciencia de que cualquier cercanía física representaba una amenaza, un riesgo de contagio y muerte. El cuidado de uno era la promesa de salvación de todos.
La intervención de los psicoanalistas en esta situación de excepción por desconocida e insólita, llevó a la reflexión de que sí el psicoanálisis tiene como objetivo la búsqueda de la verdad, entonces era necesario aceptar y trasmitir la realidad de la amenaza y la importancia de las medidas preventivas. La certeza resultó un factor que logró aminorar levemente la angustia, pero todavía había que lidiar con la desesperanza, sin embargo, ayudó saber que sí había algo que podía reducir el riesgo, pero requería del compromiso individual y colectivo. La responsabilidad y el cuidado que ameritaba la situación estaba en las manos de cada uno, era necesario crear y fomentar la responsabilidad individual y colectiva. Informar que se contaba con equipos médicos haciendo investigación y resaltar esa labor de búsqueda de los médicos e investigadores opuesta a la desinformación mediática, que era en ocasiones caotizante, y dejaba dudas, miedo, desconsuelo y desorganización.
Además, trasmitir a cada paciente que la realidad nos alcanzaba a todos, no había excepciones, y juntos teníamos que avanzar en medidas concretas para encontrar relativa certidumbre y desarrollar lo más rápido posible estrategias y prácticas para el manejo de la ansiedad que nos provocaba la pandemia. Entre los mecanismos de ayuda que se pusieron en práctica en primer lugar se destacó la importancia del autocuidado personal y familiar, se implementaron técnicas diversas, entendiendo que por sobre cualquier recurso paliativo el uso de la palabra es y será siempre el instrumento de trabajo por excelencia.
El segundo eje, la muerte, cruza en sentido vertical el modelo de trabajo que era sin duda la constante de la angustia de quienes demandaban atención, apareció de manera contundente, en algunos casos como hecho consumado y con ella venía la culpa, el terror de haber sido la causa del contagio y/o la angustia de poder ser el siguiente en la lista. La muerte aparecía en distintos escenarios y con un inimaginable repertorio de artilugios a cuál más de contradictorios y de la que paradójicamente no se quería saber nada. Junto a la necesidad de entender la pesadilla sin retorno estaba la necesidad de confirmar que el horror que se vivía era cierto, pero con el incesante deseo de omitir su presencia.
La confusión se alimentó por la información mal intencionada que generó miedo a lo desconocido, desconcierto y, sobre todo, lo precipitado de la muerte en condiciones de sufrimiento y soledad.
Aparecieron medicamentos alternativos recomendados de buena fe o por oportunistas que aprovecharon la pandemia. Se hizo evidente que la nubosidad que rodeaba la palabra pandemia no era sólo del ciudadano de a pie, ni solo de los médicos enfermeras y trabajadores de los hospitales, sino que la confusión alcanzaba una dimensión mayor. El binomio deseo de saber-no entender, se alimentó de la cadena de desinformación provocando duda, descuido y retraso en poner en práctica las medidas de protección y prevención y aun del mismo enfermo que requería de rapidez en la respuesta, para no reemplazar o retrasar la atención médica inmediata, y lograr tomar conciencia de la gravedad de aumentar la cadena de contagios.
Un factor más a tomar en cuenta fue el tiempo. La emergencia. Quienes recurrían al centro de atención disponían de poco tiempo para actuar, por lo que teníamos que ofrecer apoyo claro y directo, no había posibilidad de interpretaciones en los primeros encuentros, requerían saber y esto nos comprometía a dar indicaciones que permitieran actuar con rapidez y certeza porque muchos no volverían a la segunda consulta. Esa primera llamada era quizás, la única oportunidad para escuchar la demanda con la claridad que permiten los tiempos de crisis.
Otro factor eje en la atención, fue reconocer que existía una necesidad urgente de encontrar “un lugar” donde las personas pudieran acudir para descargar la angustia que silenciaban frente a los hijos, familiares de mayor edad u otros miembros más vulnerables. Una escucha asertiva abre el camino para hacer un seguimiento breve pero eficiente y detener los efectos de toda campaña de desinformación que suele desatarse en momentos críticos.
