Martha Inés Mariela

Cien años nos separan de la aparición en la obra freudiana del texto Mas allá del principio del placer, en donde Freud a dos años del fin de la gran guerra (1918), ante la enfermedad terminal que padece y la perdida de seres queridos, se plantea profundizar dentro de las pulsiones del yo o de autoconservación, en la tendencia pulsional mortífera, esa parte de su concepción dual que desde el proyecto de una psicología para neurólogos (1895), se va perfilando como esa tendencia al cero, a lo inanimado como destino.

Cien años después, la humanidad enfrenta una pandemia que amenaza la salud y por ende la vida. ¿cómo enfrentamos esta constante propia de lo humano?, ¿cómo entender y procesar los efectos destructivos? Preguntas que aparecen con la intención de generar sentido. 

Me parece pertinente encuadrar esta reflexión en función del concepto de transferencia, ya que es en este espacio conceptual en el que las manifestaciones de destructividad a las que me refiero más adelante, son plenamente identificadas y reconocidas por la polis y por todos y cada uno de nosotros en el diario vivir la otredad.

Considero la oportunidad de esta reflexión porque la propongo como una vía regia para enfrentar y, tal vez amortiguar el efecto del golpe del trauma del contagio. Este golpe multifacético que se manifiesta en el confinamiento, la ansiedad de pérdida de la vida o del otro, la incertidumbre frente a perdida de recursos de orden económico o social, y que, la propia dinámica de seguir viviendo nos obliga a enfrentar. 

Dar nombre a estos fenómenos y reflexionar en torno a ellos, necesariamente llevará a construirles un sentido que haga frente a sus efectos amenazantes y, a partir de ahí, generar respuestas creativas ante la tragedia. Respuestas que, a posteriori, permitirán enfrentar una realidad externa traumática.

Desde el psicoanálisis, me referiré en particular a la experiencia de indefensión, con su consecuente sensación de incertidumbre, angustia de muerte e imposibilidad de control omnipotente narcisista frente a la vulnerabilidad de lo humano.

En esta era postmoderna, el funcionamiento intrapsíquico desde el yo narcisista, ha llegado para quedarse como un reflejo a nivel representacional de una era de avances científicos, tecnológicos y de generación de satisfactores que, de manera silenciosa, nos instalan en una experiencia de satisfacción permanente, inmediata y absoluta de la que cada vez menos se puede renunciar y a la que convertimos, en ocasiones, de manera fantasmática, en la única posibilidad de existencia.

¿a dónde nos llevan estos cuestionamientos? Son múltiples las preguntas que aparecen, pero regresando a nuestra propuesta, de referirme a la transferencia en la polis, en particular a un acto inusitado que se presenta en nuestro entorno social en estos momentos de crisis en nuestro país y que requiere de ser nombrado y trabajado desde el psicoanálisis. 

Concretamente de la reacción social de ataque verbal y físico a los trabajadores de la salud. Miembros de la misma sociedad que diariamente arriesgan su vida en el desempeño de sus obligaciones profesionales para salvar la nuestra. ¡que panorama! ¿cómo explicarlo? ¿cómo entender estos actos fratricidas en nuestro entorno social? 

Desde el psicoanálisis, estos desbordes de violencia, en particular hacia aquel que representa la posibilidad de dar una solución dentro de lo humanamente posible, es altamente significativo.

Me parece que esta respuesta violenta es proyectada en el otro, en ese semejante materno de la época narcisista de nuestra precaria infancia, de quien en algún momento recibimos la satisfacción y seguridad absoluta, suficiente para el devenir vivos. Como acto de fe, como creencia en el imaginario social, una respuesta salvadora, casi divina, a nuestra angustia de muerte.

Esta figuración, “el otro que todo lo puede”, al verse amenazada, porque en estos momentos todo ser humano, ellos y yo, es susceptible de contagio, sin importar: edad, sexo, nacionalizado nivel socioeconómico, nos lleva a transformar desde nuestra fantasía primitiva, a ese ser que todo lo puede en un intruso maligno, que posee un gran poder (secreto) que no piensa compartir. Esto, como reflejo desde lo inconsciente de nuestra psique de negar la castración simbólica traducida en lo real externo en finitud. 

Por otro lado, el aislamiento, con su consecuente falta de contacto corporal, afectivo y erógeno, nos remite nuevamente a la soledad, a la indefensión, a la ausencia de satisfacción en la vivencia transferencial.

Dichas carencias nos impiden reconocer la necesidad del otro como apuntalamiento de vida y por consecuencia figuración de la continuidad existencial. Esa ausencia de un pulsar libidinal amoroso que acompañe y ayude a neutralizar lo violento de cada uno de nosotros.

