Por Fanny Blanck-Cereijido
Revista: Cuadernos de psicoanálisis Vol 34:160-171, 2001

Introducción

El hecho de que el ejercicio del análisis se posibilite a partir del análisis del analista, crea condiciones particulares en la institución psicoanalítica. La transferencia puede favorecer el autoritarismo y el pensamiento único, que tiene antecedentes en la rigidez de la postura freudiana, tal vez justificada en el momento instituyente de la creación del psicoanálisis, (Waisbrot, 2005). Freud designa un Comité Secreto que “con las mejores intenciones” muestra que la creación del psicoanálisis conjuntaba la pasión y el amor por el nuevo saber con el dogmatismo y la anulación de la diferencia. La designación de este grupo inaugura un doble poder en las instituciones psicoanalíticas, creadas como un brazo organizativo y político que pueda dar un encuadre material a las nuevas posturas teóricas. Nos planteamos cuanto de esta historia fue trasmitido y que efectos de subjetividad produce aún hoy, tanto en la formación de los analistas como en la estructura de las instituciones.

 

Así, por ejemplo con respecto a la situación actual de la IPA nos podemos plantear que la discutida pero existente hegemonía del norte, la utilización del idioma inglés en ciertas reuniones administrativas y científicas, aun en situaciones en las que mayor número de asistentes sean hispano hablantes, la exclusión de los analistas en formación de algunos eventos que les competen son circunstancias que forman parte de una estructura autoritaria y centralista. Haciendo un paréntesis, es bueno poder decir que el discurso con que Claudio Laks inauguró su nueva presidencia de la IPA, (2005) fue en portugués y no en inglés, de modo que hay cambios.

Las situaciones autoritarias se dan en nuestras instituciones a nivel de los distintos vínculos que se establecen en la transmisión, como ser los análisis didácticos, supervisiones, seminarios y también en el escenario institucional más amplio. Sabemos que cuando hay un poder hegemónico y autocrático hay un compromiso idealizanteidealizado, dominante-dominado, que parte de una doble necesidad , por parte del padre de negación de la falta y de su muerte y del deseo del hijo, que si niega la muerte del padre niega también la propia, la propia castración.

Para ejemplificar estas situaciones voy a citar un escrito de Bernfeld (1962) que afirma que los primeros análisis didácticos los condujo Freud informalmente, aconsejando o interpretando los sueños de sus analizantes, y que la formalización e institucionalización de los análisis y de la formación se instituyó después de 1923. Según el autor citado, el momento fue posterior al conocimiento del peligro de muerte que amenazaba a Freud por su enfermedad, noticia que en ese mismo año se vio cambiada por un pronóstico más benigno que le otorgaba varios años más de vida.

El deseo de ocupar el lugar de padre muerto, y la represión de ese deseo, dice Bernfeld, trajeron como consecuencia una severidad y rigidez administrativa esterilizantes, tendientes a negar los deseos parricidas y a reproducir las prohibiciones superyoícas para los hijos y hermanos, en el mejor estilo de Tótem y Tabú. Asi, se decidió limitar rígidamente toda admisión y establecer una formación coercitiva y autoritaria, castigando así en los discípulos la propia ambivalencia. Es decir que se tomó una medida de índole burocrática para encubrir el deseo de la muerte del padre. Podemos atribuir a este tipo de situación el enrarecimiento del ambiente analítico y adjudicar a los fenómenos en el grupo de psicoanalistas, causas que van más allá de los deseos conscientes. A los conflictos inherentes a todas las instituciones, como las rivalidades y celos fraternos, idealización del líder, intensificación de emociones básicas, se agrega los que derivan de la constante permeación de la transferencia, muchas veces utilizada para favorecer el autoritarismo por un lado, y la imitación y subordinación por el otro. Este es uno de los motivos que brindan actualidad a la frase de Jung, que en marzo de 1912 invoca a Zaratustra y escribe a Freud: “Uno recompensa pobremente a un maestro si sólo sigue siendo un discípulo”.

Un poco de historia

La creación del comité secreto en 1912 muestra a las claras que los primeros esbozos institucionales, que la fundación del Psicoanálisis, se vio determinada por el amor a la causa pero también por el dogmatismo y el temor a la discrepancia.