A los países en vías de desarrollo, como el nuestro, las situaciones de emergencia nos son bien conocidas, los sismos, la situación de violencia por el narcotráfico, comunidades enteras con grupos de autodefensas, la enorme cantidad de madres de familia en búsqueda de desaparecidos, la migración, la gente en situación de calle y un problema centralísimo como son los feminicidios, violencia inadmisible que se ha desatado contra la mujer.
Paradójicamente, esta experiencia dolorosa ha permitido construir algunos instrumentos para detener una cadena que puede ser todavía más devastadora. En este contexto, contener significa abrir posibilidades para la comprensión real de la emergencia, para que el cuidado surja con fuerza y se sostenga el apoyo siga haciendo su tarea, sostener frente al derrumbe y el cansancio: cuidar, cuidándose. No contenerla genera complicaciones serias: detiene la posibilidad de trabajar en forma integral, y en consecuencia permite el desarrollo de cuadros depresivos, paralizantes, incrementa la pérdida de sentido de vida, además de enfermedades físicas graves y, al propiciar el crecimiento de la desesperanza como elemento central que acarrearía consecuencias y momentos mucho más graves porque si se pierde la razón de vida, se desgajan los grupos sociales y se convierten en sociedades apáticas. Entender el sentido y la razón de emprender una lucha es un instrumento central.
Finalmente, para terminar la línea vertical del modelo, dos recomendaciones nos aparecían indispensables: primero optar por un enfoque con la mayor flexibilidad posible y más cercano a la calidez afectiva dentro de las posibilidades que da nuestro trabajo y, segundo, mantener el espacio abierto de manera de promover un momento catártico para quien demandaba el servicio, que repetimos sabíamos que podía serla única posibilidad que tendríamos, para procurar que quien llamaba se vaya con la certeza de que sus inquietudes son válidas, ya que la incertidumbre puede ir mermando la estabilidad y generar confusión.
Escuchar y tratar de entender, para quien requiere solamente corroborar que lo que siente tiene fundamento se convierte en el elemento central parece simple y mínimo, pero es muy importante para quien se arriesgó a solicitar apoyo sobre todo cuando está en el límite de sus fuerzas y que además de confirmar y confirmarse requiere también recibir algunas herramientas sencillas, que podrían abrir el espacio para seguir trabajando, y encontrar la manera de decir y cómo decirlo tiene un impacto central.
Un tercer eje, es la ayuda específica, que consiste en responder a la demanda de ayuda con una atención articulada y más prolongada. Esta era la alternativa mas deseada por quienes trabajamos a contra reloj. Donde el factor tiempo por sesión y el número de sesiones nos permitía un trabajo clínico más sostenido y de mayor profundidad. En esta línea transversal del modelo, aparece una demanda mas articulada, que posibilitaba comenzar a trazar una incipiente cadena simbólica para saber algo más sobre el significado del insomnio, la taquicardia y/o el llanto imparable, y en muchos momentos, de manera más contundente el vacío, una sensación de no poder más hasta llegar al deseo de muerte. Algo se removía en el paciente que lo llevaba a conectar con una situación reeditada por el trauma “que siempre ha estado”, “desde muy joven he tenido miedo”, “siempre me he escondido”. Ahí aparecía a veces la vergüenza del contagio como un estigma, la imposibilidad de aceptarse contagiado, sin capacidad para desentrañar, el riesgo corrido, o cargando el saber sin deseo de saber el cómo sucedió : “pero si, sí me cuidaba doctora, no salía ni a la esquina”, aparecía también el miedo por el desenlace, por los padres, los abuelos: “ ya están grandes y si mueren no lo voy a soportar”, el marido o la esposa que tiene diabetes o una condición de riesgo y por el cuidado de los hijos: “quien va a cuidar a mis niños si me internan”; el terror a morir, a perder el trabajo, la culpa y la violencia. Todo esto aparecía anudado a un elemento central: EL OTRO, donde lo más cercano era lo más ominoso. En ocasiones es mucho más fácil lidiar con el horror externo, depositado afuera; pero saberse causa de contagio y/o de muerte de los más cercanos a los que más amamos, se convierte en algo intolerable e inmanejable, es regresar de súbito al terreno más desconcertante, esta es la explicación de por qué “Freud intentó hacer hablar al silencio, describir y practicar la pluralidad contradictoria de lo real, en la medida que se aplicó́ al desciframiento de lo desconocido, de lo impensado, de todo aquello que había sido excluido de la racionalidad clásica y catalogado como alteridad y locura”
