Cuando el yo cobra los rasgos del objeto, por así decir, se impone él mismo al ello como objeto de amor. Busca repararle su pérdida diciéndole: “Mira, puedes amarme también a mí; soy tan parecido al objeto…”.
Sigmund Freud
Tres viñetas para abrir boca
Leonardo es un joven de 17 años, de origen libanés, que consulta por consumo de marihuana y alcohol. La problemática central es la angustia. Durante un viaje a Europa con su familia tuvo una crisis de angustia, en medio de la cual amenazó con lanzarse por la ventana. Dijo que necesitaba regresar a México para ver a su novia. A medida que avanzan las sesiones se revela la problemática familiar: su padre rompió la tradición de casarse con una mujer perteneciente a su comunidad, lo que provocó un distanciamiento de su familia de origen. Con el paso de los años, esas relaciones se restablecieron. En el marco de ese reencuentro, Leonardo asiste con sus padres a la boda de su prima. Comenta que su tía “hizo un negociazo casando a su hija con un miembro prominente de la comunidad”. Leonardo se da cuenta de que eso no le ocurrirá a él. Le señalo que quizá siente que la unión de sus padres fue un “mal negocio”, unión de la cual él es el resultado. Guarda silencio y pregunta: “¿Será por eso que me siento tan mal cuando mi papá gasta dinero en mí?”.
Carmen es una mujer de 50 años, corredora de seguros exitosa. Padece un problema autoinmune que le reseca los ojos al punto de impedirle llorar. La enfermedad apareció tras la muerte de su abuelo. Su abuela, al verla con el rostro inflamado, le preguntó: “¿Sigues llorando por tu abuelo?”. Profundizando, narra cómo cuidaba la salud de su abuelo hasta que una desavenencia familiar derivó en un enfrentamiento con sus tías. Muy enojada, derribó a una de ellas al suelo. El resto de la familia terminó por excluirlos. “No puedo permitirme caer en una situación de esas, de descontrol”, dice. Recuerda el episodio con vergüenza.
Karla es una mujer de 35 años, casada, derivada por su terapeuta de pareja. Uno de los temas centrales es la infidelidad de su esposo. A lo largo de las sesiones se revelan coincidencias entre su historia familiar y sus conflictos actuales. Su padre era actor de televisión, formado en el teatro universitario. Llegó un punto en que su físico ya no correspondía con el ideal de belleza exigido por las televisoras: “Se fue quedando sin trabajo porque la televisión se empezó a llenar de gente guapa”. “Qué doloroso debe ser que prefieran a alguien más guapo —dice—. Como cuando la pareja de uno es infiel”. “Pero no creo que sea lo mismo que te dejen sin trabajo a que te pongan el cuerno”. Le respondo que quizá estamos pensando en cómo lo que era suyo se lo llevan los guapos. “Como si tú no pudieras sentirte guapa”. “¿Pues quién dijo?”, responde.
A través de estas viñetas intento mostrar la problemática identificatoria de tres pacientes. Las ideas que tienen sobre quiénes son ellos mismos —y sobre el lugar que ocupan en relación con los otros— inciden directamente en su sufrimiento. La segunda viñeta resulta particularmente útil para mostrar cómo el conflicto entre el Yo y lo que se espera que sea puede situarse en el centro de una problemática psicosomática.
El Yo en el Proyecto de psicología
Freud (1950 [1895]) concibe el Yo como una instancia escindida en dos partes: un núcleo irrepresentable ligado al deseo y al dolor originario, y un manto compuesto por huellas de experiencias satisfactorias, los atributos del Yo. Dentro de esta segunda parte distingue dos funciones: una reproductora o meditativa y otra valorativa o judicativa (Urteil). La diferencia entre ambas da cuenta de la actividad de pensamiento y juicio, mientras que el núcleo yoico constante, proveniente del dolor originario, constituye la Cosa (das Ding). La noción de Cosa remite tanto a lo exterior y ausente en el aparato como a las representaciones-cosa internas. Estas primeras huellas inconscientes surgen con las experiencias iniciales del recién nacido. El dolor originario es inconsciente e irrepresentable, manifestación de la condición de no-ser. Representa una energía constante, una potencia pulsional inconsciente que busca irrumpir en la conciencia y se expresa como tensión displacentera (Freud, 1950 [1895]).