El grupo de los miércoles se reunía en la casa de Freud desde 1902 hasta 1907, y dio lugar, después de su disolución, a la fundación de la Asociación Vienesa de Psicoanálisis. En el período entre 1907 y la creación del “Comité Secreto” en 1912, tiene lugar el proceso de institucionalización del Psicoanálisis, fase de gran importancia para el futuro movimiento. En 1907 se fundó a la Asociación de Zurich, liderada por Jung, la de Berlín al año siguiente, a cargo de Abraham, la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York fundada por Brill, en 1911 y la Sociedad Psicoanalítica Americana también en 1911, impulsada por la gestión de Jones.

En abril de 1908 se realizó en Salzburgo el primer Congreso Psicoanalítico Internacional, en el que se leyeron trabajos de psicoanalistas de Austria, Suiza, Inglaterra, Alemania y Hungría, y Freud leyó su trabajo sobre el “Hombre de las Ratas”. Así el psicoanálisis entraba en el circuito internacional. Freud fue invitado a la Clark University en 1909 y las conferencias en Estados Unidos marcan un punto importante con respecto a la fundación e internacionalización de la Institución Psicoanalítica. En el Congreso de Nuremberg, en 1910, Freud abre el Congreso con su conferencia “Las perspectivas futuras de la terapia analítica”. Ahí un Freud político abre un camino cuyo sentido es enmarcar institucionalmente al nuevo saber, al descubrimiento del inconsciente, que junto con la sexualidad infantil, comienza la exploración de un terreno desconocido del pensamiento. La organización científica del evento fue llevada adelante por Jung, y Freud encargó a Ferenczi la tarea de la organización futura. Ferenczi propone una selección rigurosa y prudente “para admitir nuevos miembros, selección que permitirá separar el trigo de la maleza y eliminar a quienes no admitan abierta y explícitamente las tesis fundamentales del psicoanálisis”. Esta propuesta incluía dejar el centro de la futura administración en Zurich con Jung como presidente y también algunas observaciones muy negativas acerca de los que ya se insinuaban como disidentes, Adler y Stekel. Ferenczi incluye acá también una cláusula que dice que todos los artículos y comunicaciones que se fuesen a presentar de allí en más debían ser sometidos a la aprobación del presidente de la Asociación, convertido así en una suerte de censor y dueño absoluto del saber. Como vemos, van apareciendo medidas coercitivas: los disidentes son apartados, se ejerce la censura previa. (Rodrigué, 1996)

En realidad –dice E. Roudinesco (2002)- en el mismo momento que Freud intenta construir una asociación destinada a reforzar la validez de sus descubrimientos, crea, sinsaberlo, las condiciones de una situación que va en contra de sus fines. Al querer realizar la unidad del movimiento o recentrarlo alrededor de una causa común, favorece, al contrario, la emergencia de divisiones internas.” Y agrega: “después de 1907 y a partir de 1910, dispone de una institución, de un programa y de proyectos diversos; también rechaza a sus oponentes. En estas condiciones la Asociación Internacional de Psicoanálisis no se podrá disolver pero, desde que nace, el psicoanálisis deja de existir como movimiento de vanguardia,” con lo que plantea las dificultades creadas por una organización estatutaria.

Cuando en 1910 se funda la IPA, con Jung como presidente, Freud había imaginado que tenía un sucesor, pero como sabemos aparecen serias divergencias con él. Las cosas se complican por la postura de Jung acerca de la psicología de la religión. Peter Gay (1988), piensa que esta posición de Jung es una rebelión inconsciente e irreprimible contra Freud. Resulta sugerente como algunos biógrafos de Freud interpretan estas diferencias de sus discípulos como un movimiento relacionado con la agresión edípica y que en cambio “el padre” queda siempre libre de tales interpretaciones. Es de notar que Freud conservaba un agudo sentido crítico respecto de la propia obra pero era muy intolerante frente a las teorizaciones de sus colegas.