Lidia Ferrari, en estos tiempos de pandemia subraya la importancia de lo escrito por Freud en el artículo De guerra y de Muerte. Temas de actualidad, y se pregunta: ¿Será que lo inaudito de momentos como este, de tal desconcierto, que arrastra con todo y con todos e imposibilita armar un discurso coherente, pareciera a ratos que no había tiempo más que para los insultos, las revanchas, las humillaciones? “el ejercicio de la brutal violencia”, como lo llamaba Freud. Y advierte: “tampoco puede asombrar que el aflojamiento de las relaciones éticas entre los individuos rectores de la humanidad haya repercutido en la eficacidad de los individuos, pues muestra conciencia moral no es ese juez insobornable que dicen los maestros de la ética, en su origen, no es otra cosa que <angustia social>”. Ferrari resalta dos cosas centrales en el artículo: “…en esta guerra han provocado nuestra desilusión: la ínfima eticidad y la brutalidad en la conducta de los individuos”.
Continua Ferrari “…Esta actitud cultural convencional hacia la muerte, se complementa con nuestro total descalabro cuando fenece una de las personas que nos son próximas… sepultamos con él nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces, no nos dejamos consolar y nos negamos a sustituir al que perdimos. Nos portamos entonces como una suerte de Asra, de esos que mueren cuando mueren aquellos a quienes aman”. La autora, termina dando una pista sobre nuestra responsabilidad y nuestro trabajo, “…sería tiempo de modificar el apotegma, si quieres conservar la paz anímate para la guerra”.
Quizás es precisamente esto lo que estuvo presente, en nuestro equipo, durante el tiempo de trabajo con pacientes COVID como los hemos llamado, pero en las últimas conversaciones que tuvimos entre nosotras coincidimos que debemos de seguir pensando, ¿cuál será la huella que deja todo esto?
La voz en escena: cercanía y distancia.
“El mundo entero es un teatro, y todos los hombres y mujeres
simplemente comediantes. Tienen sus entradas y salidas. . .”.
W.Shakespeare
La voz en escena como concepto-enlace, como posibilidad de cercanía y distancia con nuestros pacientes, a quienes acompañábamos desde nuestra propia angustia.
El escenario del mundo actual, tiene múltiples entradas pero no indica ninguna salida. Voces lastimeras, dolientes, entrecortadas intentan verbalizar aquello que no pueden articular. La escena que nos presenta la pandemia, sólo es comparable a la del nacimiento, el recién nacido se halla en total indefensión y desamparo. El desamparo inherente a la dependencia absoluta del pequeño ser con respecto a su madre, omnipotente frente a él y primer eslabón de la relación con el otro, factor decisivo en la estructuración del psiquismo. Es la escena a la que acudimos como analistas para estructurar y tranquilizar la angustia generada por la pandemia. La indefensión y el desamparo han dado paso a un trauma psíquico que, en forma transferencial, atraviesa a sanos y contagiados porque se ha vuelto en el prototipo de la situación traumática.
En “Inhibición, síntoma y angustia”, Freud distingue en los peligros internos una característica común: pérdida o separación, que generan un aumento progresivo de la tensión, hasta el punto de que, al final, el sujeto, rebasado por las excitaciones que no puede dominar, se halla en un estado de absoluto desamparo semejante al del recién nacido.
Es en este escenario, propio de la enfermedad y la guerra, desde el que Freud busca, en forma urgente, convertirlo en un espacio en el que la voz, la palabra articulada, entre en escena y de lugar a la escucha generando posibilidades reales de encuentro. La Red de sostén emocional COVID-19, logró verbalizar los sonidos del escenario inicial y se desplegaron varios diferentes sólo en apariencia, porque pertenecen a una misma cadena de significantes, así fueron apareciendo casi en forma simultánea: la incertidumbre sobre lo que estaba sucediendo, aunada con la urgencia de explicar, constatar, entender. Dolor frente a lo inexplicable. Búsqueda de apoyo para enfrentar lo desconocido.
