Querido Karl,
-Carta a Karl Abraham a 144 años de su nacimiento.
En unos días será un 3 de mayo y este año se cumplirán ciento cuarenta y cuatro años de aquel momento en que Bremen, Alemania, te vio nacer. Y es que tu llegada fue nacimiento de muchos otros más.
Te conocí cuando descubrí esa detallada manera que tienes para conocer a los hombres, pues uno no tarda en darse cuenta de la valentía que arropas para contemplar ahí donde pocos miran, a escuchar donde sólo unos se quedan y listo para dar forma a eso que ahí habla, nos aqueja; siempre tan clínico, siempre tan tú.
Algunos podrían señalar mi idealización por ti, sin duda misma, a lo que les respondería que ni el mismo Freud se resistió a tu encanto, además, hablaría sobre ti, acerca de tus aportaciones al Psicoanálisis, en donde tus páginas no sobrepasan las diez mil, pero que, para mí, siguen siendo fuente inédita cada vez que vuelvo a ellas; sonrío y defiendo tu agudeza, aunada a tu intuición científica para hallar, levantar saber donde parece no haber. Pionero en hablar de la libido, mostrando su intención y efecto, dedicado a atender las fases del desarrollo a profundidad, haciendo énfasis en su tinte agresivo pero del que pudiste hacer nomenclatura para mostrar la metapsicología del narcisismo, así como te adentraste en las entrañas de la melancolía, desde ese particular interés tuyo.
Tú, el primer psicoanalista alemán, dicho por Freud, quisiste edificar más allá de Berlín, pues para ti el límite sólo fue frontera.
Te imagino con ese halo alegre, limpio y sincero que muchos describen de ti, pero yo no me deshago del juego de tu mirada en sincronía con tu sonrisa, tan vivas e impetuosas, a las que de vez en cuando me acerco a preguntarles sobre tu pronta partida, y donde no tardo en reclamar por aquellos testimonios que no llegaron a la luz como sucedió con tus primeros títulos.
Esa manera tan tuya, siempre ordenada y precisa, y al mismo tiempo impregnada de curiosidad, abrieron territorios que ayudaron al entendimiento de esas construcciones de sentido colectivo, manifestaciones culturales que ayudaron a las propuestas de Freud; llevaste la experiencia humana a otras dimensiones, de las que quizá Klein intuyó y así, se inspiró en aquel vuelo que la llevó a encontrar ese mundo de las fantasías que destacó y acentuó a su tono y forma; inicio de un camino que conduciría a la construcción de la escuela que hoy conocemos como Psicoanálisis de las relaciones objetales, y de la que seguramente te hubiera fascinado leer, pues siempre estabas al corriente de lo nuevo con respecto a las aportaciones analíticas y empujabas a continuar con el legado psicoanalítico; pero hoy sé que tus bases forjaron rutas, y hay quienes han dado continuación a esas líneas que empezaste, te sorprenderías de ver cómo han tomado nuevas formas y direcciones al descubrir a Bion o a Meltzer, quienes también me producen este asombro que siento por ti.
Me han dicho que hablabas inglés, español, italiano, latín y que leías las tragedias griegas en su idioma original, y me pregunto qué habrás encontrado en el lenguaje, ejercicio de traducción e interpretación, además de darte un estilo.
Supe de tu gusto por Giovanni Segantini quien te cautivó con sus paisajes alpinos, así como tu gusto por llevar al inconsciente al séptimo arte, pese al deseo de Freud, pero comúnmente acertado desde ti, por eso no tardó Freud en responderte “No está escrito que usted deba tener siempre razón, pero si así ocurriera esta vez también, nada me impediría volver a reconocerlo”.
Pero fue Freud de nuevo, quien a sus 70 años escribió una nota para ti, quien seguramente no pudo dejar de añorarte desde tu pronta partida, y es que sabemos que nunca hay remplazo de nadie pero el lugar que dejaste, nos evoca esta descripción que habla de ti con palabras de Horacio: “Ingeger vitae scelerisque purus” (aquel cuya vida carece de mancha y está libre de culpa). Y así hoy yo te escribo a ti.
Gracias por tanto querido Karl Abraham.
Atentamente,
Angélica Sánchez