Todo movimiento de creación de una disciplina requiere un momento de cierre para afianzarse, momento instituyente, sustentado por una pasión que deja poco lugar a la duda. También cabe pensar que la hostilidad de la que el psicoanálisis había sido objeto por las ciencias más conservadores, frente a lo impactante del descubrimiento de la sexualidad infantil y del inconsciente, tiene su papel en este cierre. De cualquier forma resulta llamativo que muchos discípulos fueran literalmente borrados del campo psicoanalítico. Por ejemplo recordemos que cuando Adler renuncia lo hace a través de sus abogados y plantea la creación de una nueva asociación llamada “Sociedad de Psicoanálisis Libre”.

Freud nunca separó la creación de la teoría psicoanalítica de sí mismo como creador, ya que él consideraba la adhesión a su teoría como prueba de lealtad y el rechazo de alguna parte de la misma significaba un rechazo personal a él, una afrenta, un peligro disolvente que debía evitarse a toda forma. Esta noción de peligro llevó a la idea de cubrir a Freud con una guardia de leales, fuerza compacta y fiel que debía protegerlo a él y a sus compañeros de las posibles desviaciones que podría tener el psicoanálisis, y de la influencia negativa de los disidentes. Fue Jones quién inspirado en la leyenda de Los Caballeros de la Mesa Redonda propuso la creación del grupo de los Anillos que “se proponía purgar, en todo lo posible, las excrecencias teóricas” y coordinar los propios fines inconsciente con las demandas e intereses del movimiento. Como comenta Rodrigué eso de purgar las excrecencias hace pensar en oscuros sótanos medievales, represiones y castigos. El Grupo de los Anillos, estrictamente secreto, estuvo formado por Jones, Ferenczi, Sachs, Abraham, Rank y Eitingon, a los que Freud llamó hijos adoptivos y a los que obsequió un anillo que tenía montada una antigua talla griega y se convirtió en símbolo de un lazo indestructible entre el soberano y sus vasallos, los Señores del Anillo. Una fotografía tomada en Viena muestra a Freud como personaje central del grupo de los siete; a Freud se lo ve más alto y hay quien dice que para la foto él se había sentado en un asiento más alto. Así aparecen en ese día de 1912 formando lo que Freud llamó su Comité, creado para guiar las actividades del movimiento psicoanalítico, comenzando así la conjunción entre ciencia, política y mística iniciática. Este comité trabajó durante casi 15 años subsistiendo como sociedad secreta hasta 1927, fecha en que se disuelve en la Dirección Oficial de la IPA. Durante esos años este grupo funcionó como una aristocracia secreta que más allá de la organización formal tenía sus propias reuniones y tomaba decisiones que guiaban las decisiones oficiales.

Los “Siete Anillos”, (Grosskursth, 1991) empezaron a fragmentarse lenta y definitivamente, cuando el movimiento, con Numberg y Fenichel como personas de importancia se trasladaron de Europa a Londres y a Estados Unidos al tiempo que Strachey iniciaba la traducción de las Obras Completas al inglés. Movimiento, difusión y expansión. Freud intentó prolongar el sentido original de los anillos obsequiándole réplicas de los mismos a Lou Salomé, Marie Bonaparte, Catharine Jones y Simmel, pero al parecer fueron sólo gestos de gratitud ya que el inherente simbolismo de los anillos se fue desvaneciendo. Sin embargo, Freud y el Comité consiguieron soportar juntos diferencias y sostener tensiones a lo largo de una gran parte del camino; esto permitió conservar lo esencial de la teoría y del método, aunque algunas veces empobrecido, hasta el punto en que ello fue posible.

Desde 1937 a 1939, después de la disolución del grupo de los Señores del Anillo una línea más abierta y liberal, comandada por Numberg y Fenichel logró preponderar, aunque Jones salió fortalecido, haciéndose su lugar en la historia del psicoanálisis.