Imaginemos un escenario circular, con la muerte como telón de fondo y en el papel protagónico. Hacia donde se dirija la mirada, se verá a la muerte como amenaza y como hecho consumado. Por ese escenario comenzaron a aparecer personificando lo más íntimo y lo más aterrador de la proximidad: la negación que expresó lo insoportable e insostenible que le resulta al aparato psíquico aceptar la violenta realidad de la muerte inesperada, manifestándose estallidos violentos, por la inexplicable inoculación de lo negado hasta ese momento.
La incredulidad y suspicacia sobre la realidad de la pandemia, qué intenciones y a quién le sirve, si no será más que una maniobra del gobierno para manipular. Y el uso de mascarillas, inútil e innecesario, el distanciamiento y confinamiento, visto como un atentado a la libertad.
La imposibilidad de realizar rituales funerarios para despedir a nuestros muertos, aunada a la sorpresiva rapidez de las pérdidas, no permitieron al aparato psíquico procesar el duelo y persistió la incredulidad y la duda.
Apareció el ocultamiento de la enfermedadpor vergüenza o miedo a ser segregados, señalados como agentes de contagio, como causa de muerte. Mejor levantar un muro de silencio, de indiferencia alrededor de la pandemia.
La angustia que causa la amenaza a la vida propia y/o la de los seres queridos, puede o no reconocerse, se asume o se desmiente la realidad. No hay razón para tener miedo, esa posibilidad de rechazo es la negación y quiere decir en el fondo: “eso es algo que yo preferiría reprimir”, aunque no por eso deje de existir.
En el proceso analítico, sabemos que todo “no”, proviene del inconsciente y que está aparejado necesariamente a un sí, por lo tanto, es una forma de separar el mundo interior y el exterior, como un intento de encubrir lo que está sucediendo, por ello, Lombardi (2020), sitúa la realidad externa como una contrapartida privilegiada del inconsciente, lo que nos obliga a reflexionar sobre ¿qué será a lo que nos remita en el inconsciente la pandemia? ¿Qué material reprimido puede estar negándose? De entre los muchos casos que se atendieron, se describen brevemente a continuación solo algunos de ellos que muestran parte de las historias narradas y escuchadas.
Ella, profesional de la salud, se desempeña como primer filtro en un hospital, su actividad consiste en recibir a todas las personas que acuden en busca de atención médica y canalizarlos al área correspondiente. Expresó un gran enojo porque observó cómo los pacientes mentían al responder sobre el malestar o padecimiento, por los que buscaban ayuda médica. Falseaban la información sobre sus síntomas por miedo a que, o no se les atendiera o se le enviara al área de Covid que es un espacio que cuenta con medidas precisas de protección. Al falsear la información y era el caso que estuvieran contagiados, iban a un área No Covid exponiendo al contagio al personal y pacientes del área, donde ya habían provocado el contagio y muerte de varios médicos y dos camilleros.
Otro factor de angustia fue la falta de respeto a la sana distancia, las personas se le acercaban mucho lo que llegó a aterrorizarla, debido a que tiene una hija con fibrosis pulmonar, para quien infectarse significaría la muerte. “La gente es egoísta, niegan, ponen en riesgo a los demás!”. Otra amenaza provenía de su entorno familiar, que no tomaban en serio la pandemia y continuaban saliendo sin cuidarse “¡¿Qué le pasa a la gente?!”, se preguntaba llorando.
En este caso, la angustia se constituía en la pregonera de una situación peligrosa, diría Freud (1920) “angustia señal” que enciende la alerta sobre el riesgo de enfermar y por supuesto de la posibilidad de morir. Pero el engaño de quienes demandaban el servicio, la falta de cuidados de su familia, así como los pacientes que se le acercaban, sin recordar el riesgo de contagio, minimizando la enfermedad, están claramente en el campo de la negación.
Se trabajó en ocho sesiones y la paciente pudo conectar el trauma actual con uno pasado, enlazado en un proceso de après coup. Finalmente acordó con su esposo dejar el trabajo temporalmente para cuidar de su hija.