Surge la pregunta: ¿a qué responde la reacción violenta de destructividad mortífera? A ese deseo de poseer, vía la pulsión de apoderamiento, ese “poder”, ese control imaginario sobre el otro, que mitigue los fuegos de la envidia que se generan en el grupo de pares. Así, el enfermero, el médico o el vecino serán para la figuración inconsciente, enemigos a los cuales hay que combatir y atacar para evitar ser contagiados, destruidos para asegurar la continuidad de la vida, la inmortalidad, la completud, diría Freud. Actuación destructiva de aquel que necesita afirmarse como invulnerable, esto es: “el que nada necesita pues lo es todo”.

¿que aporta a la psique, en particular al yo, ¿el control de apoderamiento del otro? Una manera de manejar la ansiedad negando todo lo que intra-psíquicamente lo hace sufrir: vulnerabilidad, finitud, soledad. 

En nuestro discurso popular, existe un dicho que a mi parecer es una alegoría a esta vivencia transferencial: “no importa quién me la hace sino quien me la paga”, esto es, no hay diferencia entre un médico, un enfermero o un vecino, de lo que se trata frente a la angustia de muerte es proyectar en el otro, de manera violenta, toda nuestra propia angustia reconociendo al otro como amenaza como una forma de negar la vulnerabilidad personal, individual.

Por otro lado, el confinamiento exige substituir: al cuerpo, a los sentidos, a la sensibilidad de los seres queridos; todo esto se reduce a una imagen virtual substituto del encuentro real con nuestras figuras parentales, filiales de amistad. Otro elemento significativo del orden de lo libidinal amoroso responsable de la figuración del deseo. Este aislamiento necesario como medida sanitaria, nos remite de manera inconsciente a la soledad, al abandono, a ese lugar de exclusión propio de nuestra constitución psíquica de la cual no queremos enterarnos.

Junto al devenir intrapsíquico se nos presenta hoy en día, un entorno social postmodernista que me parece abona al campo de lo vulnerable desde la idea de lo indefinido.

Humberto eco, en su libro: de la estupidez a la locura retoma la idea de modernidad o sociedad “liquida” que define Zygmund Bauman, describe cómo empieza a perfilarse con la corriente llamada postmodernismo (termino comodín, dice eco, que puede aplicarse a multitud de fenómenos distintos, desde la arquitectura a la filosofía y a la literatura, y no siempre con acierto), una realidad del todo incierta.

Para eco, el postmodernismo… marcó la crisis de las “grandes narraciones” que creían poder aplicar al mundo un modelo de orden; tenía como objetivo una reinterpretación lúdica o irónica del pasado, y en cierto modo se entrecruzó con las pulsiones nihilistas….

Según Bordoni, coautor con Bauman del libro, estado de crisis, el postmodernismo, se considera ya en fase decreciente y del cual hemos pasado sin darnos cuenta. 

El objetivo de dicho concepto, era el de señalar un estado de desarrollo que, en opinión de los autores, representa un trayecto de la modernidad a un presente todavía sin nombre.

Para Bauman vivimos un permanente estado de crisis en donde los gobiernos de las naciones pierden su posibilidad de libre decisión frente a las supranacionales, por lo tanto, no se cuenta más con una entidad que garantice a los individuos la posibilidad de resolver de forma homogénea los distintos problemas de nuestros tiempos.

Lo mismo sucede con las ideologías y por ende con los partidos políticos, no existe más la posibilidad de apelar a una comunidad de valores que permita al individuo sentirse parte de algo que interprete sus necesidades.

Comenta eco: “con la crisis del concepto de comunidad surge un individualismo desenfrenado en el que nadie es ya compañero de camino de nadie, sino antagonista del que hay que guardarse”. El autor se pregunta: ¿hay una manera de sobrevivir a la liquidez?, por el momento tener conciencia de que se vive en una sociedad liquida y que para acceder a ella se requieren nuevos instrumentos de comprensión.

A manera de conclusión me pregunto: ¿es este momento que vivimos, una especie de búsqueda del nirvana freudiano?  ¿de ese estado inamovible que nos conduce cada vez más a la descarga absoluta? ¿a la agonía de eros? O estamos viviendo un momento de transición en el que este trastocarse del espacio y del tiempo en el trauma o en el diario vivir, nos invita a salir de ese estado de defensa narcisista frente a lo desconocido, a lo no controlado. Recurramos a la creatividad para dar sentido a cada momento.

Bibliografía.

Bauman, Zygmunt, Bordoni, Carlo (2014) estado de crisis. Ciudad de México, editorial Paidós. (2016)

Eco, Humberto (2016) de la estupidez a la locura, ed. Penguin random house, BA, Argentina. (2017) 

Freud, Sigmund (1920) más allá del principio del placer. En obras completas, buenos aires: Amorrortu editores, vol. XVIII, 1975.