Con respecto a Fenichel (1945), el autor de la monumental y exhaustiva “Teoría General de las Neurosis” fue una persona de posturas socialistas y liberales que durante varios de sus años en el exilio compartió una postura psicoanalítica muy ortodoxa, con una conexión con sus colegas emigrados, a través de las Roundbrifes, cartas de contenido ideológico, que circulan entre sus colegas emigrados a distintos países. En efecto, fue uno de los analistas que tuvieron que emigrar a los Estados Unidos, al despuntar la Segunda Guerra. (Jacoby, 1983). Fenichel se vio forzado a adaptarse a su nuevo lugar, para sobrevivir y ejercer su práctica. Cuanto del entusiasmo y libertad creadora se perdió por la necesidad de sobrevivencia, el miedo a la pobreza, la marginación y la muerte? Esto es algo a tener en cuenta en la historia de los comienzos del psicoanálisis en los E. U. llevado a cabo por emigrados europeos que huían de la persecución y la muerte. Fenichel murió a los 48 años, mientras hacía su internado médico para conseguir la reválida de su título, en Los Ángeles. Estas son historias de exilio, tan comunes para los psicoanalistas.

La lucha de los discípulos por ser reconocidos cada uno como único por el maestro se fortalece por la intención, si bien inconsciente, de Freud, de mantenerlos en ese estado. Parece como si sólo hubiera dos soluciones posibles, permanecer en la dependencia analítica, lo que supone un voto de confianza permanente a la persona de Freud, o bien independizarse y entonces enfrentar al psicoanálisis, alejándose de él. Nos debemos preguntar si estos discípulos estaban sometidos al deseo del maestro, que deseaba conservar ese lugar único de poseedor exclusivo de la verdad.

Este asentimiento y obediencia a Freud y a sus posiciones teóricas, esta exigencia de fidelidad que transforma a los discípulos en dependientes los sumergen en una sociedad de hermanos rivales. Sin darse cuenta siquiera, a Freud solo se le ocurre, cuando debe trazar las líneas directivas en la fundación de la Asociación Psicoanalítica Internacional apropiarse de las reglas de las masas artificiales tales como la Iglesia y el Ejercito, esas instituciones que va a analizar en “La Psicología de las Masas” (Freud, 1923). La lectura de este texto se convierte en una crítica radical de la propia Asociación; en un momento escribe “tuve que comprobar la imposibilidad de orientar este movimiento en la dirección que deseaba darle”. Hay una contradicción entre el objetivo del psicoanálisis y la constitución de una sociedad alrededor de un jefe que no tiene substituto y al que se reconoce como único maestro. No aparece la posibilidad de desidentificar al líder de la función de portador del ideal. Una contradicción más tajante ya que para constituirse esta sociedad utiliza la transferencia, que en realidad sólo debe tener cabida y ser utilizada como tal en la cura psicoanalítica. En la cura, el análisis de la transferencia permite el levantamiento de los fantasmas, pero la relación transferencial entre analista y analizado no debe utilizarse en la realidad externa ni institucional. Es en este paso del contenido transferencial a las relaciones externas a la cura cuando se imprime el carácter difícil y ambiguo que poseen las sociedades psicoanalíticas. Es esta problemática la que determina que todo grupo de psicoanalistas lleva consigo el principio del autoritarismo o de su disolución.

El hecho de que Freud utilice el término horda salvaje para denominar al grupo de sus partidarios se relaciona con lo que dice en Tótem y Tabú (1913) “Los hijos se matan entre sí para ocupar el lugar del padre”. Esta situación también depende de las características del padre. En efecto podría haber configuraciones vinculares diferentes dependiendo de las características del líder. Si en lugar de un líder autoritario se tratase de un líder democrático, el destino podría ser diferente, ya que el mito supone que los hijos, tras la muerte del padre se llegan a tolerar para evitar luchar unos contra los otros hasta matarse. Y que en “La disolución del complejo de Edipo” (1924) se describe un padre que responde a la Ley, que permite el crecimiento y la apropiación de la vida por el hijo.

Esta problemática nos introduce en las cuestiones que emanan de la transferencia, que vamos a estudiar especialmente en los así llamados análisis didácticos.

El análisis del analista

El reconocimiento del inconsciente solo es posible en el ámbito de la transferencia de modo que el análisis del analista es indispensable, particularidad que confiere un carácter iniciático a la formación analítica. Esta imposición del análisis como requisito, va contra su propio espíritu, y debería ser libre de injerencia institucional, por ejemplo de la obligación que existe en la mayoría de las instituciones, de que el análisis didáctico se lleve a cabo con alguien de la propia institución.