En otra escena se presenta una situación en la que hay un esposo enfermo de Covid al que es necesario mantener en asilamiento lo más estricto posible. La familia del enfermo se entera del aislamiento y se presentan a visitarlo siete personas, entre ellas la madre que es un adulto mayor. La esposa explica el motivo del aislamiento y las indicaciones que recibió del médico, que prohibió las visitas, esa restricción provocó un gran enojo y a gritos le reclaman que la enfermedad es mentira, que únicamente es una gripa y no tiene derecho a negarles la visita, la agresión llega al extremo de correrla de su casa apoyados incluso por el esposo enfermo.
Se observa que esta actitud va más allá de una negación, es más bien una especie de locura compartida, que da cuenta de la renegación, es decir, el rechazo de la percepción de un hecho en el mundo exterior y que actúa como un modo de defensa, rehusarse a reconocer la realidad del trauma, que en el caso de la esposa, se proyecta en ella de un modo avasallador de angustia persecutoria, como portadora de una verdad que hay que expulsar a toda costa ¿Se trata de la inminente muerte, que nos acompaña desde que nacemos? Recordemos que Freud (1914) considera la conciencia de la muerte, como el eslabón débil de la estructura mental narcisista.
Las intervenciones en el segundo caso se enfocaron en tratar de tranquilizar a la esposa para que pudiera pensar y decidir dónde podía sentirse segura y buscar apoyo. Lamentablemente sólo pudimos trabajar en una ocasión una sesión y se perdió el contacto.
Sin duda, una voz tranquilizante, la voz del psicoanalista, que dio cuenta de la presencia atenta de un otro, fue para ambas pacientes como un salvavidas y sirvió para darles condiciones para pensar con mayor claridad.
Finalmente, es indudable que la situación traumática y de confinamiento tan prolongado, han puesto a prueba el aparato psíquico de cada uno, así como su capacidad de resiliencia. Cada caso es único y el psicoanalista comparte el miedo y a su vez se ocupa de la atención emocional en momentos de crisis.
Voces de la indefensión, notas sostenidas que resuenan en lo más profundo de quien escucha.
La comedia humana, vivida en el escenario traumático de la peste –la peste esa marea de muerte– nos coloca en lo más temprano de lo humano: la indefensión.
Desde el psicoanálisis, pensamos la indefensión originaria como algo vivenciado en los primeros momentos de la existencia y, posteriormente, reeditada en los pasajes de mayor vulnerabilidad del sujeto. (Freud (1950 [1895]), Proyecto de psicología). La cercanía a la pandemia, hace retornar las vivencias de desamparo, modelo de todas las angustias.
Para Freud, ésta es un estado de afecto provocado por un aumento de excitación que tendería a aliviarse a través de una acción de descarga. Construye así dos teorías de la angustia: como un exceso de energía libidinal no ligada o como aquello que le indicaría al yo la inminencia de un peligro. De modo que la angustia parece basarse en situaciones prototípicas cuya reactivación de orden traumático indicaría una insuficiencia de elaboración psíquica.
La angustia que nos atraviesa en estos momentos se acumula, amplifica e inunda el aparato psíquico, se torna en cólera ante los sucesos del mundo, hay desencanto, desilusión, desesperanza lo que dificulta una proyección hacia el futuro, incertidumbre sobre lo que va a pasar en el corto y mediano plazo, lo único real y es la presencia de algo así como una tristeza depresiva. Desde la contratransferencia estos estados ansiosos, de miedo a la enfermedad, perder y perderse con el contagio y la muerte, esto, lo vivencia también el analista en esa relación simétrica que genera el trauma, unica forma de abordaje.