Esta energía deriva de la situación deseante inicial, de la ausencia de la Cosa, que Freud denomina Not des Lebens o desamparo originario. Desde el origen, el ser humano hereda este estado deseante del auxiliador, con quien se identifica y mediante el cual se enlaza con el Otro prehistórico. Así, desde su inicio, el sujeto está determinado por la otredad: su sentirse Yo se constituye siempre a partir del otro. La mismidad del sujeto se funda en la negatividad, en el movimiento del no-ser en y con el otro. En esta concepción se vislumbran los orígenes de lo que Freud llamará más tarde Unheimlichkeit, la extrañeza o siniestralidad en la propia morada del Yo (Castro, 2023).
El narcisismo y la formación del Yo
Freud (1914) introduce el narcisismo partiendo de una perversión descrita por Näcke, en la cual el sujeto otorgaba un trato sexual a su propio cuerpo. Freud sostiene que esta desviación ilustra un proceso universal. Nada de natural hay en la relación del Yo con su historia, con el cuerpo que habita ni con su prójimo. El sentimiento de sí (Selbstgefühl) se presenta como expresión del grandor del Yo, cada resto del primitivo sentimiento de omnipotencia contribuye a incrementarlo (Freud, 1914). El narcisismo infantil de los padres proyectado sobre su hijo —His Majesty the Baby— se constituye en ideal del Yo, referente moral del cual el Yo no puede apartarse demasiado sin menoscabo de su sentimiento de sí. La incitación para formar el ideal del Yo proviene de la influencia crítica de los padres, los educadores y el entorno social (Freud, 1914).
El Yo, la imagen y el Otro
La vinculación del Yo con su imagen —donde simultáneamente se reconoce y se aliena— tiene su origen en lo que Lacan denominó el estadio del espejo. Este constituye un acontecimiento crucial: el encuentro entre quien se mira y su reflejo. Dicho encuentro adquiere sentido si se considera el movimiento de la mirada que, al descubrirse en el espejo, se dirige hacia la madre en busca de la confirmación de la belleza de la imagen, antes de retornar al espejo y a su reflejo imaginario (Lacan, 1961-1962/2012). Según Aulagnier (1975), la experiencia especular se desarrolla en tres momentos: la aparición de la imagen en el espejo, reconocida como propia; el desplazamiento de la mirada hacia la madre, en cuya mirada se lee el mensaje de que esa imagen es digna de su placer; y el retorno al espejo, donde la imagen queda sellada por la fusión entre lo visual y el significado otorgado por la madre.
De este modo, el trabajo clínico sobre los enunciados identificatorios apunta a ese lugar donde el sujeto puede volver a escuchar los significantes que lo nombraron. Allí donde el “tú eres eso” del Otro puede transformarse en una nueva enunciación, donde el Yo —ya no solo efecto de la mirada— se arriesga a decirse de otro modo.
Referencias
- Aulagnier, P. (1975). *La violencia de la interpretación*. Buenos Aires: Amorrortu.
- Castro, F. (2023). *Sobre la Melancolía*. México: Siglo XXI.
- Freud, S. (1914). *Introducción del narcisismo*. En Obras completas (Vol. XIV). Buenos Aires: Amorrortu.
- Freud, S. (1950 [1895]). *Proyecto de psicología para neurólogos*. En Obras completas (Vol. I). Buenos Aires: Amorrortu.
- Lacan, J. (1961–1962/2012). *El seminario, libro 9: La identificación*. Buenos Aires: Paidós.