Sabemos que el análisis del analista puede pensarse desde diferentes ángulos. Voy a subrayar los efectos de la identificación idealizante al analista, ya que limita y altera la evolución personal y profesional del futuro analista. Inevitable en cierto grado, y en cierto período del análisis, la debemos analizar en sus aspectos infantilizantes e impositivos. El narcisismo y la especularidad se manifiestan en la fantasía de identificarse con el analista, ser y hacer como el padre perfecto. Esta situación interfiere con la posibilidad de mostrar padecimiento, de analizarse, de ser alguien enfermo que sufre o que rivaliza.

A este respecto veamos las afirmaciones de Freud (1914) en “La introducción al Narcisismo”: “El yo ideal es ahora el objeto del amor a sí mismo que disfruta el yo en la infancia. El narcisismo del sujeto aparece invistiendo este nuevo ideal yoíco, que como el yo infantil posee toda perfección. Como siempre, adonde la libido está implicada, hay un deseo de no perder la satisfacción que un día se gozó… así el ideal es el substituto del perdido narcisismo de la infancia, época en que él sujeto era su propio ideal”. Esta es una referencia a las identificaciones primarias, no discriminadas, que se constituyen así en la base de la identidad analítica, confluyendo el Ideal con el Yo Ideal, como un tope al crecimiento psíquico por una noción de narcisismo realizado, que trae un conjunto de características como la fantasía de un saber certero y omnipotente al precio de una adherencia irrestricta al analista, y la dificultad de diferenciarse de él. Por supuesto esto no quita que todo analista crece en el seno de su genealogía que es enriquecedora y no puede ser negada, y ciertas condiciones de su análisis y de la formación son las que le permitirán incluir sus propias producciones creativas en algún momento de su vida analítica.

A partir del “Psicoanálisis de las Masas y Análisis del Yo” (1923): afirmamos que“En ciertas formas de elección amorosa el objeto sirve para reemplazar a un ideal que el yo quisiera encarnar en su propia persona sin lograr realizarlo. Se ama al objeto por las perfecciones que uno anhela para su propio yo y se busca por este rodeo satisfacer el propio narcisismo… cesan las funciones reservadas a eso que el yo considera como el ideal con el cual querría fundir su personalidad. Todo lo que el objeto hace y exige es bueno y no es reprochable. No bien aparece algo que pueda ser desfavorable al objeto, la voz de la conciencia cesa de intervenir. En efecto, el objeto ha ocupado el lugar de lo que era el ideal del yo”.

Pero qué sucede, si pese a la idealización, el joven analista, siguiendo la ley de las generaciones, descubre que la esencia del éxito es ir más allá del padre, y que eso mismo es lo prohibido”?. Frente a esa amenaza el padre-analista se apoya en la transferencia para retener su rol de ideal y su deseo de perpetuarse en hijos alumnos. De ahí las afirmaciones de algunas corrientes psicoanalíticas en el sentido de estimar que el logro del análisis del analista es conseguir la identificación con su propio analista, o que como decíamos más arriba una innovación teórica se interprete como un aspecto edípico no resuelto. Muchas veces la falta de producción teórica o de reconocimiento institucional llevan al analista didáctico a buscar seguidores como único medio de lograr visibilidad y existencia. Pero debemos tener en cuenta que para que haya transmisión debe haber otro., de lo contrario, lo que existe es la alienación en un saber o creer saber del otro.

El analista debe renunciar al lugar de sujeto supuesto al saber, aceptar su paso a la nada, al pasado en la historia de su analizante. En cambio, es común en la historia de los análisis de los analistas la influencia del analista ejercida directamente o a través del prestigio y del lugar, situaciones que siempre manifiestan un poder autoritario.

El narcisismo del analista se manifiesta por la idealización, grandiosidad, omnipotencia y exhibicionismo. El manejo omnímodo de las curas es un modo de actuarlo, y el narcisismo satisfecho en la conducción autocrática de los análisis es egosintónico, de modo que no merece análisis, estableciendo transferencias simbióticas y mutuamente gratificantes.(Blanck-Cereijido,1996)

Las posibilidades de que el analizante hable su verdad dependen no sólo de él sino también de que el analista pueda escucharlo. Este analista está capturado por su propia historia y su historia colectiva. Al rechazar el lugar de ser aquel que rescate al analizante de la soledad e incertidumbre, el analista aparecerá diferenciando entre lo real, y la función simbólica que asume, aceptando entonces la noción de muerte, de castración de ambos.