Nuevamente la voz del trauma se hace presente en la llamada de auxilio de una mujer adulta, con gran dificultad para hablar, era evidente que no podía respirar, se ahogaba y tosía. Se le recomendó que se detuviera a tomar aire. No estaba sola, su madre enfermera, le puso una mascarilla para ayudarla a respirar. Con dificultad pudo decir: “Tengo COVID, ayer inicié con tos frecuente, asma, dolor de garganta y tengo ocho semanas de embarazo, no quiero perder a mi bebé, tengo quince años buscándolo, ahora es un embarazo de alto riesgo. Estoy muy triste, ya lo había intentado antes, hace tres y ocho años, pero los perdí. Este bebé es muy importante para mí y para mi esposo. Un médico me está atendiendo por video llamada, estoy aislada en casa, mi madre me apoya y desinfecta todo con cloro, estoy tomando salbutamol y otros medicamentos. Temo perder mi trabajo, ya avisé, ahí casi todos se contagiaron, hay muchos muertos, tuvieron que cerrar las oficinas y nos mandaron a nuestras casas.”
Los intentos desesperados para hablar con alguien, proyectaba la angustia y agotamiento por la gravedad de su situación y fue evidente que algo fundamental la empujó a buscar ayuda.
La sesión a distancia duró veinte minutos, muy difíciles por las condiciones de la paciente: ahogo, tos, que le dificultaron el habla “quiero que alguien me escuche, no quiero morir”. La psicoanalista cayó en un mutismo que se prolongó prácticamente toda la sesión y tomó la decisión de no continuar ese día. Le propuso seguir al día siguiente a la misma hora y en lo sucesivo, cuatro días más, las sesiones fueron breves debido a las condiciones de la paciente. La quinta sesión fue la última. Nueve días después, un hijo de la paciente llama a la analista y le informa que su mamá estaba en el hospital, había perdido a su bebé y había pedido se le avisara a la terapeuta.
La estrecha cercanía de los terapeutas con los afectados por esta pandemia de Covid 19, ha resonado de manera diferente en cada uno, pero en todos los casos les ha llevado a vivenciar el dolor psíquico y las varias formas en las que se representa: angustia, miedo, pánico, horror, parálisis, afectaciones corporales, agresión, violencia, así como ideas persecutorias. Esas distintas vivencias, llevadas al grupo de terapeutas para comunicar e intercambiar entre todos permitió hacer resignificaciones y reelaboraciones psíquicas de manera conjunta. Compartimos la experiencia de una de las colegas a través de un sueño contratransferencial que se desarrolla en una casa vieja con varias habitaciones, hay muebles viejos entre los que destaca un pizarrón con signos, símbolos y esquemas. Están presentes un grupo de colegas y maestros del tiempo de formación. Para ella es una evocación de su etapa de formación, cuando adquirió los pilares del saber psicoanalítico. Repensar el material onírico permite a los terapeutas contener conteniéndose, sostener- sosteniéndose, frente al terror, angustia y afectos vía la palabra y sus resignificaciones.
Escuchar escuchándonos: en busca de dar sentido a la existencia
¿Cómo enfrentar los efectos individuales y sociales de la pandemia? Ese es el reto para los profesionales del psicoanálisis, miembros de la Sociedad Freudiana de la Ciudad de México que participan con diversas experiencias y propuestas.
La herramienta por excelencia es la práctica clínica, en su versión no presencial, para enfrentar el trauma luego de catorce meses de aislamiento. Para aceptar que la nueva realidad está condicionada por el virus “que llegó para quedarse”. Estas son las circunstancias para las que hemos de rediseñar nuestra expectativa del futuro ¿cómo?, cuando tenemos la pérdida como elemento constante.
La primera manifestación de pérdida se da con la muerte de personas queridas, cercanas o conocidas. Después se pierde la presencia y cercanía del otro y continua, imparable, hasta llevarnos a perder lo que teníamos por realidad, lo ominoso se hace presente.
Lidia Ferrari, reproduce las palabras de Walter Benjamin en el artículo Para una crítica de la violencia y otros ensayos, sobre la parálisis en el arte de narrar y remite a la imagen de los combatientes de la gran guerra que retornan enmudecidos del campo de batalla, incrédulos ante a lo inaudito, lo inesperado de la maldad de esa época.
Cien años después se reproduce el mismo fenómeno: las agresiones físicas graves al personal de salud encargado de atender a los enfermos de Covid. Ellos que sí están en la guerra, enmudecen frente a estos actos de “los que nos quedamos en casa”. Otra forma, no menos grave, de agresión es el lucro con la pandemia, a través de la comercialización de tanques de oxígeno, vacunas, medicamentos, etc., a los que tienen que recurrir aquellos que por falta de infraestructura quedaron fuera de los servicios asistenciales.