El analista no ocupa el lugar del objeto deseado por el analizante, puede representarlo, pero es necesario que se desate de este fantasma de ser el objeto necesario en la situación analítica. Cuando un sujeto comienza a hablar lo hace desde un lugar otro, que podrá devolverle una pregunta con respecto a su ser. Este lugar otro no se identifica con el analista ya que es en todo caso, otro de él, padre o madre de su propia historia, relación con el extraño que hay en él. Satisfacer una necesidad de amor del analizante o tratar de hacerlo es sugerirle que eso es precisamente lo que le falta (Cotet, S. 1982).

La creación del sujeto supuesto saber descansa en la demanda del analizante que busca ser amado, confirmado en su ser por quien posea ese saber y le proporcione una verdad última sobre él mismo. Esa presunción de verdad que se le atribuye al analista es el motor de la transferencia, que proporciona la ilusión de encontrar quien garantice la certeza de los enunciados identificatorios y que oculte el vacío irremediable de la falta en ser.

La transferencia confiere al analista una fe que es producto del amor y que lo hace ocupar el lugar de objeto amado, ya que el analizante supone que el analista posee aquello de lo que él carece. En el trabajo analítico, esta fe debe desembocar en un cuestionamiento. Un analista que asumiera el lugar de poseedor de la verdad, pierde su función, y no permite al analizante encontrarse con sus propias verdades ni deponer su necesidad de negar la falta del otro, de considerarlo omnipotente y sin fisuras. De este modo, la atribución de la omnipotencia a la palabra del analista, es efecto de la colusión de ambos protagonistas en negar la castración y la muerte. Este trabajo analítico requiere el paso del analista por su propio análisis.

Tanto condiciones externas como internas pueden conducir a que el analizante se aliene en el saber del analista y esté dispuesto a confiar de antemano en cualquier palabra de éste. Es este de antemano lo que constituye la fe o la transferencia mantenida: pase lo que pase, hay alguien que es infalible, que lo sabe todo. Si este aspecto de la transferencia es trabajado, el analizante no vuelve a confiar de antemano en nadie, salvo como una hipótesis a comprobar. En términos de Roustang (1980) la fe de antemano es el delirio siempre supuesto para lograr una nueva racionalidad completa, saturada, pero es una fe que se debe perder. Tan es así, que Piera Aulagnier (1991) afirma que la posibilidad de dudar de la palabra del analista es tan importante para el pensamiento como el descubrimiento de la diferencia de los sexos lo es en la infancia.

Entendemos entonces que es su propio proceso el que capacita al analizante, en cierta medida para la función de analista ¿se trata acaso de un análisis especial? ¿algo específico?. Frente a la afirmación de Octave Mannoni (1985) de que no hay más análisis que el análisis personal, Lacan responde diciendo que todo análisis es didáctico, planteando la tesis de que el fin del análisis produce un analista virtual. (Safouan, 1984).

El psicoanálisis no es un patrimonio regulado por textos y documentos. Esto crea una moral legal, una ficción inaugural, los auténticos seguidores, los de las síntesis exactas. El psicoanálisis no se debe trasmitir por fidelidad al padre, o por imitación. Entonces, nos debemos plantear el porque de las instituciones, de los anillos. Lo que nos sostiene en la institución y en la necesidad de pertenencia es afirmar y enriquecer el legado de los padres y los lazos fraternos, la necesidad de confrontar y compartir.

No se trasmite aquello que no crea convicción. Me pregunto si la escasez de los reanálisis entre los analistas en nuestro medio no se vincula con esto, ya que, también se trasmiten las resistencias. Esto recuerda lo que dice Freud acerca del Ideal del Yo: No se trasmite lo verbalizado, sino lo inconscientemente deseado por los padres como mandato para los hijos.

Regresando a la historia de la Institución Psicoanalítica, según Rodrigué la IPA creció bajo un poder de dos caras, una visible que daba continuidad en su trabajo en medio de disensiones, exclusiones y suicidios, cuando eran inocultables; la otra cara cubierta dirigía los asuntos del movimiento de modo invisible. O sea que mientras la IPA tomaba a su cargo la comunicación entre las sociedades existentes, el comité secreto de los anillos intentaba centrar y dirigir la ley y la política del movimiento por fuera de las asambleas.

En este tipo de grupos aparecen conflictos de intereses y sustituciones incesantes. Estos grupos se vuelven vulnerables cuando llega el momento de consolidarse y establecer un orden, cuando adquieren mucha rigidez. Cuando el poder que detenta el grupo en el afuera presenta algún tipo de fisura, comienzan los indicios de violencia y fraude en el seno del mismo grupo, aparecen las purgas y el ciclo se repite. Suele haber una negación maniaca de lo malo dentro del grupo y un intenso temor a reinternalizar el perseguidor proyectado, de modo que el grupo se constituye en una sociedad secreta, precisamente para proteger o preservarse del ataque del perseguidor. Cuando aparecen indicios de guerra interna los problemas serán ubicados en un afuera alejado del adentro.

En los Siete Anillos el secreto es un misterioso poder que el grupo usufructúa y frente al cual establece una coraza de aislamiento; esto se vincula con el saber de los psicoanalistas de los secretos de otros, con ser testigos de la escena primaria, con el saber del inconsciente; su posesión detenta el privilegio de una pertenencia e identidad frente a los que están afuera, a los excluidos, de los que se teme despertar la envidia por este bien mágico que se posee. Estas posesiones son vividas a su vez con un gran sentimiento de culpa por lo que no se desea compartir. Secreto, poder, pertenencia, culpa, exclusión, seguridad y omnipotencia combinados (Ferschtut, 2002).

Deberíamos poder indagar estas fantasías y hacer explicitas hasta donde sea posible las ideas persecutorias subyacentes a toda agrupación, aunque siempre debemos tener en cuenta que en la institución psicoanalítica el escollo mayor es la transferencia.

Hay un deslizamiento entre tradición y cambio en una cadena de cierres y aperturas, una idea de un pensador lleva a generar un grupo para contenerla, este grupo necesita institucionalizarse para proteger a la idea y a su creador y después desarrollar una posibilidad de flexibilizarse. Esto sería una buena evolución para una institución, pero exige líderes que lo hagan posible, y jóvenes que se autoricen a pensar.

Así como Bleger propone que cada uno de nosotros esta inmerso en una institución en la que deposita parte de su psiquismo más indiferenciado pero que también están comprometidas en la vida institucional las estructuras más específicas y evolucionadas de cada proceso de simbolización, Kaës sugiere que dentro del conjunto la parte de la psique que cada sujeto ha depositado sigue un doble trayecto: primero en el espacio intrapsíquico, donde constituye un componente del inconsciente individual; luego en el espacio tranpsíquico adopta una modalidad del inconsciente que pertenece al conjunto.

La pertenencia da identidad y protege pero también puede solicitar del individuo deponer determinados rasgos particulares que podrían afectar la organización grupal y a veces una va en detrimento de la otra. El ser y el pertenecer guardan entre sí un equilibrio y ambos se resignifican permanentemente, exigiendo muchas veces un esfuerzo permanente de descentramiento narcisista. La identidad profesional está permanentemente en crisis, pasa por cambios que atraviesan la transmisión de los duelos, continuidades y discontinuidades en una dialéctica entre tradición y cambio.

Así el grupo psicoanalítico se conforma en función de una elaboración colectiva, auto y aloplástica, que actúa con fuertes niveles regresivos y que está influido por el contexto histórico de cada comunidad. Un problema ético se silencia y se lo desplaza a otro teórico o neurótico, o a veces un problema técnico aparece actuado a través de la interpretación de la teoría. Es conocido el hecho de que Ferenczi le reprochaba a Freud la omisión, en su análisis con él, de la transferencia negativa. En realidad, la complicada y difícil vida erótica de Ferenczi y la participación contratransferencial de Freud tendrían su papel en su conducta clínica.