Se trata, en ambos casos, de contenidos inconscientes que emergen de manera traumática en un momento de crisis pero que son materia de reflexión.
Freud, en su escrito de guerra y de muerte, ante el mismo escenario y con dos hijos combatientes, destaca la desilusión del género humano frente a la cultura y su bagaje moral que validó la ecuación: extranjero= enemigo, propia de nuestra miseria anímica.
Desde el psicoanálisis, ese estado intrapsíquico denominado mecanismo paranoico, nos habla de aquello que repudiamos de nosotros mismos y proyectamos en: “esa enfermera, la que nos quiere contagiar y hacer daño”, “ese gobierno inepto” etc.
¿A qué responde esta miseria anímica se pregunta Freud? ¿Será que esos seres queridos que la muerte nos arrebata, esa crisis social y económica, son al mismo tiempo partes de nuestra propia estructura psíquica y social? Desde el inconsciente singular, objetos de amor y odio, semejante y extranjero en nuestro propio yo. Hasta esa figura en el imaginario social abordado como ajeno y que se manifiesta en una ausencia de solidaridad social dramatiza esa imposibilidad de reconocernos frente al otro. Hoy ante el avance científico y tecnológico, ¿cómo pensar esta cualidad psíquica que nos remite como refirió Freud, a esa desilusión, a esa vulnerabilidad que nos caracteriza?
¿Será que, como dice Freud, la muerte, ese evento transitorio, se redujo a una contingencia como una manera de distanciarse de la experiencia de morir? ¿Cómo enfrentar este “condenados a transitar”, nos diría Piera Aulagnier?, ¿Podemos pensar esta aproximación a la muerte como una desmentida, VERLEUGNUNG, mecanismo central hoy por hoy en la vida psíquica?
La dialéctica agresor-agredido, Freud la aborda desde el binomio pulsional sado-masoquista y actualmente se vivencia cotidianamente en el contexto social, cuando el sujeto deposita sus angustias inconscientes de corte paranoico en el otro, en el semejante.
Una dinámica propia de lo humano, singular y grupal, es desalojar y proyectar en el otro aquello que por su significación es desalojado del propio yo. El riesgo hoy en día son las diferentes traducciones del fenómeno. En los tiempos de crisis, aparecen movimientos con tendencias definidas como liderazgos postfascistas, y acontecen, nos dice Recalcati, en plena era postmoderna.
Hacia dónde dirigirse, cómo actuar, frente a los sucesos propios de esas tendencias, el denunciarlas será una manera de contribuir a conservar el tejido social. Este tipo participación aparece sobre todo en los jóvenes como futuros depositarios de la realidad.
Retomando a Walter Benjamín en el texto citado anteriormente, donde se enfoca a esa pérdida del arte de narrar en la época posmoderna, a consecuencia de la masificación global, lo que conduce a unificar fenómenos borrando su singularidad y da paso a un cambio de rostro en la muerte que nos aleja del moribundo y su tesoro narrativo. Es por esto que el ejercicio de dialogo coloquial, a través de las redes utilizadas como un intento de narrar, permite compartir, simbolizar, elaborar lo reprimido inconsciente, dejando atrás la narrativa mediática en serie, para nombrar aquello que angustia.
Desde la sociología, Sigmund Bauman, en su libro La cultura en el mundo de la modernidad líquida, reflexiona sobre el fenómeno de la moda y resalta como ésta en su devenir, no pierde nada de su ímpetu mientras hace su trabajo. Comenta: “Eldevenir de la moda no solo no pierde su energía o ímpetu, sino que su fuerza impulsora se incrementa con su influencia y con la evidencia de su impacto que no cesa de acumularse. […] ese estado de uniformidad que induce a la inercia no es un estado final sino su opuesto, una perspectiva que retrocedesin cesar”. Señala también al poder seductor y tentador de ésta. El centro del movimiento de la moda es el deseo, ese concepto que Freud pone en el centro de sus construcciones metapsicológicas. Ese jugar entre lo real o lo fantasmal que nunca se agota.