En ciertos casos se da una situación en la que en lugar de que la institución existiera al servicio de la teoría que define al grupo es la institución la que aparece como fuente de identidad. En este caso resultará riesgoso modificar la teoría, porque cualquier modificación será percibida como un atentado contra la institución. Esta, en lugar de apoyar el desarrollo de la teoría, se constituye como un fin en sí misma, esta inversión de los fines es defendida como una necesidad en función de la salvaguardia de la identidad institucional en la que la institución misma pasa a ser lo primordial, olvidando que es lo que resguarda. En estos casos, lo obligado es la lealtad a la pertenencia, “a la camiseta”.

De este modo lo que se impone es la transmisión de la Institución y su discurso y suelen frenarse y sancionarse las transgresiones frente a un saber “oficial” que es el que debe ser transmitido. Es importante subrayar que el autoritarismo, la verticalidad y la agresividad de la Institución son asumidos con frecuencia, ante el descubrimiento del horror de la verdad del inconsciente, que no desaparece con mandatos superyoicos ni actitudes negadoras ni paternalizantes.

Si nos referimos nuevamente a la transmisión, aun en la actualidad preexisten en las instituciones psicoanalíticas modelos ideales y persecutorios que son parte de este largo camino formativo. El deseo latente que encontramos a menudo en el discurso pedagógico va de la mano de motivaciones narcisistas de prestigio y poder. Es decir que el espíritu de libertar y pasión por el conocimiento se pierden, y se propician, en cambio la inercia, la pasividad y la desmotivación. El discurso que prevalece entonces es el de un deseo de saber neurótico, repetitivo, árido e infértil que engendra transferencias neuróticas hacia el aprendizaje mismo. Todo esto está auxiliado por los ritos que ayudan a la entronización de mitos inmodificables. Uno de estos mitos suele ser el del “Ideal del Grupo” construido alrededor de un esquema teórico o de una escuela psicoanalítica en particular (Castro, 1997). Este ideal del grupo exige que se comparta un lenguaje común, y un “pensar igual” en contraste con la productividad individual y la libertad en el pensar. Se imponen posturas dogmáticas que inhiben toda capacidad crítica, limitándose a repetir teorías que más que enseñar, denotan intenciones superyoícas, paternalizantes e ideologizantes que infantilizan y escolarizan el proceso de la transmisión. Algunas veces estas actitudes encubren pactos inconscientes.

Los procesos transubjetivos, las identificaciones compartidas, la comunidad de ideales de un grupo, también existen en las sociedades y naciones y son fenómenos que se dan en las cadenas de los contemporáneos y de las generaciones, consisten en alianzas, pactos y contratos inconscientes que transmiten circunstancias secretas; tomaré como ejemplo lo que Käes (1991) llama negatividad de obligación: Esta es la que obedece a la necesidad de efectuar operaciones de rechazo, de negación, de desmentida, con el fin de preservar un interés importante de la organización psíquica, la del sujeto o de los sujetos con los que existe un vínculo importante. Estas operaciones recaen sobre una percepción o representación inaceptable por una instancia psíquica y que mantendrán en silencio hechos que podrían resultar perturbadores para la historia del grupo. El mantenimiento del vínculo se exige al precio de negar una percepción, situación que aparece paradigmáticamente representado para los psicoanalistas por la alianza sangrante de Freud, Fliess, y Emma Ekstein, en los años en que Fliess era un referente transferencial y teórico para Freud. Fliess se niega a reconocer su error quirúrgico, en la operación de los cornetes nasales de E. Esa negativa pone a Freud en la situación de avalar ese desconocimiento si quiere conservar la amistad de Fliess. Para mantener el vínculo , Freud sacrifica su propio conocimiento , el conocimiento de su propio fantasma y excusa a Fliess de toda responsabilidad en el caso. Freud y Fliess convierten a Emma en una histérica productora de síntomas y los dos pactan la denegación de su vínculo homosexual. Como vemos, el pacto denegatorio pasa a tener consecuencias en la clínica y en la teoría.

Finalmente diremos que si bien lo institucional ofrece sus problemas, la institución introduce la Ley y la referencia identificatorias, contiene las ansiedades persecutorias, abre canales de comunicación y posibilidades de encuentros y refutación de ideas y nos protege del narcisismo del espléndido aislamiento. La creación y la autorización necesitan un marco comunitario, un espacio de validación y discusión.

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