Lo expuesto anteriormente nos hace reflexionar que en este nuevo siglo se ha reemplazado lo transitorio por lo inmediato, lo narrativo por lo descriptivo, lo reprimido por lo desmentido, lo fantasmal por lo actuado. Eso que llamamos motivación y que en el enfoque psicoanalítico denominamos deseo, se ha trastocado. En el ámbito social, hemos pasado de la masa al solipsismo, de vivir masivamente en el afuera al confinamiento y al contacto vía satelital. Se vuelve un imperativo preguntarnos: ¿Qué hicieron nuestros antepasados frente a guerras, pandemias genocidio y feminicidios ¿Qué hicieron frente a tantos momentos de desconstrucción profunda?
Si atendemos al concepto de transitoriedad en Freud cuando narra brevemente una conversación que sostiene con un amigo taciturno y un joven poeta durante un paseo de verano. Observa como el poeta admiraba la hermosura de la naturaleza, pero sin regocijarse en ella, ya que al mismo tiempo pensaba que toda esa belleza estaba destinada a desaparecer, que en el invierno moriría, como todo lo bello y noble que el hombre ha creado. Para él todo perdía su valor por el hecho de estar condenado a la transitoriedad. Freud analiza en este relato dos diferentes mociones del alma: “una lleva al dolorido hastío del mundo, como en el caso del joven poeta, y la otra a la revuelta contra esa facticidad aseverada, ¡No, es imposible que todas esas excelencias del arte y de la naturaleza, el mundo de nuestras sensaciones y el mundo exterior, estén destinados a perderse realmente en la nada”!
Para Freud el concepto de eternidad era producto del deseo y refuta al poeta planteando que lo transitorio tiene mas valor y afirma: El valor de la transitoriedad es el de la escasez del tiempo. La restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable. Comenta “si hay una flor que se abre una única noche, no por eso su florescencia nos parece menos esplendente.
Continua su exposición: “…aunque toda vida desapareciese, su permanencia estaría determinada únicamente por su significación para nuestra vida sensitiva. No hace falta que sobreviva y es, por tanto, independiente de la vida absoluta” ¿En dónde y cómo ubicar hoy en día la transitoriedad?, en momentos en que se inician experimentos para habitar la luna? Ante la presencia de un virus sin control que causa miles de muertes, frente a una devastación ambiental imparable y también ante la solidaridad creativa por la conservación que se multiplica etc.
En esta reflexión y frente al estado afectivo de sus acompañantes, Freud reconoce que no convence, que los estados afectivo propios de las mociones anímicas del duelo buscan huir del dolor de la perdida.
Hoy en día, Walter Benjamín, propone apostar al poder de la narración y la palabra sobre el cuerpo. El hombre, dice el autor, se comunica en el lenguaje, no por el lenguaje. En tratamientos catárticos el paciente se sabe acompañado por una sencilla razón: donde hay otro, la escucha se posibilita.
Retomando el concepto transitoriedad, Freud sostiene que también lo doloroso puede ser verdadero: “La libido se aferra a sus objetos y no quiere abandonar los perdidos, aunque el sustituto ya esté aguardando, esto, entonces es el duelo.
Cuando acaba de renunciar a todo lo perdido, se ha devorado también a sí mismo y entonces nuestra libido queda de nuevo libre para, si todavía somos jóvenes y capaces de vida, sustituir los objetos perdidos por otros nuevos que sean, en lo posible, tanto o más apreciables.
Con sólo se supere el duelo, se probará que nuestro alto aprecio por los bienes de la cultura no ha sufrido menoscabo por la experiencia de la fragilidad.
[i]Lo construiremos todo de nuevo, todo lo que la guerra ha destruido, y quizá sobre un fundamento, más sólido y más duraderamente que antes”.
En estos momentos, ante la falta y la crisis, contamos todavía con el recurso que nos brinda esta experiencia fugaz a la que llamamos vida.
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Para vincular a este artículo http://aperturas.org/articulo.php?articulo=0001129
Artículo traducido y publicado con autorización: Lombardi, R. (2020). Corona virus, social distancing, and the body in psychoanalysis. Journal of the American Psychoanalytic Association, 68(3), 455–462. https://doi.org/10.1177/0003065120939941
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